Alfredo Bryce Echenique y Arturo Pérez Reverte no están solos ni son los únicos plagiarios de la lengua: los precede Camilo José Cela. Al menos así lo cuenta Manu de Ordoñana en un excelente artículo
publicado el 24 de septiembre pasado en Ser Escritor, un blog dedicado a los menesteres
de la literatura, del que nos ha dado noticia su propio autor, desde San Sebastián.
Cela, acusado de plagio
La noticia no es nueva, arranca a finales de 1998,
cuando la escritora gallega, Carmen Formoso presentó una querella contra Camilo
José de Cela (Padrón, 1916) y la editorial Planeta S.A, por cometer delitos de
apropiación indebida y contra la Propiedad Intelectual ,
al considerar que la obra La Cruz de San Andrés, galardonada con el
Premio Planeta 1994, era un plagio de su novela, Carmen, Carmela, Carmiña (Fluorescencia), presentada también al
Concurso de ese mismo año. La querella fue admitida a trámite por la Audiencia de Barcelona.
Al principio, nadie dio crédito a la acusación. Apenas tuvo
eco en la prensa, los medios estimaron que se trataba del ardid de una
escritora desconocida para adquirir notoriedad. ¿Quién iba a imaginar que todo
un Premio Nobel de Literatura iba a poner su firma en una novela escrita por
una simple maestra de aldea y presentarla al más prestigioso de los concursos
literarios que se convocan en lengua castellana?
Pero algo extraño sí que había. El propio Cela reconoció
más tarde: “Todos cometemos errores en esta vida” a la pregunta que le hizo
Marisa Pascual en la primavera del años 2000: ¿Qué ocurrió con La cruz de San
Andrés? Según cuenta la escritora plagiada en su página web, la obra premiada
fue presentada al certamen de manera irregular, varias semanas después del día
30 de junio de 1999, fecha en que finalizaba el plazo de admisión, y ni
siquiera le fue expedido el preceptivo recibo de entrega que exigen las Bases
del Certamen.
Esa versión coincide con la de Francisco Umbral, quien
asegura que Cela le contó a mediados de julio del 94 que estaba terminando el
libro, y también con la del propio Cela que, en la página 17 de la novela, dice
textualmente: “…ha pasado ya mucho tiempo; el libro lo tengo que entregar el
día 1 de Setiembre, así que debo darme cierta prisa…”.
Cuando se publicó la novela ganadora del Planeta, Carmen
Formoso la vio en una librería, leyó la sinopsis y le interesó el tema: era una
historia parecida a la suya. Al llegar a su casa comenzó a leerla. Cuesta poco
imaginar la sorpresa que se llevó —y seguro que también indignación— al
descubrir dentro elementos fundamentales de su obra, numerosas coincidencias,
tanto repeticiones literales como trasposiciones de palabras en la oración para
ocultar el plagio, anécdotas, lugares comunes y, sobre todo, la analogía de los
personajes: Betty Boop y Matty son réplicas de Carmiña; Matilde Verdú es
Carmela; Maruxa y Clara tienen una casa en San Pedro de Nos.
Cuenta la autora en su blog que, durante meses, se dedicó a
desenmascarar la trama, anotando en una lista las pruebas que iba encontrando.
No se trataba sólo de meras similitudes, sino de frases textuales comunes en
ambas obras, idénticos adjetivos para referirse a una misma situación y
multitud de detalles claramente coincidentes. El escrito de acusación al
Juzgado de Instrucción nº 2 de Barcelona, presentado por su abogado Javier
Díaz Formoso —y también, su hijo— recoge una larga lista de las coincidencias
que ha encontrado en los dos libros y que el autor de este blog ha verificado.
Terminado su trabajo recopilatorio, Carmen Formoso se
decidió a hacer valer sus derechos y enfrentarse a quienes le habían robado el
fruto de su trabajo, aun a sabiendas de que desafiaba a todo un Premio Nobel de
Literatura, prestigiado novelista, articulista sin precio y con buenos oficios
en las alturas, además de acusar a la primera empresa editorial española de
manipular la concesión del Premio Planeta, permitiendo al ya designado ganador
del certamen acceder a una de las obras candidatas para que la rehiciera a su
manera y la presentara con su firma, incluso fuera de plazo.
A nadie le extrañó que La Cruz de San Andrés resultara ganadora de la
43ª edición del Premio Planeta 1994, dotado con 50 millones de pesetas —unos
500.000 euros actuales—. Tras conocer el veredicto, el escritor gallego
manifestó: “Me he presentado al Planeta, porque hace cinco años, cuando me
dieron el Nobel, pensé en retirarme, pero después me di cuenta que debía
probarme y establecí una especie de pugilato conmigo mismo”. Pero alguno pensó
que también influiría la cuantía del premio, en un momento en que Cela andaba
justito de dinero, tras haber perdido la mitad de su patrimonio y acordado
compensar a su esposa con una pensión mensual de 800.000 pesetas —unos 8.000 euros
actuales—, tras haberse divorciado de ella en diciembre de 1991, tras 45 años
de matrimonio. Por aquel tiempo, la editorial Planeta atravesaba una pequeña
crisis debido a la caída de sus ventas en las librerías y se esforzaba por
relanzar su certamen literario para recuperar el prestigio y mejorar su cuenta
de resultados. Es sabido que, a finales de los setenta, José Manuel Lara
ofreció a Miguel Delibes el premio Planeta, que el escritor rechazó con
elegancia, a pesar de que eso le hubiera resuelto la vida. Los premios Planeta
arrastran una merecida fama de fraude, bajo la sospecha de que su concesión
está pactada de antemano.
Pero en 1994, el escándalo subió de tono. No sólo se apañó
el resultado, sino que se permitió al nominado utilizar la obra presentada por
otro candidato para que sus amanuenses la rehicieran, cambiando la fachada y
adaptándola al peculiar estilo del escritor gallego. Para entonces, ya se sabía
que Cela utilizaba a “negros” para construir sus novelas y él sólo se dedicaba
a supervisar y corregir los textos en bruto que le entregaban sus escribas.
Incluso, La Voz de
Galicia se atrevió a citar el nombre de Mariano Tudela como su principal colaborador
en la redacción de La Cruz de San Andrés.
Y también se rumoreaba que Cela estaba acabado. Nadie pone
en duda que La familia de Pascual Duarte
(1942), y La Colmena (1951) son dos obras maestras.
Posiblemente también lo sea Viaje a la Alcarria (1948). Pero
lo que hizo a partir de los sesenta, no vale gran cosa: “Intentó hacer
literatura de vanguardia pero no consiguió ningún resultado. Su prosa se hizo
cada vez más retórica, más vacía. Tal vez no tenía ya historias que contar o
quizá le faltaba la necesidad de expresarse, la emoción necesaria para
convertir en arte las vivencias más cotidianas”.
Aún con todo, cuesta entender cómo un escritor tan ilustre
se prestó a semejante patraña. ¿Quién le iba a censurar por rebajar su
productividad al final de su vida? Cuando le concedieron el Nobel, tenía 73
años, hora ya de estar jubilado. Pero no; él quería continuar en primera fila y
no dudó en vender su imagen y el prestigio de su pluma para seguir ganando
dinero, a pesar del daño material y moral que iba a causar a una escritora
desconocida, llena de ilusión por hacer valer su novela.
Pero, ¿fue realmente un plagio? No, en su sentido literal. La RAE lo define como “copiar en
lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”. El criterio de los jueces
es que “el uso de un mismo argumento, expresado de manera original, no
constituye plagio, ya que el derecho de autor no cubre las ideas en sí, sino
únicamente su modo de expresión”. El Tribunal Supremo, en su sentencia de 28 de
enero de 1995, considera que el concepto de plagio ha de referirse a las
coincidencias estructurales básicas y fundamentales y no a las accesorias,
añadidas, superpuestas o modificaciones no trascendentales.
El caso presente parece más “un supuesto de transformación,
al menos parcial, de la obra original”, tal y como reconoce Luis
Izquierdo, catedrático de Literatura Española de la Universidad de
Barcelona, porque, estéticamente, la obra es diferente. Con lo cual,
podríamos admitir que Cela atentó contra el derecho moral o personal de la
escritora gallega, pero quizá no contra su derecho patrimonial, que tiene un
significado mercantilista.
¿Qué pasó entonces? Probablemente, Cela se dejaría seducir
por el valor del dinero. Como lo necesitaba, no tuvo más remedio que aceptar la
farsa. Pero quiso vengarse de los que le obligaron a hacerlo —la editorial
Planeta, y Carmen Balcells, su agente literario—, presentando al concurso un
bodrio, un desvarío, una narración anárquica y redundante, difícil de leer y
carente de mérito literario. Lo hizo a propósito, para provocar al personal. No
puede haber otra explicación.
En nueve ocasiones, hace mención a los rollos de papel de
retrete en los que había escrito el libro para su presentación a quien habría
de bendecirlo. La burla comienza desde el primer párrafo: “Aquí, en estos
rollos de papel de retrete marca La Condesita , escribiendo con bolígrafo no se corre
la tinta verde, ni la azul, ni la roja, no se corre la tinta, aquí en este
soporte humildísimo se va a narrar la crónica de un derrumbamiento…”.
Y sigue, en este primer párrafo, acusando a su editor, como
queriendo atribuirle la felonía y justificar así su proceder deshonesto: “El
gladiador (Cela) que va a morir saluda al César (su editor) con un corte de
mangas porque también él juega y juzga y se ríe a carcajadas del César y de
quienes van a escupir sobre su cadáver, sería espantoso imaginarnos a la
humanidad demasiado sumisa, suenan los clarines porque ya empieza la misa negra
de la confusión, el solemne acto académico de la más turbia de todas las
confusiones”.
En la página 14, arremete contra su agente literario
—Carmen Balcells— poniendo en boca de la narradora la siguiente imputación:
“…la agente Paula Fields me encarga que escriba los siete sucesos que señalaron
la vida de mi marido…, a mi me anticiparon mucho dinero, bueno, mucho dinero
para mi exhausta bolsa, la verdad es que no llegó a los seiscientos mil
dólares, y aunque al principio lo dudé…. acepto la propuesta y empiezo esta
crónica desorientada y levemente ortodoxa: todos debemos someternos a las
sabias normas dictadas por los comerciantes y los síndicos”.
Sabía que le iban a conceder el premio, sabía que la prensa
iba a ensalzar la obra. ¡Qué oportunidad para mofarse de ella! ¿También del
público? Pues también, hasta insultarlo, muy propio de Cela (dice en la página
73: “Insisto en decirle a usted, lector estúpido, que las mujeres vulgares
tenemos historia natural como las algas y los líquenes, nuestro historiador es
Buffon…”). ¿Será cierto eso de que la provocación fomenta la literatura?
A pesar de las pruebas presentadas —afortunadamente, la
autora tuvo la precaución de inscribir previamente la obra en el Registro de la Propiedad Intelectual —,
el caso fue sobreseído y vuelto a abrir en dos ocasiones, la segunda por el
Tribunal Constitucional. Además, en junio de 2001, la editorial Planeta tuvo la
osadía de querellarse contra la escritora gallega por presuntos delitos de
injurias y calumnias. Pero al final, tras doce años de sobresaltos, el Juzgado
nº 2 de Barcelona decretó la apertura de juicio oral contra el editor José
Manuel Lara Bosch por presuntos delitos contra la propiedad intelectual,
apropiación indebida y estafa, esta vez, sin posibilidad de recurso.
El escrito de acusación al Juzgado de Instrucción nº 2 de
Barcelona que presentó su abogado, que recoge Xornal Galego, es todo un
ejemplo de trabajo bien hecho, merecedor de una lectura, siquiera somera, ya
que su extensión —488 páginas— así lo aconseja. Ante tal cantidad de pruebas,
la juez resolvió que La Cruz de San Andrés presenta tantas
coincidencias y similitudes con “Carmen, Carmela, Carmiña” que, para realizar
tal transformación la novela de la querellante hubo de ser necesariamente
facilitada a Cela para que, tomándola como referencia o base, hiciera lo que el
perito denomina aprovechamiento artístico.
Camilo José de Cela murió el 17 de enero de 2002. La causa
sigue abierta, pero sólo contra el omnipotente José Manuel Lara, presidente del
grupo Planeta, un conglomerado de empresas mediáticas (Editorial Plantea, La Razón , Antena 3, La Sexta , Onda Cero, entre
otras), con capacidad suficiente para imponer a los medios la “ley del
silencio” y presionar a otras instancias en pro de un fallo favorable a sus
intereses.
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