viernes, 25 de febrero de 2011

¿Un cambio de paradigma?


El talentoso periodista Andréx Hax, nacido en los Estados Unidos, pero de padres chilenos, suele escribir muy buenas columnas y publicar excelentes entrevistas en la revista Ñ. En la ocasión, y con fecha del 22 de febrero, publicó lo que sigue en Ñ digital. Se trata de un punto de vista por demás atendible y que arroja no pocas dudas sobre las supuestas bondades de los libros electrónicos.

Un libro electrónico no es un libro

En lo que va del año la noticia más impactante sobre el e-book no tuvo nada que ver, de rigor, con los e-books. Estamos hablando del cierre de la librería estadounidense, Borders, una cadena nacional que en a fines del 2010 tenía más de 500 megatiendas en ese país. Una de las causas principales en la estrepitosa caída de ventas –que resultó en la declaración de bancarrota por la empresa el 16 de febrero de este año– es el pase de los consumidores al libro electrónicos, en obvio detrimento de los libros hechos y derechos. Es profundamente irónico que los bibliófilos estadounidenses estuvieran de luto por una organización que hace unos diez años, no más, era odiada por los mismos bibliófilos por amenazar la supervivencia de las librerías independientes. Aunque el libro electrónico esta en su plena infancia si hay algo que esta claro es que no va ser una novedad pasajera. La tableta de lectura más popular, el Kindle de Amazon, está recién en su segunda versión. Las críticas del Kindle 2 fueron muy positivas, declarando un salto en calidad significativo, tanto en el dispositivo electrónico como en la tecnología de “tinta-electrónica” o e-ink. En estos tiempos de crecimiento exponencial de la tecnología uno solo puede imaginar que el Kindle —o su símil— dentro de una década será un aparato formidable.

¿Qué resistencia posible hay frente este cambio de paradigma? ¿Qué podemos decir nosotros que hemos pasado nuestras vidas —que hemos dado sentido a nuestras vidas— a través de la lectura, compra, colección y relectura de Libros?

Tal vez lo único que nos queda es resistir privadamente y, por lo menos, dejar un grito en el aire constatando nuestra opinión sobre esta revolución de magnitud gutenberguesca.

En esta columna quisiera defender mi opinión: un libro electrónico no es un libro y nunca será un libro. Y por más ventajas que tiene y que tendrá el e-book (a quién no le gustaría tener acceso a los contendidos completos de las grandes bibliotecas del mundo, algo que, si Google Books cumple su objetivo, será una realidad) nunca hay que olvidarse que el libro electrónico no solo no es un libro, si no es un anti-libro. Por más que el contenido textual de, por ejemplo, La guerra y la paz, es idéntico en un libro que en un Kindle o un iPad, ese texto electrónico está muy lejos de ser un libro. ¿Por qué? Veamos.

Esto no es un libro
La diferencia más crucial, importante y notable entre un Libro y un libro electrónico es ésta: Cuando uno lee un libro está solo. Leer un libro es una acción solitaria, silenciosa (o no, si uno lee en voz alta), pero absolutamente personal y privada. Por lo contrario, cuando uno lee un libro electrónico hay siempre una empresa detrás que está leyendo lo que usted está leyendo. Cada “página” que da vuelta, sus tiempos de lectura, cada anotación que hace, la colección de libros que tiene (dentro de su tableta), las horas en cual lee, cuán rápido lee — todo, todo, todo, vinculado con la lectura de ese texto, queda registrado en un servidor de una empresa privada.

Se podría enumerar decenas de diferencias más, pero para los propósitos de esta columna quisiera indagar sobre el significado de esta fundamental diferencia entre los Libros y los e-books.

¿Qué significa comprar un Kindle?
Comparemos la compra de un Libro y un Kindle.

Libro: entro en una librería, compro un libro con efectivo y me voy. Ese objeto es mío. Listo, se terminó. Si quiero, lo quemo para hacer un asado o lo convierto en una obra de arte cortando sus páginas. Si no, lo puedo escribir, subrayar, anotar de la manera que se me antoja: con pinceles de varios colores, con broches, con papeles pegados, escritos, comentando el texto. Se lo puedo prestar a un amigo. Lo puedo dejar en el banco de una plaza para que lo encuentre otro… Es mío y lo que hago con él es cosa mía.

Me compro un Kindle. Primero, ese aparato esta vinculado a mi nombre, a una tarjeta de crédito mía (no se puede comprar en cash) que esta vinculada a un domicilio legal (no puedo tener una tarjeta de crédito sin un domicilio legal). Aun ni siquiera me he comprado un libro y he entrado en una relación en la cual entrego mis datos más íntimos a un tercero.

El Kindle llega en una caja y, al estilo Apple, viene con un manual de instrucciones que, coquetamente, enfatiza lo sencillo que es operar esta maquinita que te dará acceso a miles sobre miles de textos electrónicos. Hasta acá, todo bien, ¿no es cierto?

En el Kindle que yo me compré el manual consistía en un librito de seis páginas de cartón delgado con cinco pliegues que se abren como un acordeón. La parte delantera es un texto escueto con diagramas claros en papel blanco, brilloso.

Y ahora vamos al Gran Hermano.

Da vuelta el manual y ve cinco páginas de texto chico debajo de un título humilde que dice “Important Product Information”. O sea, información importante sobre este producto.
Y lo que sigue es el contrato que firmó, de facto, al comprar el Kindle y —además— el contrato que firmarás, de facto, cada vez que compras un texto electrónico para el dispositivo.

El sexto subtexto se titula: “Your Conduct”. Tu conducto.

¿Perdón? ¡Qué dijo! ¿Mi conducta?

Imagínate devuelta en la librería. Pagaste tu libro en cash y estas por partir cuando el librero te para: “Momentito,” te dice. “Acercase acá que tiene que firmar un contrato si va a leer ese libro. Por favor, no se moleste. Es un procedimiento común que les hacemos a todos nuestros clientes. Hay unas cláusulas sobre cómo usted puede usar el libro. Igual, no se preocupe si no quiere firmar. Ya le tenemos registrado y de hecho por comprar el libro ha firmado el contrato.”

Tu conducta
Entre varias otras cosas, esta estipulado que no puedes prestar el libro; que, en el caso de diarios y revistas, Amazon reserva el derecho de cambiar los términos del contrato de compra; el aparato en si, y sus contenidos (tanto software como hardware) pertenecen a Amazon y no tienes el derecho de interferir con su funcionamiento de ninguna forma; Amazon recibirá información de tu dispositivo: “Anotaciones, bookmarks, apuntes, subrayados o tales marcas están respaldados por el Servicio, y la Información que recibe es sujeta al contrato de privacidad de Amazon.com”Amazon no se hace cargo de ninguna perdida de información. Si has violado los derechos Intelectuales de Propiedad del aparato o sus contenidos, “Amazon puede buscar recompensación legal en cualquier estado o juzgado federal en el estado de Washington…”

Hay más: “Amazon reserva el derecho de cambiar las condiciones de este Acuerdo… En el caso que lo haga tu uso continuado del dispositivo implica tu acuerdo de estas revisiones del contrato…”
Si Amazon decide que tú has quebrado con el contrato – o futuras revisiones del contrato – esta en derecho de suspender tu uso del dispositivo y cancelar tu acceso a toda la información que ellos tienen almacenados sobre tu uso del dispositivo y sus contenidos.

Yo resistiré. No me interesa firmar un contrato para leer un libro. No me interesa que una empresa me imponga las condiciones de mi lectura. No me interesa cambiar comodidad por mi privacidad. No me agrada el tono agresivo ni los términos del contrato en el cual el único con poder es la empresa proveedora. No acepto.

Esto no es un libro.

1 comentario:

  1. muy interesante artículo, del cual comparto no pocas premisas y conclusiones. curiosamente, me ha dejado la sensación sublingual, digamos, de que no fue escrito originalmente en castellano, de que es una (quizás auto) traducción. más allá de eso, creo que expresa con agradecible claridad algo que nos cuesta hacer explícito, porque nos quedamos en la sensación: el ibuc no es un libro.
    no deja de ser llamativo que para la ley española, al menos, que es la que conozco, tampoco -en términos estrictos- lo es, ni puede llamarse edición al proceso por el que se reproducen, distribuyen y explotan esos artículos, simplemente porque una edición es algo tangible, finito y extinguible.
    estamos, por tanto, y sumando ambos temas, ante un paradigma que introduce dos aspectos de los que el libro de papel felizmente adolece: control electrónico del usuario, que regala información privada a cambio de nada, versus opacidad comercial, porque la empresa que comercializa el artículo no tiene que dar cuenta de la extensión y límites de la producción y explotación de lo que vende.
    saben más de uno al tiempo que sabemos menos de ellos. orwell se equivocó en un detalle: el que te vigila no es el estado, son las grandes empresas.

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