Mientras la
Biblioteca Nacional de Argentina prepara
para el próximo jueves un encuentro alrededor de la figura del escritor polaco,
en el que participarán más de sesenta críticos, psicoanalistas, dramaturgos,
historiadores, sociólogos y periodistas, Pablo Gasparini, autor de
El exilio procaz: Gombrowicz por la
Argentina , publicó ayer la siguiente columna
en el diario Página 12.
La lengua rejuvenecida
En
Buenos Aires, Gombrowicz escribe en polaco y traduce al español y al francés.
Es una apuesta triple que apunta a su patria, al territorio local de su exilio
y a la república mundial de las letras. Se trata de una apuesta que se da en
una dimensión bastante diferente a la de la publicación de sus primeros textos
en Polonia, con tirajes pagados por su padre o, a medias, de su propio
bolsillo. Imaginar cómo hubiera sido esta trayectoria literaria si no hubiera
ocurrido la guerra es un atrevimiento ético o un ejercicio de ciencia ficción
histórico-política. Lo cierto es que Gombrowicz se internacionaliza desde
Argentina; un espacio que si bien le resultó hostil en sus círculos consagrados
lo introdujo, por otro lado, a la tan latinoamericana experiencia de lo
babélico, a la certeza de no poseer un único Nombre o Padre, a la falta de
soberanía de un significado estable desde donde constituirse. Así, el polaco geba, por tomar un término clave, es
también gueule y facha y aun, como se lo sugiere Manuel Gálvez en una carta, escracho.
Creo
que éste es el punto donde su biografía pampeana, tan rica en datos y anécdotas
sobre los percances materiales –Gombrowicz durmiendo en el piso de la sala de
un amigo durante meses, almorzando en el funeral de un desconocido, cambiando
de pensión por falta de pago– se encuentra con la condición de su propia
lengua: la de la sobrevivencia. Traducir del Polaco al polaco, hacerlo
sobrevivir, implica, tal como Benjamin lo insinúa en relación con la genealogía
entre original y traducción, el desafío de la sobrevida, “que no merecería este
nombre si ella propia no fuese mutación y renovación” o, podríamos decir
nosotros, si ella misma, la sobrevida, no fuese rejuvenecimiento, ese devenir
del que Gombrowicz confiesa sentirse afectado durante su exilio sudamericano.
Escribir en polaco a extramuros de su sacra Comunidad implica, de hecho, reinventarse
y reinventar esa lengua desde el resbaloso territorio donde los significados,
espectralmente liberados de su pasado, ganan en movilidad lo que pierden en
consenso. Hay en ese ofrecimiento a los otros con que Gombrowicz se entrega a
la traducción –a la sociedad de voces del café Rex– el reconocimiento de una
pérdida. Nunca, en estas traducciones, se trata de honrar y heredar el túmulo
de la lengua polaca, más bien se trata de una actividad lúdica, festiva, donde
la lengua, regada a Bols, es colaborativo pasaje de sentidos posibles.
Y
si, por seguir con la célebre Facha, pensamos que este concepto además de sus
semas de apariencia, convoca la velada manera en que un “indudable” macho
argentino puede referirse, sin aparentes suspicacias, a la belleza o pinta de
otro “indudable macho argentino”, podríamos arriesgar que es la subterránea
fuerza sexual del lenguaje la que impulsa aquella (algo histriónica)
desafiliación desacralizadora por la que la lengua de Gombrowicz logra
rejuvenecerse y rejuvenecerlo. Otro furtivo lugar donde escritura y cuerpo, se
dicen y se tocan.
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