Hay que hablar
De esto hace ya una pila de años. Iban mi hermana y su novio de entonces en un taxi porteño. Habían vuelto de España hacía poco (no sé si esto viene a cuento) y estaban haciendo franela o chapando, que así eran las denominaciones de la época. El chófer los iba relojeando por el retrovisor con cara de mal jugador de póker: tenía una mano mala y no sabía o no quería disimularla. A medida que se sucedían las paradas en los semáforos, la zozobra del taxista iba en aumento, pero ellos seguían impertérritos a lo suyo. De pronto, en una luz roja especialmente larga, el tipo no aguantó más. Carraspeó todo lo fuerte que pudo y cuando la pareja aflojó un poco los miró ceñudo por el retrovisor y dijo: ¡Hay que hablar!
No era envidia. El hombre defendía las reglas de su espacio. A un taxi se sube para ser transportado y hablar. Él estaba cumpliendo con la parte que le correspondía pero sus pasajeros se comportaban como si ignoraran su responsabilidad, como si bastara con que solo una parte de la pequeña sociedad constituida por chófer y clientes tirase del carro social y la otra se dedicase a holgar. Y no, no era eso. Porque el viaje se pagaría, una vez terminado, en monedas pero la presencia del Otro en tan reducido espacio merecía una atención intelectual, no dineraria. Estoy acá, y acá hay que hablar.
Algo parecido ocurre en los espacios reales y virtuales (como este blog mismo) en los que nos subimos al taxi de las opiniones ajenas y dejamos que nos lleven sin cumplir con nuestra obligación de buenos pasajeros y hablar con el chófer. Leemos, a veces no íntegramente o en todo caso con endémica distracción, y reaccionamos para dentro, mudamente, atónitamente, como si la cosa no fuese con nosotros. Quizás no los veamos, pero los ojos ceñudos del conductor nos escudriñan por el retrovisor: dejensen de mirarse el ombligo, chicos. Hay que hablar.
Claro que, para hablar, hay que tener algo que decir.
Hablar, por otra parte, no es gritar ni cuchichear ni tararear la canción del verano del 42, ni pulsar el botón de me gusta tu última huevada. Hablar es establecer un diálogo en el que ambas partes disfruten del intercambio y se sientan tan escuchadas como sensatamente refutadas. Hablar es compartir pareceres y señalar desavenencias, pero también es darle algo al Otro que el Otro no tenía. Yo digo mi mentira, vos decís la tuya y del maridaje de ambas surge una tercera, nueva, más elaborada e igual de efímera. El juego es ese: hay que hablar.
O franelear para siempre.
Esto lo dice muy bien Carmen Martín Gaite en esta entrevista: http://www.youtube.com/watch?v=xneghczQaPY y sí, hay que hablar y conversar...
ResponderEliminarMe pregunto si la recomendación anterior se refiere a una señora del mismo nombre, ensayista y traductora, que dejó dicho (y escrito) que los escritores latinoamericanos no interesaban demasiado (a nadie) y que, de todos modos, no podía opinar porque no los había leído. Como lo dijo muchas veces y muchos años, debe tratarse de otra persona: una sosias dialogante, inventada por el panhispanismo para vender más humo.
ResponderEliminarMe gustaría hacer cuatro preguntas retóricas que se resumen en la cuarta. Las siguientes: ¿Cuántas veces en la vida escolar, universitaria, profesional, familiar, necesitamos consultar las obras de la academia, del país que sea, para escribir o hablar? ¿Quién está dispuesto a comprar las últimas, y las que vendrán, que son carísimas fuera de España? Si no se necesitaron antes ni se piensan usar en el futuro, ¿quién va a poner en práctica esas vertiginosas y cambiantes normas que, desde luego, no parecen imprescindibles ni lo serán en el porvenir? ¿A quién le van a vender este frenesí?
ResponderEliminarEsto pertenece a los post anteriores, pero no parece molestar después de la exhortación a la palabra.
Estimada María:
ResponderEliminarProbablemente ni usted ni yo vayamos a comprar las obras en cuestión, pero los diarios, las revistas, las editoriales y, finalmente, las currícula escolares tarde o temprano terminan adoptando esas normativas que, como usted bien dijo, en principio no le importan a nadie, pero luego terminan importando. De ahí la necesidad de denunciar esas situaciones claramente coloniales ya que, dicho sea de paso, por la importancia de la lengua, hay mucho dinero en juego.
Inés, pues conozco bastante la obra de la Gaite, novelas, artículos, entrevistas, etc y no le conozco una afirmación así, aunque dos personas llamadas "Carmen Martín Gaite" dudo mucho que haya... ¿Me podrías pasar alguna referencia en la que dejara por escrito lo que comentas? Por un lado -conociendo el talante de la Gaite- me extraña que dijera algo así, pero por otro, -conociendo su círculo literario, formado principalmente por los escritores españoles de posguerra- quizás hiciera esas declaraciones en referencia a sus gustos literarios. La verdad es que si tienes alguna referencia, como te decía antes, me interesa mucho el tema.
ResponderEliminarEnchantée.
ResponderEliminarInfame turba de Federico Campbell, Barcelona, Lumen, 1971 y 1994; Los españoles y el boom de Fernando Tola y Patricia Grieve, Caracas,Tiempo Nuevo,1971. Son entrevistas.
Geniales las del libro de Campbell. Sorprendentes todas porque, salvo excepciones, aquellos escritores conocieron lo que se escribía en América Latina con cuarenta años de atraso e interpretaron que esa literatura, en la misma lengua, no tenía nada que ver con ellos. Desdén inexplicable y duradero, salvo operaciones editoriales, que llega al presente.
Lo que molesta (y pido disculpas por mi irritación) es que lo desdeñado ahora se nos está vendiendo en el paquete de la marca España y el ridículo panhispanismo.
Véase, por ejemplo, unos artículos que está ofreciendo ahora mismo el diario El País, ilegibles dicho sea de paso, donde el disfraz caribeño se combina con la sublime pavada. En América Latina hay gente harta de que España nos considere un negocio. Muy harta.
España tiene una cultura interesantísima en cuatro lenguas. Y aunque no hubo en los dos últimos siglos escritores que los lectores de otras lenguas quisieran leer, me parece que tienen algunos autores quizá prometedores. Rogaría, como latinoamericana, que se ocuparan de administrar ese patrimonio y nos dejaran en paz. Somos países, países diferentes, no colonias.
Carmen Martín Gaite tuvo el enorme mérito de decir lo que pensaba. Me encantaría que hoy se le hiciera caso. Agur.
Estimados todos:
ResponderEliminarMuy brevemente quería deciros que, por lo que a mí respecta, creo que hay un factor disuasorio enorme en esa norma del anonimato. Yo antes participaba hasta que otra de las personas que intervenían llamó la atención sobre el hecho de que yo lo hacía simplemente con mi nombre de pila y ante mi negativa a identificarme más allá de mi nombre de pila y actividad, me pedísteis que no volviera a intervenir.
El único que planteó que se me dejara seguir interviniendo fue el Sr. Ehrenhaus, precisamente con el argumento de que era interesante oír más voces.
Pienso que siempre y cuando se intervenga con arreglo al hilo planteado por el posteo y con educación, esta cuestión no debería ser un problema. Pero soy consciente de que vosotros no sois de esta opinión.
Quería mandaros un saludo muy cordial y dar las gracias sobre todo por las fantásticas conferencias que estáis emitiendo para todos. Me han encantado las de Tavarovsky, Garramuño y, sobre todo, la de Gwyn.
María
Estimada María:
ResponderEliminarLa regla de publicar a quien firme está puesta para evitar que, como suele ocurrir en muchos blogs, quien escriba no se sirva del anonimato para injuriar, falsear o incomodar a quienes hacen el gasto de escribir con nombre y apellido. Yo puedo comprender la timidez de otras personas ante la eventualidad de la exposición pública, pero, con todo, deberíamos ser justos, ¿no? Con todo, María, como administrador del blog, me tomo el trabajo de leer y de fijarme de que lo que se sube aquí, me guste o no, sea pertinente. Y usted siempre ha hecho comentarios pertinentes, por lo que le pido una vez más que revea la posibilidad de seguir participando en nuestras discusioens.
Con la cordialida de siempre