Selma Ancira
Hija del actor mexicano Carlos Ancira y de Thelma Berny, esta traductora mexicana estudió filología rusa en la Universidad Estatal de Moscú. Después hizo estudios de griego moderno y de literatura griega en la Universidad de Atenas. Reside en Barcelona desde 1988. Especializada en literatura rusa decimonónica y literatura griega moderna, ha traducido al español casi toda la obra en prosa de Marina Tsvietáieva, obras sueltas de Alexandr Pushkin, Nikolái Gógol, Fiódor Dostoievski, Iván Goncharov, Iván Bunin, Mijaíl Bulgákov, Borís Pasternak, Serguéi Eisenstein, Nina Berbérova, Ósip Mandelshtam, Bulat Okudzhava e Izrail Metter, entre otros y, de Lev Tolstói, los Diarios en dos tomos (ERA, 2 vols. México, 2001 y 2003; Acantilado, España, 2 vols. 2002 y 2003) y una caudalosa selección de su Correspondencia (ERA, México, 2005 y 2007; Acantilado, España, 2008). Entre los griegos del siglo XX ha traducido la ensayística de Giorgos Seferis, poemas de Yannis Ritsos, el teatro de Iakovos Kambanelis y la novela Loxandra de María Iordanidu. Entre los muchos y prestigiosos premios que ha recibido, se destacan el Premio Nacional de Traducción de España (2011) y el Premio de Traducción Literaria Tomás Segovia (México, 2012).
1) ¿En qué se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Yo pienso que la traducción es escritura.
A la frecuente pregunta: "¿Y usted no escribe?" Mi sorprendida respuesta: "¡Pero si no hago otra cosa de la mañana a la noche!"
La diferencia está en que el escritor, cuando escribe, traslada al papel la obra que tiene en la cabeza. El traductor, cuando traduce, traslada a su lengua la obra que tiene ante los ojos.
2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
La traducción es un reflejo del original. Mientras más fiel es el reflejo (fidelidad entendida no como esclavitud, ¡al contrario!), más cerca está del original. El traductor busca que en su reflejo aparezcan todos los detalles, los matices, los colores y las sombras del modelo que está retratando. Y eso sólo es posible si la obra traducida suena a escrita en la lengua a la que se traduce, si el traductor (coautor) entiende, respeta y reproduce, insisto, los juegos de luz del original.
3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
Un traductor literario debe estar siempre al servicio del autor que traduce. Sería terrible que el lector pudiera "reconocer" al traductor porque éste tiene un estilo propio.
Miguel Angel Montezanti
Es profesor de Traducción Literaria en la Universidad Nacional de La Plata (Argentina). Además de haber publicado dos libros de poesía y uno de cuentos, ha producido un significativo número de traducciones del inglés, que incluyen desde canciones anglo-escocesas tradicionales a antologías de varios de los más importantes poetas británicos e irlandeses del siglo XX. Es asimismo autor de dos versiones de los sonetos de Shakespeare (una de ellas, vertida al rioplantense) y acaba de publicar una nueva traducción de La violación de Lucrecia.
1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Ambos pertenecen a la actividad general del escribir. El escritor, entendido (acaso falsamente) como “creador”, se encuentra con un universo virtualmente infinito, a partir del cual debe destajar una porción de la cual él querría escribir. Acaso el hallazgo de esta porción del ser (o del “no ser”, según sea el punto de vista) sea lo más trabajoso de su oficio.
Lo único que aparentemente tiene resuelto el traductor es precisamente eso: escribirá –y viene a continuación una serie de preposiciones, o la ausencia de ellas, lo que, desde lo que, frente a lo que, hacia lo que, contra lo que–, escribió aquel que llamamos el escritor.
En todo lo demás están frente a abismos parecidos: cómo escribir/cómo traducir; qué tono para la escritura / qué tono para la traducción; cuáles son las mejores palabras en cada caso. Todo se encierra en la dupla cómo escribir / cómo traducir.
Creo en una paradoja: que el traductor conoce la letra del “original”, muchas veces, mejor que el propio autor: la ha visitado más a menudo, más en detalle, más polémicamente.
2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
La práctica actual, fuertemente influida por las nociones de autoría, originalidad y derechos de propiedad, indica que debe mostrarse; pero con igual exigencia debe manifestarse también el nombre del traductor. No es concebible que se lo escamotee o se lo confine a un rincón casi invisible de una portada.
Sólo prácticas de censura, de autocensura u alguna otra que descanse en motivos muy especiales, podría justificar, si esto es posible, la práctica de hacer aparecer una traducción como un “original”. Pongo esta palabra entre comillas porque la originalidad como tal no existe. Los libros se hacen desde otros libros.
3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
La cuestión de la visibilidad, especialmente partir del libro de L. Venuti (1995) se ha puesto controvertida y acaso nebulosa. Toda traducción retiene marcas, como toda obra ofrece vestigios de quien la hace. Hacer más visibles esos vestigios puede obedecer a exigencias particulares, en cuyo caso entra a funcionar el llamado scopo, tomado en sentido general como la finalidad de la traducción: en principio, a quién está dirigida. Esta consideración es tan vasta que la única respuesta posible es genérica y relativa: depende. Depende del público, del género, de las prácticas editoriales, de las intenciones personales, de la ideología y un extenso etc.
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