Las siguientes preguntas y respuestas, que muy amablemente Silvia Camerotto se tomó el trabajo de copiar y enviarnos, corresponden al libro Cuestiones y razones (Buenos Aires, Editorial Fraterna, 1987), del poeta y traductor Alberto Girri. Aparentemente, es una autoentrevista que se reproduce acá por su pertinencia. Asimismo, se recomienda visitar los artículos previamente publicados de o sobre Girri, que se encuentran recurriendo al orden alfabético de la columna de la derecha.
Traducir
–Usted ha hecho una vasta obra, como traductor de poesía, especialmente inglesa y norteamericana, de modo que la pregunta parece un contrasentido: ¿Es traducible la poesía?
–Desde que Joachim du Bellay definió a la poesía como intraducible por excelencia a otro idioma (pues siempre, luego de la tentativa para lograrlo, lo que quedaría, intacto e incomunicado, sería el poema mismo) muchos trataron de disuadir de la traducción, un vano riesgo. Robert Frost, retoma la definición de du Bellay y la perfecciona, llamando poesía al elemento intraducible del lenguaje. Puede que en términos absolutos ambos estén en lo cierto, pero son opiniones que derivan de una idea retórica (no importa si exagero) de la poesía, ateniéndose exclusivamente a considerarla bajo su faz verbal, sus elementos sonoros, rítmicos, de juegos de palabras, etc., solo peculiares en cada caso del idioma original en que el poema fue escrito. ¿Y otros aspectos de la poesía, el de ser de una forma de conocimiento, forma artística cuya finalidad está en decir una verdad? Por enrarecido que sea el resultado de la traducción, esos rasgos pueden reproducirse, trasmitirse.
–Entonces, ¿qué se debe hacer y cómo?
–Una definición limitada, pero realista, de la traducción, sería: reproducir con medios diferentes efectos análogos. Dar la versión, más o menos certera según la destreza del traductor (o su afinidad con el autor que traduce), del tipo de lenguaje, imágenes, detalles inconfundibles del original, su forma mentis. Los criterios son variados. La inclinación a caer en la traducción ‘personal’, forma parte de interpretar el texto elegido tan a menudo arbitraria que puede llegar a transformar el original en su caricatura; la voluntad de “recreación e imitación poética”, asidua en escritores del pasado (y, a veces, del presente, como las discutibles “Imitations” de Robert Lowell), sobre todo con textos clásicos; la tendencia, en mi opinión irrealizable, que seguiría el consejo de Pound de que para traducir bien poesía “ha de emplearse el lenguaje que supuestamente el autor original hubiera empleado de haber tenido como lenguaje propio el del traductor”.
–¿Puede la traducción llegar a ser un arte?
–Acaso una artesanía superior, instrumento didáctico refinado. No más. Octavio Paz señaló indirectamente esto al anotar que mientras que el poeta creador no sabe nunca cómo será el poema que está escribiendo, el esfuerzo del traductor es para reproducir algo ya creado.
–¿Cuál fue su aventura y desventura de traductor?
–Más honesto que brillante, mi criterio es traducir sin exagerar la literalidad, y a la vez sin excesivo temor de lo literal. No caer ni en la ansiedad perfeccionista, ni en la quimera de la versión definitiva, inmodificable, ambas desproporcionadas. Comparto el veredicto de Nabokov, luego de traducir al inglés “Eugenio Oneguin”, la novela en verso de Pushkin: “La más grosera de las traducciones literales es mil veces más útil que la paráfrasis más hermosa”. Vale decir, mucho habrá ganado quien intenta traducir poesía, si desde el comienzo sabe que aunque es imposible dar los sonidos de las palabras, o sus relaciones rítmicas, o significados que dependen de la métrica y de los juegos de palabras, no es improbable un acercamiento provechoso al original.
–¿Sus trabajo de traducción de poetas norteamericanos, ingleses, implican una preferencia personal?
–Uno de los poetas que con más placer (y beneficio personal) traduje, Wallace Stevens, decía que el escritor a quien le agrada traducir cumple una tarea parasitaria. Me parece erróneo, y creo que una etapa obligatoria en la formación del escritor debieran ser los ejercicios de traducción. Para mí fue útil, y no me avergüenza confesar que en ocasiones de ese fervor culminó en algo semejante al robo. Tampoco me avergüenzo de las preferencias. Considero que la poesía en lengua inglesa ha sido la más rica, variada, novedosa, del siglo. Y qué decir del aprendizaje que la labor de traductor me significó, exigiéndome seguir los poemas por dentro, sus mecanismos de composición, maneras de ver y recrear la realidad. Espero haber asimilado con provecho ese ingrediente, pero no me toca a mí afirmarlo.
–¿No es el auge de las traducciones uno de los signos de nuestra época, en materia literaria?
–Ciertamente, y fuera de las razones de afinidad personal que mueven al poeta que traduce, se ha producido lo que George Steiner llama “característica internacionalización del temperamento poético”. La lógica de la emoción es compartida por nombres tan dispares como Valery o Neruda, Ungaretti, Pound o Eliot. Cada poeta, alerta a aciertos de los demás. Mucha de la poesía moderna recoge ecos de otras poesías, otras culturas. La traducción poética como testimonio principalísimo de ese estado. Semejante es, también, el encantamiento que el poeta de Occidente, ha sufrido ante culturas que le eran extrañas. El campeón fue, sin duda, Pound.
–Antes, usted se refirió a la necesidad, para traducir poema, de una frecuentación exhaustiva del original, ¿esa frecuentación no podría ser, a la larga, nociva cuando el traductor a su vez es poeta?
–Sí y no. Cada cual, un caso particular, como la dimensión de cada talento. A fin de cuentas, qué quiere decir imitar, originalidad. Para Croce, los únicos que, tal vez, han creído o creen en serio que los poetas no hacen tanto sino imitar, es decir plagiarse el uno al otro, a escondidas, robando el sucesor la obra de su predecesor, son los que se llaman “investigadores de fuentes”, cuando lo legítimo es que la fuente de una poesía es siempre el espíritu del poeta, nunca las cosas, palabras o versos nacidos en otros espíritus.
Estrictamente, ningún escritor repite jamás las frases que leyó o escuchó o copió, las reescribe; expresar es reescribir. Leemos a Wittgenstein: “Sucede muy a menudo que la misma palabra designe de modo y manera diferentes porque pertenezca a diferentes símbolos”.
–¿Traduce regularmente poesía?
–Por temporadas, o arranques. Ahora he vuelto a Eliot, y acabo de terminar la versión con notas de “The Waste Land”, que en la Argentina no se había hecho sino parcialmente; en otros países de habla hispana, criminalmente.
–¿Ha habido influencia de la poesía anglosajona, específicamente inglesa o norteamericana, en la poesía de América latina?
–Sobre todo, a partir de la divulgación de Poe y Whitman, aunque el alcance de esa influencia fue superado en las primeras décadas de este siglo por la francesa (Baudelaire, simbolistas y parnasianos); no olvidemos cómo Darío bebió de esa poesía, en cuanto a vocabulario, temas o atmósferas. Desde entonces, las cosas fueron cambiando, con posterioridad a la última guerra, más que nada. Neruda traduce a William Blake, Borges, admirador de Coleridge y Yeats, escribe él mismo poemas en inglés. Y entre otros autores de mi generación no es ya insólita la influencia de Eliot o Pound.
Del proceso inverso, influencia hispanoamericana en la poesía en inglés en este siglo, sospecho que aun no es profunda, y se atiene a los elementos exteriores. El caso de García Lorca es típico. Ha alcanzado en Estados Unidos difusión considerable, pero, hasta dónde sé, quienes lo leen, admiran o tratan de imitarlo, están seducidos casi sólo por el pintoresquismo, color local, gitanería del poeta español, mientras que poemas —para mi gusto los mejores—, que poco tienen de esos elementos, como en “Poeta en Nueva York”, no les atraen.
Qué lindo blog encontré!
ResponderEliminarVivo en Neuquén y acá no hay Colegio de Traductores ni se generan actividades relacionadas a esta profesión. Tengo una agencia de diseño y traducción y quisiera formar parte de algún grupo como éste ya que acá no hay nada.
Saludos
DOS ESTUDIO