Casi todos los blogs de poesía argentina están anunciando hoy que ayer, 21 de abril, murió Javier Adúriz, gran poeta, crítico y traductor de poesía, pero sobre todo un gran y querido amigo al que nos unen más de treinta años de cariño y complicidad.
A fuerza de pasión, Javier logró contagiarnos su entusiasmo y su asombro. Fue igualmente generoso con los colegas, así como con las varias generaciones de aprendices de escritores que lo escucharon y aprendieron de él con verdadera devoción. Para unos y otros siempre tuvo palabras de aliento y, no pocas veces, también de consuelo. Así, en su compañía es probable que nos hayamos sentido mejores personas. Se trata de méritos mayores por los cuales muchos vamos a estarle eternamente agradecidos.
Ahora nos quedan sus poemas, sus muchas reflexiones sobre la poesía y los poetas y los varios libros que tradujo. También, para quienes lo quisimos y tratamos, el recuerdo de su voz inolvidable, de su contagioso sentido del humor, de su piedad, su bonhomía, su enorme dignidad.
Da bronca escribir sobre Javier en pasado. Ojalá estemos a la altura.
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