La investigadora Magdalena Cámpora firmó un muy original artículo para el especial de Ñ del 22 de septiembre pasado, donde habla de libros franceses que en Francia no existen como tales. Lo hizo apelando a la gran producción editorial argentina que trabaja sobre la base de capítulos o textos dispersos y que de esa manera sortea los problemas ligados al pago de derechos.
En Francia no se consigue
En la Argentina circulan traducciones del francés cuyos originales difícilmente se consiguen en Francia. A veces incluso, cumpliendo un sueño de Alfred Jarry, circulan traducciones de libros que ni siquiera existen en Francia. Este giro particular hacia lo exquisito y lo raro responde a motivos varios, no necesariamente estéticos, en algún punto contradictorios. Se privilegia, por un lado, la traducción de obras que están en el dominio público para evitar el pago de derechos de autor, en muchos casos inaccesibles para el editor argentino; se rastrillan, por el otro, catálogos antiguos, fondos de bibliotecas, disciplinas o géneros olvidados, títulos segundos de autores primeros y títulos primeros de autores menores, en busca de novedades inéditas en español que transformen al transitado dominio público en espacio de muchos happy few.
Quizás la prueba más clara de este proceso sea el trabajo de traducción sobre textos del siglo XVIII, por ejemplo La petite maison de Jean-François de Bastide (1758), placenteramente traducida por César Aira como La casita, para Santiago Arcos editor en el 2004. En esta joya olvidada del siglo de Boucher y de Fragonard, la descripción del interior lujoso y cálido de una casa en las afueras de la ciudad, el lento progreso hacia el espacio más íntimo significado por el boudoir, funcionan como metáforas del encuentro amoroso. Esa casita, a la que todos pueden llegar pero que muy pocos (sólo dos) frecuentan, vale también como símbolo de un proceso editorial que toma textos fuera de derechos y al alcance de todos a través de Gallica, la biblioteca digital de la Biblioteca Nacional de Francia que los ofrece escaneados o en PDF, para convertirlos en exquisiteces bibliográficas publicadas por editoriales independientes, en ediciones cuidadas, de tiradas pequeñas, aparentemente destinadas a unos pocos. Se llega, de esta manera, a situaciones paradójicas donde lo extremadamente chico contiene lo extremadamente grande, y donde la aporía es compensada por un proceso de traducción, generalmente a cargo de especialistas, que otorga a los textos una indiscutible singularidad. La operación se repite con “El Libertino erudito”, colección que emplea en sentido amplio una noción del siglo XVII para cubrir textos de toda la Edad clásica: misceláneas filosóficas, alegatos polémicos de los grandes nombres de la Ilustración , manuscritos clandestinos del XVII y del XVIII: el Discurso sobre la felicidad de La Mettrie , traducido y editado por Diego Tatián, la Carta sobre los ciegos para uso de los que ven, de Diderot, en traducción de Silvio Mattoni. Todo el proceso lleva a situaciones extrañas y admirables, como por ejemplo la presencia en el mercado editorial porteño de traducciones inhallables en Francia, por caso Los maravillosos secretos de la naturaleza, reina y diosa de los mortales de Giulio Cesare Vanini, texto fundador del libertinaje erudito del siglo XVII francés, publicado en París en 1616 por el librero Adrien Perier, cuidadosamente traducido por Fernando Bahr. El texto, fácilmente adquirible sobre calle Corrientes, no se consigue en Francia: el lector interesado deberá dirigirse a la Bibliothèque de l’Arsenal y pedir a los bibliotecarios en sus altos pupitres uno de los dos ejemplares que allí se encuentran de la edición original en latín, o alguno de las fragmentos de la única traducción existente en francés, de 1842. Lo mismo sucede con los Cinq dialogues faits à l’imitation des anciens de La Mothe Le Vayer (1633), que se encuentran en el Arsenal en sendas ediciones del XVIII: Fernando Bahr tradujo dos de ellos (“De la vida privada”, “De la divinidad”) en edición anotada para “El libertino erudito”, en el 2005.
El otro gran movimiento que genera, a través de la traducción, títulos que no circulan en Francia es el recorte: la versión propuesta funciona, en estos casos, como límite compositivo de una obra que ya no coincide con sus marcas de origen. Un solo cuento de Marcel Schwob, algunos de sus prefacios y textos críticos en Spicilège (1896), una selección lograda de autores fin-de-siècle, dan lugar a La estrella de madera (trad. de Víctor Goldstein, dibujos de Alfredo Prior, Planta editora, 2009), El terror y la piedad (trad. de Iair Kon, Zorzal, 2006), la Antología del decadentismo (“Perversión, Neurastenia y Anarquía en Francia”, trad. de Claudio Iglesias, Caja Negra, 2007). De manera general, hay una fuerte tendencia a exhumar textos programáticos del pasado o fragmentos de crítica literaria inéditos. La presentación, en estos casos, trasciende la mera revisión arqueológica para insertar la versión propuesta en una tradición ensayística propiamente argentina: los Essais de psychologie contemporaine (1881) del crepuscular Paul Bourget son traducidos por Sergio Sánchez para El Copista, en 2008, como Baudelaire y otros estudios críticos (el título lo eligió Silvio Astier); “Le noyau de la comète”, que en Francia suele pasar inadvertido como antesala introductoria a la Antología del amor sublime (1956) de Benjamin Péret, se convierte en El núcleo del cometa (trad. de Víctor Goldstein, Argonauta, 2011), luminoso inédito surrealista sobre el amor que se suma a un catálogo de prosapia que también incluye la Antología de la poesía surrealista de Aldo Pellegrini o Martinica. Encantadora de serpientes de Breton (trad. de Rodolfo Alonso, 2010).
El gabinete de curiosidades se completa con las traducciones de textos que hablan, directa o indirectamente, de nosotros, lo que explica por ejemplo que El hombre de la Pampa de Jules Supervielle, traducido por Damián Tabarovsky, sea presentado como “el eslabón perdido entre Una excursión a los indios ranqueles y las novelas pampeanas de Aira” (Interzona, 2007). Aunque la preocupación autorreferencial no es nueva: ya en 1920, Arturo Cancela se afligía de la mala prensa del argentino rastacuero en los vaudevilles franceses (mala prensa confirmada por Céline en Viaje al fin de la noche con los “jóvenes argentinos” que “comercian carnes frías” y se quedan con Musyne, la novia de Bardamu). Cancela proponía como contrapartida al tucumano Cacambo, “cosmopolita y enciclopédico”, compañero de Cándido en el cuento de Voltaire. Los ejemplos sin embargo no abundan, porque en rigor de verdad la literatura en francés se ocupa menos del hombre argentino que del espacio en el que habita: “sólo la Patagonia conviene a mi inmensa tristeza”, escribe Cendrars en 1913; unos años antes, en 1898, el mítico aviador Henry de la Vaulx publica en el Journal de la Société des Américanistes una crónica sobre su viaje a la Patagonia que Jorge Salvetti traducirá en el 2008 en las exquisitas Selecciones de Amadeo Mandarino: A través de la Patagonia. Del río Negro al estrecho de Magallanes. Indiscutiblemente la posibilidad misma de existencia de estos libros depende de apoyos económicos para la traducción y la producción, en particular (en lo que a literatura francesa refiere) el Programa de ayuda a la publicación Victoria Ocampo de la Embajada de Francia, que ya lleva felizmente publicados más de 700 títulos en los últimos veinte años.
Textos bajo dominio público, traducciones subvencionadas, circulación en editoriales pequeñas: lejos estamos de la época de oro en que Balzac aparecía en los kioscos, simultáneamente publicado por La novela semanal y por Los Pensadores (es decir: en soportes de novela rosa y en soportes de literatura de izquierda). Un primer diagnóstico lleva a concluir que los lectores de literatura francesa ya no son tantos, aunque quizás no sea ése un problema exclusivo de la literatura francesa, sino de la literatura en general. Otra lectura, menos pesimista, lleva simplemente a celebrar las ansias de novedad, la imaginación editorial, la exploración de textos desconocidos, la renovación de los clásicos en una lengua nueva. Ya lo decía Cacambo cuando elogiaba a América: “lo que no cierra en un mundo se encuentra en otro. Además, es un muy gran placer ver y hacer cosas nuevas”.
Magdalena Cámpora
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