El pasado 4 de mayo, Juan Pablo Bertazza publicó en el
suplemento Radar Libros, del diario Página
12, de Buenos Aires, la siguiente entrevista con el escritor francés Laurent
Mauvignier. La bajada dice que “a
contrapelo de cierta imagen estereotipada de sus colegas, viene trabajando
crudos libros que abrevan en traumas sociales e históricos, no lejos de la
crónica periodística, pero aprovechando el largo aliento de la literatura. Por
estos días vino a la Feria
del Libro, en cuyo marco dio esta entrevista donde reflexiona sobre el panorama
de la literatura de su país”.
Resulta interesante señalar que, a lo largo de la entrevista, y pese a los ingentes y costosos esfuerzos de la ahora desaparecida Secretaría de Cultura de Jorge Coscia, Mauvignier señala la indiferenciación que, desde el punto de vista francés, presenta la literatura latinoamericana. Para más datos, fue traducido por la editorial
Anagrama, pese a lo cual merece atención.
No siempre tendremos París
Todos los años nos llegan libros y perfiles de un conjunto
de escritores franceses que vale la pena leer. Serios, interesantes, con una
obra sólida y extensa, varios premios ganados y hasta algún tipo de influencia
en lo social, ya sea desde la redacción de discursos para candidatos a cargos
ejecutivos o desde su participación en la prolífica actividad intelectual que es
marca registrada de la televisión francesa. Tanto es así que, por momentos,
esos nombres largos, finos y galos se empiezan a mezclar entre sí, como si
hubieran pasado todos por el mismo molde, como si en la actual literatura
francesa nadie sobresaliera demasiado de los demás.
“Nosotros en Francia tenemos una sensación parecida”,
confirma Laurent Mauvignier, precisamente uno de esos buenos escritores
franceses invitado a la cuadragésima edición de la Feria del Libro. Y lo dice
con más curiosidad que resignación, desde la aséptica mesa de un hotel en
reconstrucción de Recoleta.
“Es difícil encontrar dos o tres nombres que sobresalgan de
los demás escritores. Claro, está el caso de Houellebecq, que es complicado
porque no es un escritor que les guste a los escritores, despertó muchas
pasiones y odios por parte de la prensa, para mí no es lo suficientemente
genial que dicen los periodistas ni tampoco tan mal escritor como sostienen sus
detractores, pero sí es cierto que sus novelas son eficaces. Es paradójico: si
bien Houellebecq intenta criticar al escritor francés clásico, su figura
mediática no hace otra cosa que reproducir eso, una figura tradicional y
exitosa del escritor francés”, dice Mauvignier, quien destaca, a su vez, a
otros colegas como Pierre Michon o Jean Echenoz, aunque con cierta timidez,
preocupado, quizá, por olvidarse algún nombre atento a sus declaraciones.
A pesar de los numerosos vínculos históricos culturales
entre Francia y nuestro país, Mauvignier encuentra algunas baldosas flojas en
el puente tendido entre ambas literaturas: “En Francia suele tomarse América
del Sur como un conjunto, no se diferencia mucho un autor del otro, es
literatura en español, se toma por idioma, me da un poco de vergüenza decirlo,
pero la verdad que es así; además, en Francia, la búsqueda de la literatura
extranjera pasa por buscar una alternativa a la literatura norteamericana y,
por otro lado, siento que en Latinoamérica suele entenderse por literatura
francesa lo que se escribe desde la burguesía más rancia de París”.
También es cierto que, en ese sentido, la literatura de
este contador y licenciado en Bellas Artes se diferencia de gran parte del
resto: un estilo que toma como gran referencia a Faulkner, desde lo formal, a
partir de la recurrencia de monólogos, soliloquios, fluir de la conciencia y
otras indagaciones tras la cortina de silencio de los personajes, pero también
desde sus tópicos más visitados: la violencia y la marginalidad en todo su
esplendor, temas que convergen en Hombres, su novela más exitosa, sobre un
soldado de la guerra de Argelia que se convierte en una especie de lacra
incluso para su propia familia.
Por otro lado, Lo que
yo llamo olvido, último libro de Mauvignier (publicado recientemente por
Anagrama), que consta de una única y extensa frase de sesenta páginas que no
tiene punto seguido ni punto y aparte, mantiene una notable semejanza con los
renombrados casos de linchamiento que sacudieron nuestro país en las últimas
semanas. Un hombre entra a un supermercado, roba una latita de cerveza y se la
toma inmediatamente, como un único acto impulsivo que no tiene en cuenta la
mirada alerta de los demás. Entonces llegan los hombres de seguridad y le
propinan una golpiza tan fuerte que lo terminan matando.
“Lamentablemente, yo vengo escuchando cada vez más casos en
casi todo el mundo, es algo que me da mucho miedo y de lo cual me resulta
difícil hablar, pero me interesa mucho cómo lo colectivo suele generar
violencia y hasta termina legitimando esa misma violencia; en otras palabras,
cada vez más pasa que cuando un hombre se encuentra en grupo, renuncia a su
humanidad”, explica Mauvignier quien, de hecho, ya había escrito en 2006 La foule (La masa), acerca de la tragedia de Heysel, llamada así por el
nombre del estadio de Bélgica donde, antes de la final de la Copa de Europa disputada en
1985 en Bruselas, murieron 39 personas por los graves enfrentamientos entre
seguidores del Liverpool y la
Juventus. En Lo que yo
llamo olvido, entonces, Mauvignier volvió a sacar material de los diarios
para realizar esta notable y breve novela que toma como punto de partida un
hecho periodístico real ocurrido el 28 de diciembre de 2009 en un Carrefour de
Lyon, para trascenderlo y ensancharlo hacia el universo de la literatura.
–¿Cuál es la diferencia esencial entre la
búsqueda del periodismo y el objetivo de la literatura?
–El periodismo busca volver identificable y claro un
acontecimiento. La literatura, en cambio, se centra en la complejidad de las
cosas, ofrece mucho espesor y, sobre todo, indaga en todos los misterios. El
periodista suele explicar en cuatro líneas lo que pasó; el escritor suele
imaginar lo que pasó antes y lo que va a pasar después hasta olvidarse incluso
de ese acontecimiento que motivó la creación del libro. Yo creo que la tragedia
griega todavía importa tanto porque sirve de arquetipo para los hechos
policiales: Medea, por ejemplo, es una mujer que mata a sus hijos, la
literatura se encarga de atravesar el hecho policial de la coyuntura y rescatar
ese arquetipo mítico que subyace a la noticia. Suelo estar informado porque
tengo una relación algo confusa entre la realidad y lo que imagino en mi
literatura. Me gustan las noticias porque me dan la sensación de estar
siguiendo todos los días una gran serie, por eso me interesa la mundialización,
es como si todos participáramos de la misma gran serie: hay una línea
principal, incluso una serie de personajes principales, pero luego aparecen
montones de historias secundarias que terminan transformándose, a su tiempo, en
el argumento principal.
–A propósito, ¿cómo convive un escritor con la
idea, tan escuchada por estos días, de que la mejor literatura de hoy está en
realidad en las series de televisión?
–Te voy a responder con un proverbio chino: “Cuando no
puedas con un enemigo, lo mejor que podés hacer es ir a sentarte con paciencia
al borde del río, tarde o temprano vas a ver pasar su cadáver”.
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