Tedi López Mills rinde tributo
a 33 poetas traductores mexicanos
a 33 poetas traductores mexicanos
¿Qué tienen en común los poetas mexicanos José Emilio Pacheco, Carlos Montemayor, Mónica Mansour, Elisa Ramírez, Alberto Blanco, Pura López Colomé, Fabio Morábito, Verónica Volkow y 25 más, con poetas fundamentales de diversas épocas, lenguas y países, como Dante, Eliot, Montale, Pessoa, Stevens, Tranströmer, Nerval, Rimbaud y muchísimos más? Que los primeros se han lanzado a la aventura de traerlos al español.
En Traslaciones: poetas traductores 1939-1959 (Fondo de Cultura Económica, FCE), la poeta y ensayista Tedi López Mills compila una antología monumental que sin duda se convertirá en referente para lectores de todo tipo.
–Con sus casi 900 páginas, ¿este libro es como un homenaje a la imposibilidad de traducir? –se le pregunta en entrevista.
–Más bien sería la paradoja de que la imposibilidad de traducir está constantemente contradicha por la cantidad de traducciones que hay. Esto es una prueba de que es muy posible traducir, que siempre ha sido muy posible y que la hermenéutica es más teoría que práctica en la traducción.
–Es algo muy propio de la naturaleza humana que se empeñe en cosas que aparentemente son imposibles y que, al basarse en un sentido práctico, las hace.
–Sí, hace falta la teoría para que la práctica no quede sola. Pero a la hora de la hora, en realidad lo que hay es práctica, lo que hay es esa posibilidad de traducir de un idioma a otro, cosa que se ha hecho desde hace siglos.
Labor de seis años
Tedi López Mills comenta que cada texto establece sus propias reglas para llevarlo a otro idioma. Traducir un poema de Manley Hopkins va a tener reglas y procedimientos muy distintos a uno de Robert Frost, por dar dos casos de una sencillez aparente y de una absoluta complejidad.
Cuenta que comenzó este libro hace seis años y que hizo una investigación teórica e histórica sobre el tema.
–Me interesan las teorías que se convierten casi en literatura fantástica y que en realidad tienen muy poco que ver con el desenlace en la realidad. Y esas teorías acerca de la traducción me parecen casi teologías.
Plantea que en una traducción se pierde el espíritu del poema original, pero al final se gana otro espíritu en la nueva versión, que sería otro poema y a la vez el mismo.
–Ésa sería mi teoría. Estoy hablando de buenas traducciones, las malas traducciones son otro problema.
“Hay una frase en inglés que dice lost in translation, lo que se pierde en la traducción, que es casi una frase hecha. Yo diría que lo que se pierde en la traducción es precisamente la nostalgia que tenemos de ese original, que acaba perdido por las numerosas traducciones.
“Cuando uno lee la traducción siempre hay una nostalgia del original y la sensación de que de algún modo transgrediste las reglas. Pero eso me parece un problema moral y no tanto práctico de la traducción. Aunque, ciertamente, se trata de un problema moral que persigue a la traducción.
–¿Estos problemas de la traducción en la poesía se deben a que es el género literario más inasible, subjetivo o mágico, fuera de la lógica y la razón, inclusive en la propia lengua en la que se escribe?
–Exacto. Además, todas esas teorías acerca de la traducción son sobre todo acerca de la traducción de poemas. Es algo extraño, porque la traducción de poesía ya casi siempre la hacen poetas, en cambio la de prosa no la hacen novelistas.
“De algún modo la vocación de la poesía es traducir poesía, por lo menos ha sido el caso de México, donde hay una tradición de poetas traductores. Para todos los poetas de este libro parte de la práctica de la poesía es traducir poesía.
–¿Son los adivinos más aptos para las adivinanzas ajenas?
–Claro, es como si la traducción de la poesía fuera una traducción especializada que sólo practican los poetas.
Poemas en inglés, la mayoría
–¿Cuáles fueron sus criterios para seleccionar a estos poetas traductores y los poemas traducidos por ellos?
–El libro se basa en un volumen anterior que publicó el FCE en 1974, El surco y la brasa, de Marco Antonio Montes de Oca y su esposa, Ana Luisa Vega. Ese libro va de Alfonso Reyes a Carlos Montemayor, son 58 años de traducción y 38 traductores.
“Es un libro distinto en muchas cosas al que yo hago, porque además de los poetas incluye traducciones hechas por prosistas, novelistas y dramaturgos, como Carlos Monsiváis, Salvador Elizondo o Rodolfo Usigli. Es traducción de poesía, pero no solamente hecha por poetas.
“El mío, que es como la segunda parte del anterior, empieza con José Emilio Pacheco, quien ya estaba en el otro libro y nació en 1939, y termina con Alfonso D’Aquino, nacido en 1959. Son 20 años de traducción de poesía hecha solamente por poetas. No fue sólo por una decisión que me impuse, sino porque los prosistas ya no traducen poesía.
“No sé si hay un novelista actual que, como Salvador Elizondo, se ponga a traducir poesía. Yo creo que no. Los años 40 tienen menos traductores que los 50, ésta una generación híper traductora. No sé qué pase con las generaciones de poetas nacidas en los años 60 y 70.
“En vez de ponerme a hacer una investigación interminable en miles de revistas, pedí a los poetas traductores 20 cuartillas de sus traducciones predilectas, las que consideran las mejores que han hecho.
“Hay una constante: un soneto de Nerval, “El desdichado”, que también está en El surco y la brasa. Ese poema tiene algo, ocupa un lugar muy especial en el canon mexicano, porque lo traducen Elsa Cross, Francisco Serrano, Homero Aridjis, creo que en el libro anterior lo traduce Tomás Segovia.”
Tedi López Mills destaca que también se trata de una muy buena antología para gente poco cercana a la poesía, pues encontrarán poemas de Dante, Eliot, Tranströmer, Nerval...
Los poemas en inglés siguen siendo la mayoría en ambos libros, aunque en el nuevo volumen el autor más traducido es Arthur Rimbaud.
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