Elogio de la traducción
Siempre me han molestado los libros de poemas en edición bilingüe, sobre todo los que llevan el texto original a un costado. Gozan de un falso prestigio, el del rigor comparativo, y lo único que hacen es estorbar la lectura, convirtiéndonos en improvisados filológos, cuando sólo queremos leer poesía. Para los que quieren echar un vistazo a los poemas en lengua original, éstos deberían ir al final del libro, en letra pequeña por añadidura, y dejar en paz a la pobre traducción, que sólo pide respirar a sus anchas. Con los poemas originales a un lado se crea un tipo de lectura estrábica: ni se disfruta la traducción, porque se la mira como una especie de copia mal lograda, ni se penetra en los originales, que la mayoría de los lectores no puede leer (pues si pudiera hacerlo no necesitaría de la traducción). No sé otros, pero cuando leo un libro de poesía me gusta sentir que el poema que estoy leyendo está acompañado por el que lo precede, y con frecuencia interrumpo la lectura del nuevo poema para releer el anterior. La lectura, en vez de algo lineal, se va haciendo a base de avances y retrocesos, de contaminaciones entre los poemas, de mezclas e interrupciones que dan vida a una conversación apretada. Por esta razón, leer un libro de poemas es muy distinto a leer una antología de poemas, donde los nexos entre un poema y otro han sido cortados por el antologador. Pero esta conversación subterránea, que el autor ha construido ponderando cuidadosamente el lugar de cada poema en el libro, se ve todavía más neutralizada, por no decir estropeada, en las ediciones bilingües que traen la traducción a un costado, donde los originales se interponen como gendarmes entre un poema y otro, arrojando sobre la traducción una sombra de sospecha, parecida a la de un reo en libertad condicional. Por eso, pese a la cantidad estratosférica de traducciones que existen, seguimos traduciendo con pesar y no con alegría, como quien aplica una prótesis, un remedio extremo a un mal incurable, y no con la emoción de una segunda chance, de un recomienzo.
No estoy de acuerdo con esa aversión hacia las ediciones bilingües. A veces pareciera que el traductor literario, y sobre todo el de poesía, siente miedo o antipatía ante la coexistencia de original y traducción sobre el papel (habla así Morabito de los originales como gendarmes), como si los lectores fuéramos a relizar un cotejo maligno en busca del gazapo... y, de rebote, como si la comparación fuera a ensombrecer las cualidades de la traducción. Ese es un miedo que, en mi opinión, no está justificado y que parte del prejuicio del traductor. La mayoría de los lectores (y más los que nos dedicamos a la traducción, aunque sea la técnica) sí buscamos conscientemente el cotejo de original y traducción, pero en la mayoría de los casos (eso creo yo) se compara con sorpresa y con emoción, no con la "emoción de las segundas chances", pero sí con la de asombrarnos y maravillarnos ante los logros de la traducción, que cristaliza en muchos casos lo que habíamos creído imposible.
ResponderEliminarNo me gusta que se destierren los originales al final y en letra pequeña, porque esta minimización la percibo como un miedo a la comparación que empequeñece, este sí, la importancia del poema traducido.
María
María, la de Morábito es una de las muchas posiciones que existen sobre la cuestión. Y en el caso de la poesía hay que andarse con especiales reparos. Para algunos, la traducción es un poema original autónomo, aunque surgido de un original previo; para otros, apenas una referencia. Luego, unos y otros optan por traducciones que intenten remedar el ritmo del original –tarea más bien imposible– o directamente se olvidan del ritmo y se concentran en el sentido. Y para cada una de estas divisiones existen múltiples matices y subdivisiones. ¿Quién tiene razón? La discusión nunca termina de dirimirse y difícilmente pueda hacerlo. Apenas queda expresar, como lo hiciste, un punto de vista al que podrán oponerse otros. Supongo que es este ejercicio el que permite que sigamos leyendo, ¿no?
ResponderEliminarPues sí, Jorge, así es. Quizá el problema sea más enjundioso de lo que me había parecido de entrada. Tu respuesta me ha revelado matices que lo hacen más complejo y que yo no había tenido en cuenta. En cualquier caso lo que expongo es, y después de las puntualizaciones que me haces me queda aún más claro, una mera opinión a la que se pueden oponer otros criterios.
ResponderEliminarLo que sí me gustaría apuntar es que aun cuando se esté convencido de la naturaleza de original autónomo de un poema "en traducción" como a veces se dice, su coexistencia sobre el papel con el original no merman, en mi opinión, tal autonomía. Al contrario, la coexistencia y el consiguiente cotejo de ambos puede incluso dejar más clara su independencia. Sigo pensando que temer la mera presencia del original como si fuera un peligro para la concepción de obra autónoma del poema en su versión traducida parte de un miedo que no está del todo fundamentado y que, a su vez, nace de una concepción del lector como buscador del error del traductor, como si tal cosa existiera realmente... pero ese es un tema del que se puede hablar largo y tendido...
Muchas gracias por tu respuesta y tus matizaciones.
Un saludo.
María
Me alegra, María, que podamos pensar juntos. Sumo entonces otro matiz: a veces la razón por la que está ausente el original no es ideológico, sino económica. Hay que pensar que cuando se trata de publicar un libro en el idioma de partida y en el idioma de llegada el número de páginas se duplica. Pero también hay otra cuestión que pocos consideran: cuando se paga por los derechos de autor para traducir, se está pagando exclusivamente la posibilidad de reproducir el texto traducido; el texto original también debe pagarse porque es otra cosa. Por lo general, los editores o no lo saben o se hacen los que no lo saben, pero a la hora de ir a pedir subsidios a la traducción este tipo de comportamiento influye en las decisiones de quien los otorga.
ResponderEliminarYa ves, una circunstancia del todo ajena las razones lingüísticas también puede resultar determinante.
Cordialmente
Yo rescato del artículo de Morábito la idea de que un libro de poesía tiene un sentido, el que pensó el autor, igual que un disco. Nunca me gustaron los Grandes Exitos porque precisamente se rompe la armonía de cada uno de los discos, pensados como tal. La sucesión de las canciones dice mucho, igual que la sucesión de poemas. Ahi si creo que una edición bilingue con el texto en ambos idiomas rompe, de alguna manera, ese sentido original, pero sobre todo me parece que afecta a quien lee los dos idiomas. Las ediciones bilingues creo que sirven mas para estudiar (el idioma, la traducción) que para leer. Igual, tener a la vista cualquier traducción de un texto junto al texto original ilumina, estimula, cuestiona en muchos sentidos. Personalmente sigo prefiriendo, a la hora de leer, simplemente eso, el texto solitario (original o traducido, que funcionan al mismo nivel para quien lee por primera vez).
ResponderEliminarSaludos!
Julieta
En primer lugar, muy interesantes los elementos extraliterarios que introduces, Jorge. Parece que ahí hay mucha tela que cortar y la verdad es que esta perspectiva añadida aporta un contorno bien distinto al problema. Me doy cuenta de lo poco que sabemos de cómo lo que parecía una decisión según criterios artísticos y literarios ha pasado, sin nuestra más leve sospecha, por otros tamices menos estéticos...
ResponderEliminarY, desde luego, el aspecto que rescata Julieta de la (por otra parte, estupenda reflexión de Fabio Morábito)me parece muy comprensible. Es cierto que la interacción entre los poemas que establece el orden definido por el autor del poemario es un elemento esencial, con una dimensión significativa irrenunciable. Pero no me parece que la presencia del poemario original a un costado rompa tal interacción. Creo que su presencia supone una información optativa más: podemos ignorarlos si queremos, si no deseamos ver la dinámica del poemario interrumpida. Pero además, para mí, la presencia de los originales establece una nueva dinámica que se añade a la interacción vertical de un poema con los que le preceden y los que le siguen: una dinámica horizontal de original a traducción que, siempre desde mi punto de vista, suma más que resta.
De nuevo, gracias por las puntualizaciones.
María