La
siguiente nota fue publicada con firma de Sabina
Berman, el 21 de septiembre pasado, en Proceso.com.mex . La autora pone el
dedo en una llaga que al Estado mexicano –que produce, adquiere y distribuye
mal el 75% de la producción editorial mexicana– y a los muchos intelectuales
que comen de ese plato no les gusta nada.
El Fondo, dormido en sus laureles
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Leo Zuckerman se preguntó si se justifica la existencia de una
editorial subsidiada como es el Fondo de Cultura Económica. “No nos hagamos
bolas”, escribió en poesía vernácula. “El Fondo sirve (únicamente) a una élite cultural,
académica e intelectual”.
Airadas le
llegaron las respuestas de dos de nuestros escritores más aristocráticos.
Empleo el término “aristocrático” en el sentido en que lo hacía José
Vasconcelos: por virtud de la excelencia, incluidos en una minoría. Jesús Silva
Herzog Márquez le llamó liberal salvaje. Jorge Volpi le recordó que la alta
cultura siempre ha sido patrocinada y nuestras instituciones culturales
subsidiadas cifran la ventaja cultural que tenemos sobre el resto de
Latinoamérica.
Y sin embargo, me parece a mí que la pregunta de Leo se
sostiene. Sí, ¿por qué el Fondo no ha logrado, en medio siglo, llegar a más
lectores? ¿Por qué no llega a los millones de preparatorianos y universitarios
del país? ¿De verdad el defecto reside en esos lectores posibles pero no
reales, o es en el Fondo?
Que es lo mismo que preguntarse asuntos más particulares.
¿Por qué los últimos 24 años las colecciones de poesía y de dramaturgia del
Fondo no han crecido mientras que su cava de vinos sí, hasta ser famosa entre los
editores del idioma de la ñ?¿Por qué uno de nuestros mayores antropólogos, cuyo
nombre él no me agradecería que tecleara aquí, puede publicar su último libro,
de tema mexicano por cierto, en una de las más exigentes editoriales
universitarias de Estados Unidos, pero en el Fondo se le pide que espere tres
años para su publicación en español?
¿Por qué los primeros años del Fondo fueron los de su
expansión territorial, de la multiplicación de sus librerías en el mundo de la
ñ, mientras en los últimos 24 años inaugurar una librería en Bogotá y una en la
colonia Condesa de la capital se proclama como una hazaña?
Más preguntas concretas. ¿Cómo sucedió que España a finales
del siglo XX se adueñó de la difusión y la enseñanza del español en el planeta,
a través de su Instituto Cervantes, si era el Fondo el que tenía la ventaja
hasta un lustro antes?
¿Y cómo es que ahora, cuando una España en crisis económica
debe cerrar sus institutos Cervantes, el Fondo no avanza para ocupar los
vacíos? En el mismo sentido, ¿por qué es que ante el encogimiento de las
editoriales españolas, el Fondo no lidera la avanzada de nuestras buenas
editoriales nacionales?
Es decir, dicho en poesía vernácula, ¿cuándo se durmió el
Fondo en sus laureles? ¿Cuándo se acomodó en la seguridad del subsidio y el
deleite de su cava de vinos y se olvidó de crecer y de servir a más que a una
minoría autosatisfecha?
Leo se pregunta si se justifica la existencia de una
editorial subsidiada cuyos libros llegan a muy pocos. Digo que me parece a mí
que la pregunta es importante, aunque la respuesta que Leo da es, sí, para
citar a Silva Herzog, la de un liberal salvaje. (Perdón, amigo Zuckerman, y con
el aprecio intacto a tu afán de sacudir las complacencias de las élites.)
Aun en términos económicos, es una respuesta poco útil. ¿Qué
gana México con cerrar el Fondo? Nada, nada y nada. Salvo la diferencia actual
entre sus costos y sus ventas, 200 millones de pesos, una partida minúscula en
el contexto del presupuesto estatal. ¿Y qué oportunidades gana el país si el
Estado decide despertarlo y hacerlo crecer?
Servir a muchos más, coleccionar a nuestros clásicos de las
últimas tres décadas, lo que no ha hecho, y expandir nuestro mercado editorial
a otras latitudes, ahora que ocurre el encogimiento de las editoriales
españolas.
Los espartanos cogían a sus hijos de los talones y los
hundían en el río helado. Si no morían de neumonía los dejaban vivir. Si
enfermaban, los atravesaban con una espada, para abreviar su agonía. Por eso
fueron atenienses y no espartanos Sócrates y Platón. Por eso los espartanos
fueron magníficos en el arte del asesinato, la guerra, pero no en las artes de
la cooperación y el bien vivir, las bellas artes y la filosofía.
Somos ya espartanos en exceso. Cultivemos nuestras
instituciones atenienses. Pongamos a un lado los laureles marchitos del Fondo y
despertémoslo. Para volver a lo vernáculo: esperemos del Fondo otros laureles
más verdes.
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