Con la calidad a la que nos tiene acostumbrados, Adam Kovacsis publicó el siguiente artículo en El Trujamán, del 15 de octubre pasado.
Karl Kraus traduce a Shakespeare
En el mundo de la traducción no cabe todo, pero sí mucho. Incluso que alguien se jacte de traducir de una lengua que no conoce. Es lo que hizo Karl Kraus (foto) al verter al alemán los sonetos de Shakespeare. Su versión era, de hecho, una respuesta a la que el poeta Stefan George había realizado hacía más de veinte años, pero que el satírico austríaco sólo leyó en el otoño de 1932. El trabajo de Kraus se publicaría en forma de libro el 1 de marzo de 1933.
Medio año antes, el 24 de octubre, en una lectura pública de un ensayo suyo titulado «Sacrilegio contra George o desagravio de Shakespeare», señaló: «después de aquel acto [la traducción de George], y después de compararlo con anteriores y posteriores actos perpetrados por la guerra alemana contra la propia lengua, tomé la decisión de intentarlo con Shakespeare y de competir con George, para lo cual no necesito tanto saber inglés como alemán. El inglés ya me lo da George». Kraus llevaba años centrándose de manera tenaz en el cuidado y el cultivo de la lengua alemana, que veía amenazada por el periodismo, por ciertas corrientes literarias esteticistas y también por el ascendente nacionalsocialismo.
En aquel ensayo que luego publicaría en su revista Die Fackel (885-887, diciembre de 1932), Kraus criticaba que George pusiera los acentos en sílabas que no portaban significado y que no acentuara donde sí correspondía. Consideraba cada verso «madera muerta». Rechazaba el gesto elitista de George que seducía a un público adiestrado por el lenguaje periodístico: «lejanía del lenguaje y proximidad a la época». Definía la traducción del poeta simbolista como una «simplificación del genio, en resumen, una mezcla de diletantismo y pequeña burguesía» que presentaba «todas las variantes de la banalidad». La versión de George procuraba, según él, «domesticar el caos vivo y transformarlo en la propia insustancialidad lingüística». Hablaba Kraus de un «doble atentado contra Shakespeare y la lengua alemana».
Ya en los años veinte se había opuesto («Escenas de brujas y otros horrores», Die Fackel 724, abril de 1926) a las nuevas traducciones de los dramas shakespearianos y se había ensañado particularmente con las versiones de Gundolf, un miembro destacado del círculo de Stefan George; no veía en ellas más que otro síntoma del aplanamiento, empobrecimiento y aburguesamiento generalizado de la lengua. Les reprochaba, en particular, su insistencia en la literalidad. La idea que Kraus tenía de la traducción: «que se imponga la impresión de que el escritor, viviendo en este mundo y en esta lengua, no habría escrito de otra manera».
Lo curioso es que la versión de los sonetos de Shakespeare realizada por Kraus refleja perfectamente el lenguaje shakesperiano, quizá porque ambos lenguajes están emparentados, amantes los dos de las antítesis, de la lógica compleja y barroca. Esto se debía también a que Karl Kraus se había embebido en su juventud del teatro de Shakespeare, que tuvo muy presente en toda su vida y en toda su obra. Se impregnó de Shakespeare; se lo sabía de memoria —en particular, el traducido por August Wilhelm Schelgel, que consideraba una de las cumbres de la literatura en lengua alemana—. No hay en Kraus ni una pizca de desprecio a la traducción. Esta era para él tan sagrada como el original. Y en este caso concreto, todavía más.
La versión de Kraus fue publicada en Viena por la editorial Die Fackel cuando en Alemania ya gobernaba el nacionalsocialismo. Una radio de Colonia le pidió dos ejemplares para reseñar el libro. Kraus contestó que por principio no enviaba ejemplares gratuitos para reseñas, pero que, además, se sentía obligado a preservar a la emisora de un grave error, de una violación de las leyes vigentes: la obra estaba publicada en idioma alemán, pero sin la preceptiva mención de que se trataba de una traducción del hebreo. Con esa indicación debían publicarse en la Alemania nazi los trabajos literarios de autores judíos. Kraus recomendaba, por tanto, a los redactores de la radio que se conformaran con George.
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