Julia Benseñor
Argentina, es traductora literaria y técnico-científica, recibida en el Instituto de Enseñanza Superior en Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández”. Además es traductora pública en inglés, por la Universidad del Museo Social Argentino. Por su trabajo, ha recibido el Tercer Premio a la Traducción Científico-Técnica del Conosur 2001-2002 organizado por Unión Latina. Ex docente del Traductorado Literario y Técnico Científico, INES Lenguas Vivas es co-fundadora del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires (2009). Se desempeña como traductora freelance para distintas organizaciones internacionales y nacionales. Entre los autores que ha traducido se menciona a Charles Chaplin, Ray Bradbury, Saul Bellow y Ring Lardner, entre otro. Actualmente, se desempeña como docente de traducción en la UTN.
1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
No tengo experiencia con la escritura, pero tengo que confesar que, como traductora, siempre ejerció una seducción especial sobre mí y en cuyas redes nunca caí. Por lo tanto, a la pregunta planteada sobre la diferencia entre traducción y escritura tengo que responder en base a mi intuición y no a mi experiencia.
Al escribir su obra, el escritor crea un mundo nuevo y construye sus paisajes, sus personajes, establece las reglas que gobernarán el lugar, mientras que al traducir soy una turista que está de visita en ese nuevo mundo, entusiasmada ante la idea de recorrer nuevos paisajes, nerviosa por no conocer bien las reglas que rigen el lugar y tratando de ser lo más respetuosa posible a medida que voy conociéndolas, que quedo agotada al buscar absorber toda esa experiencia en el menor tiempo posible, porque, claro, tengo marcada la fecha de regreso. Durante estos intensos recorridos por tierras extranjeras, siempre descubro que cargo con una valija repleta de cosas foráneas, que son ajenas al lugar. No es para menos, en verdad pertenecen a otro hemisferio, a otro clima, a otras costumbres, pero que finalmente, a fuerza de perseverancia o testarudez, se adaptan y logro valerme de ellas mientras dura mi breve estadía en el país extranjero. Tal vez por todo esto es que a veces necesito vacaciones de vacaciones.
2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
No creo que esta pregunta pueda contestarse en abstracto sino que dependerá de muchas variables. Si la traducción tiene propósitos académicos, seguramente resultará más interesante no ocultar el original sino, por el contrario, ponerlo de manifiesto con la traducción como herramienta.
Ahora, si se trata de traducir literatura para disfrute del lector, soy de la opinión de que la traducción es un nuevo original, que se erige como tal y se planta sobre sus propios pies. Por esa razón, se impone como creación... no por encima pero sí a la par del libro original. Y si la traducción es buena, aun con esta posición tomada, no habrá borrado las huellas del original.
Se me ocurrió pensar cómo percibe todo esto el lector medio. Está quien nunca ve la traducción y vive convencido de que lee directamente a los autores originales, independientemente de las lenguas en las que escriban su obra, y está quien, aun sin ser tan ingenuo, nunca ve la traducción a menos que a cada página se le enciendan luces rojas de alerta por acumulación de errores de traducción, de lengua o de tipografía. En conclusión, los lectores NUNCA “ven la traducción (a menos que sean coincidentemente lectores y traductores) cuando nosotros, en la mayoría de los casos, buscamos, paradojalmente, que “se note” la traducción y no el original. De allí la premisa tan mentada de que cuanto mejor es la traducción, menos visible es.
3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
No estoy muy segura de entender a qué apunta la pregunta, pero intentaré responderla. Pienso que tanto el traductor como la traducción deben ganar visibilidad en los ámbitos que les cabe y que no compiten sino que se complementan y retroalimentan.
El traductor tiene que lograr hacerse más visible ante los ojos de la sociedad para reclamar por su justo reconocimiento, lo que se traducirá en mejores honorarios, mejores condiciones de trabajo, mejores plazos de entrega, mayor respeto por sus versiones, etc. Sería un aliciente importante instaurar premios a la traducción, como es común en otros países, por ejemplo. El traductor literario debería gozar de más prestigio del que tiene actualmente.
Por su parte, creo que la traducción en tanto manifestación literaria debe ganar un espacio propio en el universo cultural del país, tener sus propios canales, crear sus propias instituciones, y así acabar con su condición de hermana “menor”.
Como dije antes, el terreno que gane, ya sea el traductor o la traducción, permitirá beneficiar al otro. No importa quién gane la carrera sino que los dos participen. Seguro que van a compartir el premio, porque uno no existe sin el otro.
Gerardo Lewin
Poeta, traductor y actor vocacional, es egresado de la Escuela Nacional de Arte Dramático y cursó estudios de posgrado en dirección teatral en la Universidad de Tel Aviv. Trabajó como traductor en diversas producciones televisivas. Publica traducciones de poetas hebreos contemporáneos y clásicos en su blog de_canta_sión.
1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
En mi visión -y en mi humildísima práctica- la traducción es una forma más de la escritura. Los resultados finales me producen idéntico orgullo o el mismo aburrimiento.
Creo que la (buena) traducción es comparable a la interpretación de un dúo musical, en el que se hace difícil decidir quién lleva la voz cantante y el placer estético no se detiene a pensar quié es el violín y quién la viola.
Por supuesto, traducir es construir una casa según los planos de otro. En ese sentido, la escritura propia, independientemente de cuan ordenado resulte el producto final, es fruto de caos propio: si el edificio se viene abajo, el cadaver en el sótano soy yo.
2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Con el debido respeto, creo que la pregunta está mal planteada... Pienso que cualquier esfuerzo en un sentido o en el otro está destinado al fracaso porque depende - en grado absoluto - del lector. Vale decir: hay lectores que ni siquiera registran que están leyendo una traducción. En mi mente, Homero Simpson tiene la voz del doblaje mexicano, Poe escribió un poema titulado "El Cuervo" y el famoso monólogo arranca con "Ser o no ser..."
Existe también, cómo no, una minoría de lectores cultos que comparan las traducciones con los originales, una eficiente manera de arruinarse a uno mismo el placer de leer.
La respuesta sería: una traducción exitosa está destinada a ser percibida como un sucedáneo indistinguible del original.
3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
Como deber ser, tipo imperativo moral, lo dudo mucho. No voy a revelar ninguna novedad al decir que la mayoría de las traducciones resultan, a la larga, anónimas. Quizás por eso uno reciba como frutos de cierta justicia poética el que se recuerde y se celebre al Macbeth de Borges o al Poe de Cortázar.
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