La ceremonia de la traducción
Las noches de Hélène Morita todavía estan habitadas por 1Q84. Ella ha consagrado más de dos años a la traducción de esa trilogía de Haruki Murakami, cuyo último tomo acaba de aparecer, y sus sueños siguen atravesados por ciertas escenas. Sobre todo, según cuenta, "en la duermevela que precede al sueño profundo, retraduzco pasajes que no me parecen enteramente logrados...". Esta obsesión 1Q84 quizás no sea extraña al "ritmo intensivo" con el que trabajó esa novela --1617 páginas-- ni a la avidez con la que los lectores franceses esperaban esta obra del star japonés. Tal persistencia, claro, también está ligada al hecho que la traducción proce de una fuerte impregnación con el imaginario y las palabras del autor, y a que resulta difícil dejar uno y otras atrás. Pero más que en el caso de muchas otras lenguas, la traducción del japonés tiene mucho de adaptación. Si Patrick Honnoré y Ryoko Sekiguchi recurren generalmente a las imágenes, a las "interpretaciones", "del mismo modo en que se habla de una interpretación musical", su colega Corrinne Atlan, quien fuera la primera traductora francesa de Murakami en Francia, habla de un "importante trabajo de recreación". Con lo cual se redoblan las angustias y las dudas naturales del traductor, proverbialmente sospechoso de traición.
Ni hablemos del pasaje de una escritura ideogramática a la lineal de nuestro alfabeto: "Hay que resolverse a perder una dimensión del texto", dice Corinne Atlan. El japonés, explica Patrick Honnoré, está "extraordinariamente lejos del francés". Primero, por su estructura: no posee ni artículo, ni género, ni número. Es, sobre todo, una lengua "aglutinante", cuya gramática reposa en la estructuración de los elementos básicos de la frase. "Cuando se traducen textos del inglés o del castellano, por ejemplo, hay un 95 % de probabilidades para que un verbo siga siendo un verbo, un adjetivo un adjetivo y así", continúa Patrick Honnoré. "No es lo que pasa cuando se pasa del japonés al francés". En consecuencia, el objetivo no es traducir frase tras frase, sino "escena tras escena": "Se trata menos de un trabajo de gramático que de lector", agrega.
Hélène Morita evoca otra especificidad japonesa: "Las repeticións, tanto de palabras como incluso de episodios completos, no molestan. En francés, se consideran como ripios. Entonces es necesario proceder de a poco y hacer sucesivos ajustes. Sé que los traductores estadounidenses de Murakami, que lo conocen bien, tienen autorización de cortar ciertos pasajes... Pero hay que decir que un texto que viene de lejos debe ser leído como tal, sin querer leerlo según nuestros criterios".
¿El papel del traductor consiste en ser tan fiel como sea posible al texto original o el de ofrecer una versión aceptable para los lectores franceses? Ryoko Sekiguchi, que traduce del japonés al francés y también del francés al japonés, dice que ella se impregna de la lengua hasta dominar las características propias en materia de ritmo y sentido, antes que buscar restituir una y otra cosa: "Llamo a eso 'el paso de Papá': cuando el padre de una sube la escalera, una puede reconocerlo por el oído, aun cuando no pueda explicar precisamene por qué. Eso es lo que trato de reproducir".
Para ello, esta japonesa instalada en París desde 1997 trabaja en tánden, a menudo con Patrick Honnoré, tanto para la traducción de novelas como para la de mangas: "La traducción de a dos --asegura-- permite incrementar la exactitud a la que se pretende llegar". A menudo le deja los diálogos a su co-traductor. Una cuestión "natural", dice. "En las conversaciones --agrega Patrick Honnoré-- mi objetivo es que los personajes digan exactamente lo que el autor hubiera escrito si hubiese sido francés."
Aun cuando el pasaje al francés implique ajustes y pérdidas, todos los traductores interrogados se niegan a admitir la idea de que existen palabras o ideas "intraducibles". "Si no, todo es intraducible y lo que hacemos es un pastiche innoble", subraya Patrick Honnoré. "¡Pero no hay otra posibilidad!, dice Corinne Atlan, citando a Walter Benjamin, quien escribío en "La tarea del traductor" (1923): "La lengua de la traducción envuelve su contenido como un manto real de largos pliegues". "Esto significa que la traducción jamás calza perfectamente, pero que, al mismo tiempo, es una vestimenta magnífica." En caso de remordimientos o de insomnios profesionales, se trata de una imagen reconfortante con la cual abrigarse.
Mi opinión se puede leer aquí
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Debo aclarar que el Papa mencionado es Nicolás III, no Bonifacio VIII. Este es mencionado por Nicolás como el que vendrá a continuación al Infierno, y fue el que retuvo a Dante en Roma mientras en Florencia lo condenaban al exilio.
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