Una
breve columna de opinión, publicada sin firma, el 19 de mayo pasado, en el blog
de la agencia mallorquí Signe Words..
El traductor
en la sociedad
Un poco de historia
Históricamente,
la traducción se ha considerado una aberración. ¿Por qué habríamos
permitido que se degradasen los idiomas nobles, como el latín o el griego, al
traducirlos a idiomas considerados inferiores? La primera persona que quiso
traducir la Biblia
al inglés, William Tynsdale, pagó un alto precio ya que fue quemado vivo.
Entonces
había poco (o ningún) reconocimiento para dicho trabajo y el acceso a los
recursos culturales y políticos quedaba reservado a una élite de eruditos. La
traducción quedó en un oficio en la sombra. En una sociedad donde se han
desarrollado los recursos necesarios junto con la comunicación, ¿ha cambiado la
situación del traductor y de su trabajo?
La traducción vista por la sociedad
Desafortunadamente,
siguen existiendo numerosos prejuicios cuando se habla de traducción,
especialmente uno: la traducción no es un trabajo real, sino una tarea de la
que cada uno puede encargarse sin mayor dificultad, gracias a las clases de
idiomas impartidas durante la etapa escolar. Se puede relacionar eso con otro
prejuicio un poco simplista: el traductor es un diccionario, alguien a quien se
le puede preguntar cualquier término fuera de su contexto. ¿Significa eso que
se podría sustituir al traductor por herramientas de traducción automática? Hay
numerosos ejemplos que muestran las consecuencias de este tipo de traducción
sobre la imagen de la empresa que optó por la solución más rápida y más barata.
De
aquí podemos sacar otra idea preconcebida sobre la traducción, como que es una
tarea que se hace fácil y rápidamente si tienes un diccionario bilingüe a mano.
Es lo que puede llevar a la incomprensión entre el traductor y el cliente,
especialmente en una sociedad que nos pide que seamos cada vez más eficientes,
con plazos cada vez más cortos. Todo eso ayuda a construir una imagen poco
gratificante de esta profesión y de la persona que lo cumple.
Sin embargo…
La
traducción es un trabajo mucho más complejo que la imagen que de él tiene la
sociedad. El filósofo Franz Rosenzweig así lo resume: “traducir es servir a dos
señores a la vez”.
No
se trata sólo de transcribir un enunciado con toda la sutileza que tiene el
idioma del que proviene, sino también de reproducir un enunciado tan rico y
fluido en el idioma de llegada como en el idioma original. No se trata de
transferir una palabra de un idioma al otro, sino el sentido, respetando a la
vez el idioma original y el idioma de llegada en toda su complejidad
respectiva, sea a la altura de la gramática o de referencias culturales más
precisas. La traducción palabra por palabra como si de un puro mecanismo se
tratara es una visión simplista que minimiza un trabajo que requiere numerosas
búsquedas y mucha creatividad por parte de la persona que lo lleva a cabo.
El
traductor también es una persona cuyo trabajo es relacionar los pueblos y las
culturas. La traducción es un medio esencialmente útil para la comprensión
intercultural. El traductor es el vínculo entre los actores, la persona que
permite que una relación se establezca entre dos personas de un idioma y de una
cultura diferente. Algunos le darían el nombre de ‘oficio más viejo del mundo’,
porque es gracias a este contacto entre los pueblos que se ha hecho la historia
de la humanidad. Tras la necesidad de comunicar y el ambiente multicultural,
nuestra sociedad debe favorecer una revalorización de la traducción y, por
consiguiente, una revalorización del antiguo oficio de traductor. Según dice Le
Clézio, “la traducción reúne los pueblos y favorece la paz”. Entonces, ¿por qué
no pensar en este como uno de los oficios más hermosos del mundo?
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