El 21 de febrero pasado, Horacio Bilbao publicó en la revista Ñ el siguiente artículo sobre autopublicación. La bajada dice: “Un
informe sobre el fenómeno de la autopublicación de libros vinculado a la
megatienda Amazon dispara otra polémica en el agitado panorama editorial. Datos
sorprendentes que tal vez no sorprendan a nadie y una pregunta repetida, ¿cuál
es el futuro de los libros?”.
Publíquese usted mismo, es la era del cliente lector
Hace cuatro años Andrés Rivera,
el último de los escritores obreros de nuestro país, nos dijo en una entrevista: “Un autor que pague por
publicar sus libros no merece llamarse escritor”. Su sentencia
explotó como una bomba, cosechó adhesiones y rechazos. Más de estos últimos. Es
que la historia de la literatura y de la publicación, que no siempre van
juntas, conoce una buena cantidad de grandes autores que empezaron pagando sus
libros. Rivera ya sabe que hoy cualquiera puede publicar en formato digital y
sin gastar nada, lo que no es garantía de lectores, y mucho menos de ventas.
Pero lo que quizás no sepa es que en los últimos días, su sentencia se ha
invertido. Ahora dicen que cualquiera puede publicar sus libros en formato
digital y que si lo hace de manera “independiente” tendrá más chances de ganar
algunos pesos que poniéndose en manos de las grandes editoriales.
La primera parte
de la sentencia es cierta, cualquiera puede autopublicar sus libros sin gastar
un peso. Que sea un éxito de ventas, dependerá de varios factores, pero una
serie de informes que aparecieron la semana pasada revelaron números llamativos
sobre la autopublicación. En la megatienda Amazon, fundada hace 20 años por el
hoy magnate Jeff Bezos, los autores independientes que se autopublican en
digital ganan más dinero que aquéllos que recurren a las grandes editoriales.
Hugh Howey, autor del éxito de ventas Wool, una saga digital de ciencia ficción
publicada por él mismo, reveló el dato, comparando los ingresos de autores independientes
de libros electrónicos contra los números de aquéllos que publican en las
grandes compañías. Howey es un ejemplo de ese supuesto éxito pero su informe abre
o reanima unos cuantos debates. Mientras la autopublicación avanza y
se libera, la distribución y venta parece concentrarse cada vez más, como en el
caso de Amazon.
Si usted quiere
ser un bestseller, puede leer el informe Howey, que le dirá algo así: No pague,
ni reniegue con las editoriales, llame a los chicos de Amazon, que saben más de
ventas que de libros, pero que igual lo van a ayudar (curiosas y altruistas
este tipo de ayudas que llegan desde el mundo virtual: twitter permitiría hacer
la revolución y facebook recuperar amistades con gente de la que no eramos tan
amigos). Hablamos de Amazon, como en su momento lo hemos hecho de Google books,
o de Facebook, verdaderos pulpos de la comunicación y los mercados globales de
la información, los contenidos, mercancías intelectuales que tienen a converger
hacia ellos. El caso aquí, es que el informe Howey, replicado hasta el hartazgo
en publicaciones literarias de distinta procedencia, se basa en datos reales
(siempre escasos) y pone en evidencia los distintos caminos que puede seguir un
autor contemporáneo para publicar y vender sus libros.
Sobre este mismo
documento, el blog de Cory Doctorow destaca que ya son varias las
empresas que establecen
una relación a medio camino entre la autopublicación y la edición tradicional.
Cita a firmas como Lulu, BookBaby y Smashwords y
destaca que algunos agentes literarios siguen el mismo rumbo. Todavía la
penetración del e-book, sobre todo en nuestros países, sigue siendo baja. Muy
baja. Pero el mundo editorial está cambiando velozmente, y el mismo Doctorow
relativiza la participación del e-book en el mercado estadounidense. “Se habla
de que representa el 25 por ciento de las ventas totales, pero esa cifra se
basa únicamente en las ventas reportadas por los principales editores. Amazon,
Barnes & Noble, Kobo, la iBookstore y Google Play no revelan sus datos de
ventas”, nos avisa.
En cuanto a
Amazon, podríamos seguir varias líneas de análisis, pero sólo recogeremos
algunas puntas del extenso artículo que acaba de publicar Gerorge Packer en The New
Yorker a propósito de esta compañía tan amada por sus usuarios y
odiada por la competencia. “Palabras baratas” se titula el artículo. Su autor
admite que Amazon es bueno para el cliente, pero quizás no tanto para los
libros. Ya en 2008 Amazon ganaba más dinero que todas las librerías juntas de
los Estados Unidos. Y no es casual que los autores sean considerados como los
clientes más importantes de la compañía si la idea es hacer libros y venderlos
sin tener que negociar con nadie más que con ellos. ¿Será por amor a la
literatura? Podríamos citar varios ejemplos de cómo los grandes del mercado
convierten las magníficas obras de las letras universales en mercancías. El
lector se va convirtiendo en un cliente, y lo tratan como cliente. Por suerte,
y al menos por ahora, ese vínculo acaba cuando empieza la lectura. ¿O ya no?
En la era de
Internet el poder de algunas compañías se ha vuelto intimidatorio, lo mismo
ocurre con los resultados que vemos del uso de algunas herramientas que
llegaron supuestamente para democratizar la comunicación, para empoderar a los
internautas del mundo y para banalizar aún más la palabra revolución en el
ultrabastardeado díptico “revolución digital”. La lógica de las grandes
compañías de Internet sorprendería hasta al propio Karl Marx, sus tentáculos y
ambiciones son tan globales (algunas ya dan señales de imperiales) como las de
los grandes de las finanzas mundiales. Y en ese flujo que ofrece libertades
inesperadas, por siempre buscadas, con los que los usuarios del mundo se
sienten a gusto, aparecen los sistemas de control más perversos y desarrollados
de la historia de la humanidad. Si los procesos de socialización de la
humanidad, como dice Manuel
Castells, se dan ahora principalmente en Internet, este es un dato
preocupante que a muy pocos les preocupa.
Pero volvamos a
los libros. Es un dato fácilmente contrastable el hecho de que en Amazon un
e-book, al menos en los EE.UU., cuesta lo que una cerveza, o un sándwich. Jeff
Bezos nos ha convencido: los libros digitales se venden si son baratos. Ese
fenómeno sin duda golpea a la industria. Pero hay otro impacto, el que tarde o
temprano recibirá el libro como producto cultural, como mercancía. Estamos en
la era del Kindle, sí, pero nada parece casual cuando leemos el artículo de
Packer y vemos que ya en 1995 Bezos exponía su modelo de negocios: Vender
libros para tener una puerta de acceso que permita reunir datos sobre clientes
educados. (Nada muy diferente a lo que acaba de admitir Google sobre los
objetivos de su red social Google +) El último paso de Amazon en materia
editorial, fue crear su propia unidad de publicación de libros. Ahora producen
y distribuyen. La pregunta que se hace Packer no es ya si Amazon es un problema
para la industria del libro, sino si es malo para los libros en general.
También podríamos preguntarnos ¿con qué fines utilizaran toda esa información?
Y esa pregunta valdría para todas estás megaempresas sospechadas y más que eso
de colaborar con las agencias de seguridad y el espionaje gubernamental, cosas
que sabemos gracias a Edward Snowden. La automatización, la libertad individual
de publicar solos, la tecnología al fin, son también grandes aliados de la
vigilancia. Ya hemos visto los casos de Amazon, y de otras muchas editoriales
en su usufructo del DRM, un sistema de vigilancia que le permitió, en uno de
los recuerdos más tristes de la compañía de Bezos, borrar del Kindle de sus
clientes una versión de 1984 de George Orwell. Paradójico y metafórico.
El lugar de los
libros en la cultura, también el de la información que se vincula cada vez más
con el fascinante e inescrutable mundo de los algoritmos y menos con el trabajo
manual o social, como bien saben los lectores que usan el “search inside book”
de Google o de Amazon, está en juego. Los servicios de autopublicación
independiente son una oportunidad. Y esa oportunidad como podrán ver en los
informes que aquí citamos, se acrecientan en los Estados Unidos, y en rubros
muy específicos, como la novela romántica, los thrillers o la ciencia ficción.
Para el resto de los mortales hay circuitos de circulación y venta
alternativos, cuyo impacto es mucho menor. Y librerías, y librerías de viejo
todavía. Y discusiones arduas sobre los derechos de autor. Cuando Amazon dice
que con sus servicios de autopublicación puede alcanzar millones de lectores en
el mundo entero, no miente. Pero esa posibilidad puede ser muy remota. Amazon
es una megatienda, aunque tiente también a los autores independientes no lo
hace por generosidad. Tampoco facebook o twitter tienen por misión cooperar
para cambiar el mundo, o fortalecer las relaciones humanas.
El panorama
editorial es complejo, el crecimiento de Amazon y de Google son tan o más
preocupantes que la fusión de Pengüin y Random House, otro paso hacia la
concentración. Incluso hay amenazas tecnológicas mayores, como la figura del
escritor no humano. Se habla de que los robots reemplacen a los periodistas,
parece ciencia ficción, pero ya lo hicieron con los correctores, y avanzan
sobre los traductores, siempre con la venia de las empresas. Mientras tanto los
lectores, que consiguen grandes obras desde su computadora, tablets o kindles
estén donde estén y a precios módicos, están de parabienes. Para ellos, para
muchos de nosotros, es el paraíso. Después están las viejas preguntas. ¿Tenemos
algo para contar? ¿De qué manera lo hacemos?, ¿cómo se accede al mundo
editorial?, o la que nos hacía Rivera: ¿quién merece llamarse escritor? En la
era pos Kindle, ¿sobrevivirán estas preguntas?
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