Un artículo de Bernardo Subercaseaux, publicado en la Revista chilena de literatura, n.72 Santiago de Chile, abril de 2008, que da cuenta de la situación de la edición en Chile. Por su extensión se lo ofrece en dos partes.
Editoriales y círculos intelectuales en Chile 1930–1950
La época de oro
Entre 1930 y 1950 se produce una expansión editorial que ha sido considerada –teniendo en cuenta la atrofia posterior– como "la época de oro de la industria editorial y del libro en Chile"1. Los catálogos editoriales, las memorias y artículos de prensa –a falta de estadísticas– son reveladores de esta expansión. Indican, en primer lugar, que la actividad editorial ya se ha constituido plenamente en su sentido moderno. Las antiguas imprentas Barcelona, Cervantes y Universo –que más bien eran empresas manufactureras y prestadoras de servicios–han cedido el paso a grandes editoriales (con más de 50 empleados u obreros) como Zig–Zag y Ercilla, editoriales con proyección en el mercado hispanoamericano; a otras medianas, de carácter familiar, como Nascimento y Letras, que también tienen presencia en América Latina, e incluso a algunas más pequeñas y de corta vida, como Cruz del Sur y la Editorial Walton , del poeta Julio Walton, editoriales que no por ser pequeñas dejaron de tener significación cultural. Los catálogos indican, además, que la producción de libros tiene en el momento que sigue a la crisis de 1929 y hasta mas o menos 1950, una notoria expansión. Dando cuenta de este fenómeno, Tomás Lago, escribía en 1934: "Se ha puesto en evidencia que hay un público bastante numeroso que lee... los editores han comprendido que la impresión de libros no es una locura comercial... han surgido numerosas editoriales, sobre todo a partir de 1931, fecha en que cesaron las importaciones de libros. Todos sabemos como empezó esta industria chilena: pequeños capitales invertidos en imprentas y librerías empezaron a producir obras traducidas de todos los idiomas. La facilidad para editar obras, tomándolas libremente de los pocos ejemplares que llegaban al país, sin autorización especial alguna de los autores, permitió producir un libro barato, variado y profuso que satisfizo con largueza al público. Las novedades más recientes de la literatura mundial se encontraban en los puestos de diarios... El comercio editorial se ha desarrollado profusamente al margen de la ley. Como no llegan libros de afuera o llegan sumamente recargados de precio por las dificultades de importación, cualquier obra que se publique es recibida con avidez por el público y se agota rápidamente. Se publica todo y se vende todo... Al abaratarse, la literatura ha salido de la librería para llegar hasta la calle a competir con el periódico"2.
En 1941, examinando el "escaparate editorial" de ese año, el crítico Hernán del Solar, decía "Ercilla, Zig–Zag, Nascimento y Cultura: estos cuatro nombres definen nuestra actividad productora de libros... son las que imprimen su sello en cuanto volumen de algún valor anda con un hecho en Chile por las ciudades americanas. Para que se advierta el esfuerzo de estas casas editoras, basta coger el catálogo de cualquiera de ellas. Obras de todos los géneros, de todas las tendencias, de todos los tiempos3. Pasa luego revista a una larga lista de títulos, entre los que destaca, de Ercilla: El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría; Chile o una loca geografía, de Benjamín Subercaseaux; El destino de América Latina, de S. Guy Inman; A través del desastre y Humanismo integral, de Jacques Maritain; On Panta, de Mariano Latorre; Una novela que comienza, de Macedonio Fernández y La salvación de los judíos, de León Bloy. De Zig–Zag: Bolívar, de Marshall y Crane; Hitler, de L. Bertrand; Cumbres borrascosas, de Emily Bronte; Huellas en la tierra, de Osear Castro y Antología poética, de Juana de Ibarbouru. De Nascimento: La amortajada y La última niebla, de María Luis Bombal. También Otoño en las dunas, de Pedro Prado y Oro de Indias, de José Santos Chocano. De Cultura, señala Nuevos cuentistas chilenos, de Nicomedes Guzmán.
En esta expansión incidieron tanto factores económicos, como políticos y sociales. Entre los primeros está el propio crack capitalista de 1929, que hizo difícil obtener las divisas necesarias para importar libros desde el mercado externo y que estimuló por ende la producción nacional. También tuvo incidencia la situación europea, que en medio de fascismos, turbulencias políticas y de la Segunda Guerra mundial, se tradujo en un campo de negocios editoriales ostensiblemente alterado en términos de comunicación, contratos, envío de libros y derechos de autor. De allí que algunas editoriales chilenas imprimieran (sobre todo entre 1937 y 1947) sin cancelar esos derechos, y teniendo equipos propios de traductores. Tal como señala un catálogo de la Editorial Splendor de comienzos de la década del cuarenta "la guerra civil española, primero, y la actual guerra mundial después, han cerrado, se puede decir, las fuentes de producción del libro, de donde se surtían los libreros americanos, y esto ha dado lugar a la formación de editoriales nativas, que cada día aumentan su producción y mejoran su calidad, supliendo en gran parte la escasez de libros que se sufrió durante un tiempo". Contexto éste que –sumado al hecho de que la industria argentina y mexicana solo despegan hacia el mercado hispano parlante después de 1950–favorecía ampliamente las posibilidades de la industria editorial y del libro chileno.
A partir de 1930 se consolidó una importante comunidad de lectores interesados por lo que ocurría en el mundo socialista, un público lector motivado por los distintos idearios y teorías de transformación de la sociedad capitalista. Fueron años en que el imaginario de la revolución se infiltró incluso en los programas de algunos partidos tradicionalmente de centro, como el partido radical. Los devaneos antisistemas que antes estaban presentes solo a nivel del discurso, dejaron de ser tales para convertirse en propuestas partidistas (de los Partidos Radical, Socialista y Comunista en la década del 30), y más tarde, en programas de gobierno (1964 y 1970).
En 1937, en un contexto internacional antifascista, se produce una unidad entre radicales, comunistas y socialistas, a los que se suma la Confederación de Trabajadores. A imagen de los Frentes Populares europeos se consolida el Frente Popular, que alcanza el gobierno con Pedro Aguirre Cerda en 1938, político radical que había sido Ministro del Interior en el primer gobierno de Arturo Alessandri Palma (1920–1925). El clima intelectual y cultural en la década del treinta, particularmente en los últimos cinco años, fue extraordinariamente sensible a la solidaridad con la lucha antifascista europea, sobre todo con la república española. Entre escritores, estudiantes y profesionales de sectores medios se creó la Alianza de Intelectuales para la defensa de la Cultura (1937–1940), imitando el Congreso de Intelectuales de Valencia, alianza antifascista en la que jugaron un rol destacado, entre otros, Pablo Neruda, Alberto Romero (que la presidía), Rosamel del Valle, Volodia Teitelboim y Benjamín Subercaseaux. El Frente Popular y sus sucesivos gobiernos –Pedro Aguirre Cerda (1938–1941), Juan Antonio Ríos (1941 –1946) con el interregno antidemocrático de Gabriel González Videla (1948–1950)–contribuyeron a este clima y a una izquierdización del espectro político e incluso del Estado. En efecto, del Estado provino la ayuda oficial al viaje del Winnipeg, viejo barco de carga que en agosto de 1939 zarpó de un puerto francés a Valparaíso, trayendo aproximadamente 2200 refugiados españoles, entre los que venían cientos de intelectuales, profesionales y artistas.
Los catálogos editoriales de la época, reflejan bien, como decíamos, este clima de izquierdización y de interés por la literatura de ideas en la intelectualidad local. En 1934, la editorial y librería Walton, la misma empresa que ese año publicó una novela de anticipación de Vicente Huidobro, titulada La próxima, ofrecía en su catálogo una serie de Cuadernos de Educación Proletaria, además de obras que examinaban con mirada favorable el avance del socialismo en el mundo y particularmente los casos de Rusia y China. Se traducían y editaban en Chile con extraordinaria rapidez "obras de circunstancia" en apoyo a la lucha de los republicanos españoles. Por ejemplo, en 1937, la empresa Letras, de propiedad de la educadora feminista Amanda Labarca (1886–1975) y de su marido, el político radical Guillermo Labarca (1878–1954), publicó en su colección "Studium", con traducción del propio Labarca, Detrás de las barricadas, una crónica del frente republicano realizada por el periodista inglés John Langdon–Davies, que había sido editada en inglés apenas un año antes en Europa. En la misma colección figuraban Manual de la nueva Rusia, de Anatole de Monzie; El cristianismo y la lucha de clases, de Nicolás Berdaieff; Regreso de la URSS , de André Gide e Historia de la Rusia Comunista , de G. Walter. Letras, no obstante ser una empresa pequeña y familiar, tenía representantes en Valparaíso y Santiago, en México y Uruguay. Son indicios claros de la presencia en la década del treinta de una comunidad de lectores políticamente motivados e interesados en el pensamiento socialista y en las transformaciones anticapitalistas que estaban ocurriendo en el mundo.
En el período que estamos recorriendo emerge también un pensamiento conservador con un proyecto autoritario de raigambre católica, que discute las ideas y los valores democrático–liberales y el ideario socialista. El mismo tiene, sin embargo, poca relevancia en el mundo editorial4.
Dentro de este clima de solidaridad con el progresismo europeo y latinoamericano, se produjo entre 1930 y 1950 una fuerte presencia en Chile de exiliados españoles y latinoamericanos. Republicanos españoles desde distintos ángulos contribuyeron a reanimar la industria del libro local. Intelectuales como Eleazar Huerta, Leopoldo Castedo y José Ricardo Morales se instalaron en el país. Lo mismo libreros y editores como Joaquín Almendros (creador de la librería y editorial Orbe), el librero Carmona y el editor y librero barcelonés de obras teosóficas Ramón Maynade, también el diseñador anarquista Mauricio Amster (que hizo escuela en el diseño de libros y revistas) y los hermanos Arturo y Carmelo Soria, animadores de la pequeña pero importante editorial Cruz del Sur. Esta editorial publicó la primera edición de bolsillo de Altazor, de Vicente Huidobro, también a Américo Castro, José Santos González Vera y Marta Brunet, todos en una serie de bien cuidados minilibros.
Además de los refugiados españoles, intelectuales de distintos países latinoamericanos acudían al "Santiago agitado y cosmopolita del Frente Popular", iban a Chile como quien va a la Francia de Sudamérica5. En la editorial Ercilla, por ejemplo, tuvieron una participación destacada los peruanos Luis Alberto Sánchez, Ciro Alegría, Juan José Lora, Manuel Seoane, Luis López Aliaga, Bernardo García Oquendo y Pedro Muñiz, todos ellos vinculados al APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) y perseguidos por los regímenes de Augusto Leguía (1919–1930), de Luis Miguel Sánchez Cerro (1930–1933), del General Osear Benavides (1933–1939) y del General Odría (1948–1956). Hubo también un grupo de venezolanos que se avecindaron en el país, expatriados por la dictadura de Juan Vicente Gómez (1922–1935), ese "duro y tosco pastor favorecido por el petróleo"6. Fueron años en que vivieron o estuvieron temporalmente en el país, según palabras de Luis Alberto Sánchez, una verdadera cofradía de intelectuales y políticos latinoamericanos, algunos por períodos muy cortos y otros por años y años. Entre ellos el venezolano Rómulo Betancourt, el colombiano Alfonso López Michelson, el ecuatoriano Alfredo Pareja Diez–Canseco; los argentinos Natalio Botano y Alberto Ghiraldo, y los bolivianos Hernán Siles Suazo y Víctor Paz Estenssoro. En la Universidad de Chile, durante el rectorado de Juvenal Hernández (1933–1953), se realizaban cada año Escuelas de Verano en que figuraban como profesores destacados intelectuales: Pedro Henríquez Ureña, Amado Alonso, Carlos Sabat Ercasty, Raimundo Lida y María Rosa Oliver.
Mariano Picón Salas (1901–1965), que vivió y estudió en Chile entre 1923 y 1936, rememora así el clima de aquellos años: "la palabra Revolución –recuerda–tuvo vibrante vigencia explosiva en los años que precedieron a la segunda guerra mundial. Y tanto las gentes de izquierda como de derecha (invocaban) míticamente ese vocablo que les permitiría forjar de nuevo el mundo a su imagen y semejanza... quisiera seguir discutiendo con los estudiantes de la Universidad de Chile cuando teníamos la obstinada fe de que de nuestras creencias y nuestras decisiones dependía el destino del Continente... ¿Qué íbamos a hacer los intelectuales ante la explotación y despojo que padecían nuestros pueblos?... Cualquier argumento en contra lo recibían como escrúpulo de intelectual pusilánime, de hombre que todavía no se templaba en el yunque ardoroso de la Revolución "7.
Las grandes editoriales como Zig–Zag y Ercilla (y en menor medida Osiris) no estuvieron ajenas a este clima. Por una parte, fueron empresas comerciales que diseñaron una morfología segmentada y diversa, destinada a atender y promover la demanda de distintos tipos de lectores en una perspectiva de masificación del libro. Abarcaron a través de diversas colecciones y series, desde la literatura americana hasta la europea y la norteamericana, desde novelas hasta biografías y poesía, desde literatura para niños y adolescentes hasta novelas policiales y de aventuras, desde series de economía, política y derecho hasta otras de consejos prácticos y manuales caseros. Ercilla tuvo incluso una colección especial titulada Biblioteca Femenina "un esfuerzo editorial –decía la propaganda–al servicio de ella". Contó también con un equipo propio de traductores.
Pero, además de esta orientación comercial, estas editoriales incursionaron en la literatura de ideas, la editorial Zig–Zag, por ejemplo, ligada por sus propietarios (los dueños de El Mercurio) a la derecha, editó en un mismo año, en 1938, A la sombra de las muchachas en flor de Proust y El materialismo histórico de Nicolás Bujarin. Editorial Ercilla, que a fines de 1936 tenía un catálogo de 800 títulos y durante algunos años llegó a publicar un título distinto cada día, tenía entremezclada en su catálogo una línea de publicaciones americanistas (alimentada ideológicamente por el APRA). En 1934 publicó Bolivarismo y monrovismo, de José Vasconcelos (de quien Víctor Raúl Haya de la Torre fue en su exilio mexicano una especie de secretario). Sobre el líder del APRA, Ercilla editó en 1934 la biografía de Luis Alberto Sánchez Haya de la Torre o el político (cuando el líder peruano tenía apenas 39 años). Más tarde, de la autoría del propio Haya de la Torre , la editorial publicó ¿A dónde va indo América? (1935); El antiimperialismo y el APRA (1935) y Ex combatientes y desocupados (1936). Y en 1937 publicó la novela Tierra de pan llevar, del escritor y político hondureno Rafael Heliodoro Valle, desconocido en Chile, pero amigo de Haya de la Torre en su exilio mexicano8.
Desde una perspectiva social, el período 1930–1950 se caracterizó por una fuerte incidencia de los sectores medios en la vida política, educacional y artística del país. Son años en que –especialmente a partir de 1938–se cimenta una organización de la cultura vinculada a un tipo de Estado que amplía sus bases de reclutamiento, y que afianza su legitimidad dando cabida a nuevos actores sociales que se expresan políticamente en el Frente Popular. Se trata de una organización de la cultura en que las demandas artístico–comunicativas tienden a canalizarse hacia el Estado, o hacia instituciones paraestatales de corte extensionista (como la Universidad de Chile); una organización de la cultura que se propone una redistribución de los bienes culturales hacia capas cada vez más amplias de la población9. Las capas medias, especialmente los sectores estudiantiles y profesionales, asumen y perfilan por una parte una identidad–móvil ascendente y por otra, una que busca consolidar una visión nacional–popular de la cultura, tanto en el plano interno como con respecto a América Latina. Se perfila así una tonalidad mesocrática, un nacionalismo continental, un estilo intelectual frentepopulista con algo de bohemia, de servicio público y de preocupación por las ideas, la literatura y la política; todo lo cual repercute en un clima de amistad y buena disposición hacia los intelectuales exiliados y sus causas.
Este clima refuerza el imaginario iluminista sobre el libro, que es, junto con el liceo y la Universidad , un espacio emblemático de los sectores medios, un espacio que en la época goza de gran legitimidad social. Se intensifica así la valoración del libro como instrumento del saber, como vehículo de cultura y también de movilidad y ascenso social; énfasis que implica, como contraparte, cierta reticencia frente al "libro–esparcimiento", al "libro–objeto" o al "libro como mera entretención". Los valores, la expectativa y la fisonomía social que acarrean los sectores medios inciden desde varios ángulos en la industria editorial de la época. De partida, el hecho de que el libro sea un símbolo de estatus y de identidad social incide en una expansión del hábito de lectura y del mercado editorial. Perspectiva que permea también el tipo de publicaciones y hasta la fisonomía de algunas editoriales. Se privilegia la función de los libros en desmedro de su materialidad. Los factores visuales y gráficos, la tapa, el tamaño, el lomo son solo funcionales y casi intencionalmente feos. Editores y público valoran el libro como un bien social, como un medio y no como un objeto. "Se publica mucho aunque mal"10. Los libros de la época no están diseñados para exhibirse en vitrinas y ello es particularmente así en aquellas editoriales vinculadas más estrechamente a los sectores medios, como Ercilla y Nascimento. En la desatención a los aspectos materiales del libro incidía también el problema del papel. La Compañía de Papeles y Cartones, empresa por entonces monopólica, no fabricaba papeles de calidad competitivos; a su vez, los papeles importados tenían –por sus aranceles–precios excesivamente altos.
Respecto a los contenidos, en los años 1930–1950, el catálogo de Nascimento incluía como autores clave, entre otros, a Carlos Carióla, Luis Durand, Eugenio González, Rafael Maluenda, Lautaro Yankas y Mariano Latorre. La visión del mundo, los datos biográficos y los valores sociales que promueven la mayoría de estos autores, permite considerarlos como escritores vinculados a las capas medias. Puede percibirse esto claramente en el caso del criollismo, sensibilidad literaria predominante en el período, que conlleva un rescate del mundo rural no desde la óptica del campesino, ni desde la nostalgia aristocrática por los bienes perdidos, sino desde la búsqueda de un afincamiento identitario en lo nacional popular por parte de las capas medias. Ercilla también prestaba atención a lo nacional popular, asumiéndolo en una perspectiva no confrontacional, amplia e integradora (afín, por lo tanto, a la visión de los sectores medios). Así se desprende de los títulos incluidos en la serie Biblioteca Patria (1936–1938), que incluía desde Las aventuras del roto Juan García de Antonio Acevedo Hernández (cantadas en versos criollos), hasta La fronda aristocrática en Chile de Alberto Edwards Vives. Puede afirmarse, entonces que Nascimento y Ercilla, considerando la presentación física de los libros, los destinatarios o lectores implícitos y la mayoría de los agentes culturales que las alimentan, están impregnadas en su fisonomía editorial por el aporte de las capas medias a la producción y reproducción de sentido social. La diferencia fue, en el caso de Ercilla, que esta editorial operaba co–mercialmente con una perspectiva más latinoamericana e internacional, gracias, en parte, a la numerosa presencia de extranjeros en ella.
El fuerte rol y la mediación política que cumplen los partidos con respecto a la sociedad civil es una constante de esos años, y se expresa también en el hecho de que las distintas corrientes políticas en boga promueven la creación de pequeñas editoriales vinculadas más o menos orgánicamente a los partidos. La editorial Difusión, relacionada al partido conservador y a tradicionalistas católicos (dirigida por Tomás Cox y Julio Philippi), ya en 1943 había publicado cerca de 200 títulos. La Editorial del Pacífico, vinculada primero a la falange y después al partido demócrata cristiano, fue creada en 1944 como una Sociedad Anónima en que los mayores accionistas son algunos de los líderes más destacados de la democracia cristiana: Eduardo Frei, Domingo Santa María, Bernardo Leighton y Radomiro Tomic. El partido comunista tuvo en la década del 30 a la editorial Antares y luego, en 1943, creó la Empresa Editora Austral y en 1953, el sello Vida Nueva (que editaba materiales vinculados a China). A comienzos de la década del 50, el partido socialista creo la Editorial Prensa Latinoamericana (PLA), por otro lado, grupos afines al trostkismo y anarquistas sostienen la revista y la editorial Babel, dirigida por el argentino Samuel Glusberg (1898–1987) y el exiliado español Mauricio Amster, que operaba como administrador y diseñador. Varias de estas editoriales publicaban no solo obras partidistas, sino también obras de interés general e incluso libros de educación.
Si agregamos a las editoriales mencionadas, las vinculadas a la Iglesia , como la editorial San Francisco (de Padre Las Casas, en Cautín) y Splendor –que operan ya en la década del 30–y las editoriales Salesiana y San Pablo (1947), tenemos en la categoría de editoriales subvencionadas por instituciones políticas o religiosas, casi un 30% del número total de las treinta editoriales existentes en la llamada época de oro del libro en Chile. Se trata, sin embargo, en su conjunto, de un campo editorial y de ideas, en que las posiciones dominantes –en el sentido de Bourdieu–están ocupadas por un perfil político de tinte mesocrático y "frente populista", situadas en un tiempo colectivo de transformación de la sociedad en Chile y en América Latina11.
Notas:
1 Subercaseaux, Bernardo. Historia del libro en Chile (Alma y cuerpo). Santiago: Lom Editores, 2000.
2 Lago, Tomás. "Los derechos de autor y el porvenir del libro chileno". Anales Universidad de Chile, 14. Santiago, 1934.
4 Véase el estudio y seguimiento de este pensamiento en Carlos Ruiz y Renato Cristi El pensamiento conservador en Chile: seis ensayos. Santiago, 1992; Isabel Jara. De Franco a Pinochet. El proyecto cultural franquista en Chile, 1936–1980. Santiago, 2007.
5 Sánchez, Luis Alberto. Visto y vivido en Chile (Bitácora chilena 1930–1970). Lima: Ediciones Unidas, 1976.
6 Picón Salas, Mariano. Regreso de tres mundos (Un hombre en su generación). México: Fondo de Cultura Económica, 1985.
11 Subercaseaux, Bernardo. Historia de las ideas y la cultura en Chile, Tomo IV. Santiago: Editorial Universitaria, 2007.
No hay comentarios:
Publicar un comentario