martes, 11 de marzo de 2014

A ver, pare y diga: ¿quién merece llamarse escritor?

El 21 de febrero pasado, Horacio Bilbao publicó en la revista Ñ el siguiente artículo sobre autopublicación. La bajada dice: “Un informe sobre el fenómeno de la autopublicación de libros vinculado a la megatienda Amazon dispara otra polémica en el agitado panorama editorial. Datos sorprendentes que tal vez no sorprendan a nadie y una pregunta repetida, ¿cuál es el futuro de los libros?”.

Publíquese usted mismo, es la era del cliente lector

Hace cuatro años Andrés Rivera, el último de los escritores obreros de nuestro país, nos dijo en una entrevista: “Un autor que pague por publicar sus libros no merece llamarse escritor”. Su sentencia explotó como una bomba, cosechó adhesiones y rechazos. Más de estos últimos. Es que la historia de la literatura y de la publicación, que no siempre van juntas, conoce una buena cantidad de grandes autores que empezaron pagando sus libros. Rivera ya sabe que hoy cualquiera puede publicar en formato digital y sin gastar nada, lo que no es garantía de lectores, y mucho menos de ventas. Pero lo que quizás no sepa es que en los últimos días, su sentencia se ha invertido. Ahora dicen que cualquiera puede publicar sus libros en formato digital y que si lo hace de manera “independiente” tendrá más chances de ganar algunos pesos que poniéndose en manos de las grandes editoriales.

La primera parte de la sentencia es cierta, cualquiera puede autopublicar sus libros sin gastar un peso. Que sea un éxito de ventas, dependerá de varios factores, pero una serie de informes que aparecieron la semana pasada revelaron números llamativos sobre la autopublicación. En la megatienda Amazon, fundada hace 20 años por el hoy magnate Jeff Bezos, los autores independientes que se autopublican en digital ganan más dinero que aquéllos que recurren a las grandes editoriales. Hugh Howey, autor del éxito de ventas Wool, una saga digital de ciencia ficción publicada por él mismo, reveló el dato, comparando los ingresos de autores independientes de libros electrónicos contra los números de aquéllos que publican en las grandes compañías. Howey es un ejemplo de ese supuesto éxito pero su informe abre o reanima unos cuantos debates. Mientras la autopublicación avanza y se libera, la distribución y venta parece concentrarse cada vez más, como en el caso de Amazon.

Si usted quiere ser un bestseller, puede leer el informe Howey, que le dirá algo así: No pague, ni reniegue con las editoriales, llame a los chicos de Amazon, que saben más de ventas que de libros, pero que igual lo van a ayudar (curiosas y altruistas este tipo de ayudas que llegan desde el mundo virtual: twitter permitiría hacer la revolución y facebook recuperar amistades con gente de la que no eramos tan amigos). Hablamos de Amazon, como en su momento lo hemos hecho de Google books, o de Facebook, verdaderos pulpos de la comunicación y los mercados globales de la información, los contenidos, mercancías intelectuales que tienen a converger hacia ellos. El caso aquí, es que el informe Howey, replicado hasta el hartazgo en publicaciones literarias de distinta procedencia, se basa en datos reales (siempre escasos) y pone en evidencia los distintos caminos que puede seguir un autor contemporáneo para publicar y vender sus libros.

Sobre este mismo documento, el blog de Cory Doctorow destaca que ya son varias las empresas que establecen una relación a medio camino entre la autopublicación y la edición tradicional. Cita a firmas como Lulu, BookBaby y Smashwords y destaca que algunos agentes literarios siguen el mismo rumbo. Todavía la penetración del e-book, sobre todo en nuestros países, sigue siendo baja. Muy baja. Pero el mundo editorial está cambiando velozmente, y el mismo Doctorow relativiza la participación del e-book en el mercado estadounidense. “Se habla de que representa el 25 por ciento de las ventas totales, pero esa cifra se basa únicamente en las ventas reportadas por los principales editores. Amazon, Barnes & Noble, Kobo, la iBookstore y Google Play no revelan sus datos de ventas”, nos avisa.

En cuanto a Amazon, podríamos seguir varias líneas de análisis, pero sólo recogeremos algunas puntas del extenso artículo que acaba de publicar Gerorge Packer en The New Yorker a propósito de esta compañía tan amada por sus usuarios y odiada por la competencia. “Palabras baratas” se titula el artículo. Su autor admite que Amazon es bueno para el cliente, pero quizás no tanto para los libros. Ya en 2008 Amazon ganaba más dinero que todas las librerías juntas de los Estados Unidos. Y no es casual que los autores sean considerados como los clientes más importantes de la compañía si la idea es hacer libros y venderlos sin tener que negociar con nadie más que con ellos. ¿Será por amor a la literatura? Podríamos citar varios ejemplos de cómo los grandes del mercado convierten las magníficas obras de las letras universales en mercancías. El lector se va convirtiendo en un cliente, y lo tratan como cliente. Por suerte, y al menos por ahora, ese vínculo acaba cuando empieza la lectura. ¿O ya no?

En la era de Internet el poder de algunas compañías se ha vuelto intimidatorio, lo mismo ocurre con los resultados que vemos del uso de algunas herramientas que llegaron supuestamente para democratizar la comunicación, para empoderar a los internautas del mundo y para banalizar aún más la palabra revolución en el ultrabastardeado díptico “revolución digital”. La lógica de las grandes compañías de Internet sorprendería hasta al propio Karl Marx, sus tentáculos y ambiciones son tan globales (algunas ya dan señales de imperiales) como las de los grandes de las finanzas mundiales. Y en ese flujo que ofrece libertades inesperadas, por siempre buscadas, con los que los usuarios del mundo se sienten a gusto, aparecen los sistemas de control más perversos y desarrollados de la historia de la humanidad. Si los procesos de socialización de la humanidad, como dice Manuel Castells, se dan ahora principalmente en Internet, este es un dato preocupante que a muy pocos les preocupa.

Pero volvamos a los libros. Es un dato fácilmente contrastable el hecho de que en Amazon un e-book, al menos en los EE.UU., cuesta lo que una cerveza, o un sándwich. Jeff Bezos nos ha convencido: los libros digitales se venden si son baratos. Ese fenómeno sin duda golpea a la industria. Pero hay otro impacto, el que tarde o temprano recibirá el libro como producto cultural, como mercancía. Estamos en la era del Kindle, sí, pero nada parece casual cuando leemos el artículo de Packer y vemos que ya en 1995 Bezos exponía su modelo de negocios: Vender libros para tener una puerta de acceso que permita reunir datos sobre clientes educados. (Nada muy diferente a lo que acaba de admitir Google sobre los objetivos de su red social Google +) El último paso de Amazon en materia editorial, fue crear su propia unidad de publicación de libros. Ahora producen y distribuyen. La pregunta que se hace Packer no es ya si Amazon es un problema para la industria del libro, sino si es malo para los libros en general. También podríamos preguntarnos ¿con qué fines utilizaran toda esa información? Y esa pregunta valdría para todas estás megaempresas sospechadas y más que eso de colaborar con las agencias de seguridad y el espionaje gubernamental, cosas que sabemos gracias a Edward Snowden. La automatización, la libertad individual de publicar solos, la tecnología al fin, son también grandes aliados de la vigilancia. Ya hemos visto los casos de Amazon, y de otras muchas editoriales en su usufructo del DRM, un sistema de vigilancia que le permitió, en uno de los recuerdos más tristes de la compañía de Bezos, borrar del Kindle de sus clientes una versión de 1984 de George Orwell. Paradójico y metafórico.

El lugar de los libros en la cultura, también el de la información que se vincula cada vez más con el fascinante e inescrutable mundo de los algoritmos y menos con el trabajo manual o social, como bien saben los lectores que usan el “search inside book” de Google o de Amazon, está en juego. Los servicios de autopublicación independiente son una oportunidad. Y esa oportunidad como podrán ver en los informes que aquí citamos, se acrecientan en los Estados Unidos, y en rubros muy específicos, como la novela romántica, los thrillers o la ciencia ficción. Para el resto de los mortales hay circuitos de circulación y venta alternativos, cuyo impacto es mucho menor. Y librerías, y librerías de viejo todavía. Y discusiones arduas sobre los derechos de autor. Cuando Amazon dice que con sus servicios de autopublicación puede alcanzar millones de lectores en el mundo entero, no miente. Pero esa posibilidad puede ser muy remota. Amazon es una megatienda, aunque tiente también a los autores independientes no lo hace por generosidad. Tampoco facebook o twitter tienen por misión cooperar para cambiar el mundo, o fortalecer las relaciones humanas.

El panorama editorial es complejo, el crecimiento de Amazon y de Google son tan o más preocupantes que la fusión de Pengüin y Random House, otro paso hacia la concentración. Incluso hay amenazas tecnológicas mayores, como la figura del escritor no humano. Se habla de que los robots reemplacen a los periodistas, parece ciencia ficción, pero ya lo hicieron con los correctores, y avanzan sobre los traductores, siempre con la venia de las empresas. Mientras tanto los lectores, que consiguen grandes obras desde su computadora, tablets o kindles estén donde estén y a precios módicos, están de parabienes. Para ellos, para muchos de nosotros, es el paraíso. Después están las viejas preguntas. ¿Tenemos algo para contar? ¿De qué manera lo hacemos?, ¿cómo se accede al mundo editorial?, o la que nos hacía Rivera: ¿quién merece llamarse escritor? En la era pos Kindle, ¿sobrevivirán estas preguntas?


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