Traducir traducciones
Hasta hace unas décadas era habitual que las obras literarias escritas en idiomas exóticos fueran vertidas al castellano o al catalán a partir de las versiones francesas, italianas o inglesas. Aunque la situación ha mejorado mucho, las prisas por tener el texto en la calle o las dinámicas de abaratamiento de costes de algunas editoriales favorece que siga habiendo excepciones.
Cada vez hay mayor conciencia ha de traducir del texto original o al menos de que hay que disimular más", dice el traductor Gabriel López Guix. "En la facultad de Traducción de la Autònoma –añade– enseñamos once lenguas, si incluimos el catalán y el castellano, y ahora hay mayor número de especialistas. Además, tenemos la maravilla de internet, que nos permite consultar una cantidad ingente de documentación que antes no soñábamos tener ni en la mejor de las bibliotecas. Yo diría que tendrían que retraducirse todas las obras traducidas antes de internet".
Edhasa puso fin en el 2005 al caso más clamoroso. En España se había eternizado la versión de La montaña mágica de Thomas Mann que Mario Verdaguer hizo del francés. Isabel García Adánez la tradujo del alemán e incorporó fragmentos olvidados en la versión anterior.
Las editoriales suelen favorecer las traducciones directas, aunque aún está extendida la práctica de camuflar bajo el nombre de dos traductores –uno que entiende el idioma del texto original y otro que domina el castellano– lo que en realidad no es sino una versión indirecta supuestamente cotejada con el original. En otros casos, incluso en editoriales con fama de sesudas y de aplicar un maniático rigor en sus ediciones, en alguna ocasión se parte de una traducción antigua y el avispado editor se limita a remozarla.
Una traducción directa del original no garantiza su calidad. A menudo la búsqueda de literalidad esteriliza y hay también rarezas como los libros de Gombrowicz traducidos por los cubanos Virgilio Piñera y Humberto Rodríguez Tomeu o por el catalán Gabriel Ferrater, sin saber polaco.
La falta de especialistas en chino y japonés hace que en estos idiomas quede mucho por hacer. Una quincena de títulos han sido traducidos recientemente del chino, aunque siguen siendo mayoría las versiones de una lengua puente, como sucedió con Grandes pechos amplias caderas de Mo Yan o La montaña del alma del Nobel Gao Xingjian, entre otras. En japonés hay obras de Kawabata vertidas del inglés y del francés, por no señalar ejemplos de títulos en idiomas centroeuropeos (Miloscz) o asiáticos. El fenómeno Larsson y el boom de los autores nórdicos disparó la demanda de traductores del sueco y aun así la versión catalana de dos de los tres volúmenes de Millennium se hizo del francés.
En las librerías españolas coinciden varios títulos que suponen otro tipo de recuperación de textos originales. Debutantes restituye la integridad de los textos de Carver que fueron publicados en su día con los drásticos cortes y numerosos añadidos de su editor Gordon Lish, y la misma editorial Anagrama publica también el manuscrito original de En la carretera de Jack Kerouac.
En las recuperaciones, no todo es loable restitución literaria. A veces se oculta el interés económico de hallar una nueva vía para recibir ingresos de un libro cuyos derechos de autor han pasado a dominio público o se reviste de novedad para que el lector arrincone el antiguo y vuelva a comprar la nueva versión.
Edhasa puso fin en el 2005 al caso más clamoroso. En España se había eternizado la versión de La montaña mágica de Thomas Mann que Mario Verdaguer hizo del francés. Isabel García Adánez la tradujo del alemán e incorporó fragmentos olvidados en la versión anterior.
Las editoriales suelen favorecer las traducciones directas, aunque aún está extendida la práctica de camuflar bajo el nombre de dos traductores –uno que entiende el idioma del texto original y otro que domina el castellano– lo que en realidad no es sino una versión indirecta supuestamente cotejada con el original. En otros casos, incluso en editoriales con fama de sesudas y de aplicar un maniático rigor en sus ediciones, en alguna ocasión se parte de una traducción antigua y el avispado editor se limita a remozarla.
Una traducción directa del original no garantiza su calidad. A menudo la búsqueda de literalidad esteriliza y hay también rarezas como los libros de Gombrowicz traducidos por los cubanos Virgilio Piñera y Humberto Rodríguez Tomeu o por el catalán Gabriel Ferrater, sin saber polaco.
La falta de especialistas en chino y japonés hace que en estos idiomas quede mucho por hacer. Una quincena de títulos han sido traducidos recientemente del chino, aunque siguen siendo mayoría las versiones de una lengua puente, como sucedió con Grandes pechos amplias caderas de Mo Yan o La montaña del alma del Nobel Gao Xingjian, entre otras. En japonés hay obras de Kawabata vertidas del inglés y del francés, por no señalar ejemplos de títulos en idiomas centroeuropeos (Miloscz) o asiáticos. El fenómeno Larsson y el boom de los autores nórdicos disparó la demanda de traductores del sueco y aun así la versión catalana de dos de los tres volúmenes de Millennium se hizo del francés.
En las librerías españolas coinciden varios títulos que suponen otro tipo de recuperación de textos originales. Debutantes restituye la integridad de los textos de Carver que fueron publicados en su día con los drásticos cortes y numerosos añadidos de su editor Gordon Lish, y la misma editorial Anagrama publica también el manuscrito original de En la carretera de Jack Kerouac.
En las recuperaciones, no todo es loable restitución literaria. A veces se oculta el interés económico de hallar una nueva vía para recibir ingresos de un libro cuyos derechos de autor han pasado a dominio público o se reviste de novedad para que el lector arrincone el antiguo y vuelva a comprar la nueva versión.
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