Gracias a nuestros amigos del Círculo de
Traductores de México, nos hemos enterado de que, con traducción de Ramón Vera Herrera, el periódico La
Jornada , de ese país, ha publicado el 4 de octubre pasado
el siguiente texto del escritor británico John
Berger, que tal vez nos ayude a terminar mejor la semana.
Páginas sobre la lengua madre, las historias sin palabras
y la incesante traducción
Autorretrato
He
estado escribiendo durante unos ochenta años. Primero fueron cartas, luego
poemas y discursos, más tarde historias y artículos y libros. Ahora escribo
notas.
La
actividad de escribir ha sido vital para mí; me ayuda a buscarle sentido a lo
que vivimos y continuar. Escribir, sin embargo, es el brote de algo más
profundo y más vasto –nuestra relación con el lenguaje como tal. Y el sujeto de
estas cuantas notas es el lenguaje.
Comencemos
por examinar la actividad de traducción de un lenguaje a otro. Casi todas las
traducciones de hoy son tecnológicas, pero yo me estoy refiriendo a las
traducciones literarias. La traducción de textos cuyo corazón es la experiencia
individual.
La
visión convencional de lo que esto implica propone que el traductor o
traductores estudien las palabras de una página en cierto lenguaje y las
entreguen en otra página, con otro lenguaje. Esto implica la llamada traducción
palabra por palabra, y después una adaptación para respetar e incorporar la
tradición y las reglas de la lingüística del segundo lenguaje, para finalmente
volver a amasar el resultado hasta recrear el equivalente a la
vozdel texto original. Muchas traducciones, tal vez la mayoría, siguen este procedimiento y los resultados son valiosos pero de segunda categoría.
Por
qué. Porque la verdadera traducción no es un asunto binario entre dos
lenguajes, sino un encuentro triangular. El tercer punto del triángulo es lo
que yace tras las palabras del texto original antes de haberse escrito. La
verdadera traducción exige un retorno a lo pre-verbal.
*
Uno
lee y relee las palabras del texto original de modo de penetrarlas hasta
alcanzar, para tocar, la visión o la experiencia que las provocaron. Uno luego
rejunta lo que descubrió ahí y lleva esta
cosatitilante, casi ausente de palabras, y la sitúa tras el lenguaje al que necesitamos traducirla. Y entonces nuestra mayor tarea es persuadir a esta lengua huésped que la tome, que reciba esta
cosaque espera ser articulada.
Una
lengua no puede reducirse a un diccionario o a un acumulado de palabras y
frases. No podemos tampoco reducirla al depósito de obras escritas en ésta.
Una
lengua hablada es un cuerpo, una criatura viva, cuya fisonomía es verbal y
cuyas funciones viscerales son lingüísticas. Y el hogar de esta criatura es lo
inarticulado y también lo que es nos es dable articular.
*
Consideremos
el término lengua materna. En ruso el término es rodnoi-yazyk, que significa
la lengua más amada o cercana. En un chispazo podríamos llamarla nuestra amante
lengua.
La
lengua materna es nuestra primera lengua, escuchada por vez primera cuando
éramos infantes, de la boca de nuestra madre. De aquí la lógica del término.
Y lo
menciono ahora porque esa lengua (que es criatura e intento describir) es sin
duda femenina. Me imagino su centro como un útero fonético.
En
el interior de una lengua materna, están todas las lenguas maternas. O para
ponerlo de otro modo –toda lengua materna es universal.
De
un modo brillante Chomsky demostró que todos los lenguajes, no sólo los
verbales –tienen ciertas estructuras y procedimientos en común. Y entonces una
lengua materna está relacionada (rima) con las lenguas no verbales –como son
los signos, la conducta o el despliegue espacial.
Cuando
dibujo, trato de desmadejar y transcribir unas apariencias que conforman un
texto, que ya de por si tiene, lo sé, su indescifrable pero seguro sitio en mi
lengua materna.
Las
palabras, los términos, las frases, pueden separarse de la criatura que es su
lengua y pueden utilizarse como meras etiquetas. Se convierten entonces en algo
inerte y vacío. El uso repetitivo de siglas y acrónimos es un ejemplo directo.
La mayor parte del discurso político dominante de hoy está compuesto de
palabras que, escindidas de su lengua, son inertes y muertas. Y este
trafiquecon palabras muertas borronea la memoria y alimenta una inexorable complacencia.
*
A lo
largo de los años, lo que me ha impulsado a escribir es la urgencia íntima de
que algo necesita decirse y de que si no lo digo yo, existe el riesgo de no ser
relatado. Me pienso más como un hombre que quiere cerrar huecos y no como un
escritor profesional de trascendencia.
Tras
escribir unas cuantas líneas, dejo que las palabras se deslicen de regreso al
interior de la criatura que es su lengua madre. Y ahí, son de inmediato
reconocidas y recibidas por el abrazo de otras palabras con las que tienen afinidad
de significado, o de oposición, o de metáfora o aliteración o ritmo. Escucho su
confabulación. Juntas cuestionan el uso que le destiné a las palabras que
escogí. Cuestionan los roles que les asigné.
Así
que modifico las frases, cambio una o dos, y las someto de nuevo a la
discusión. Comienza entonces otra confabulación.
Y
así sigue hasta que hay ahí un ligero murmullo de consenso provisional. Procedo
entonces con el siguiente fragmento.
Y
otra confabulación comienza.
Que
otros me sitúen como escritor, o como quieran. Yo para mí soy el hijo de la
fregada –y seguro pueden adivinar quién es la fregada, ¿no?
La
vigilancia
Muchísima
gente tiene sus bares favoritos adonde le gusta encontrarse con los amigos y
compartir un trago. Yo prefiero beber con mis amigos en casa. Pero sí tengo mis
albercas públicas adonde voy a nadar para arriba y para abajo, a mi propio
paso, cruzándome con otras personas nadadoras a las que no conozco, aunque
intercambiemos miradas de reojo y, en ocasiones, sonrisas.
Estas
albercas no tienen nada en común con las piscinas privadas de los pudientes, o
con las lujosas piscinas de los muy ricos, ésos que hoy catastróficamente están
acaparando el futuro del mismo planeta donde vivimos.
En
las albercas públicas el uso de las gorras de baño es obligatorio. Como también
lo es la ducha con shampú antes de lanzarse al agua (o de bajar a ella por la
escala esquinada). Me lanzo y conforme nado mis primeras brazadas bajo el agua
tengo la sensación de que entré en otra escala temporal, una sensación
semejante a la que podría tener un niño en su casa cuando decide deambular de un
piso al otro.
Los
nadadores compartimos una suerte de anonimato igualitario, sin zapatos ni seña
alguna de rango: tan sólo nuestros trajes de baño. Si por accidente tocas a
alguien mientras nadas, al pasar junto a ella o él ofreces una disculpa. La
ilimitada crueldad hacia otros como nosotros, la crueldad de la que somos
capaces cuando nos indoctrinan y reglamentan, es difícil de imaginar aquí,
conforme giras para nadar tu vigésima vuelta.
Las
paredes exteriores y el techo plano de la alberca municipal son de vidrio. Así
que desde el agua puedo ver los edificios circundantes y el cielo. Hacia el
oeste hay una pendiente de pasto y al tope crece un arce plateado. Observo este
árbol mientras nado de costado.
El
conjunto del árbol con sus muchas ramas ascendentes semeja la forma de
cualquiera de sus hojas. La hoja de arce, de maple, tiene forma pinada
–reminiscente de las plumas (el término en latín para pluma es pinna). El envés de la hoja
es verde ensalada, y su reverso es del color de una plata verdosa. El destino
inscrito del arce es ser pinado.
Decido
dibujarlo tan pronto salga de la alberca: un bosquejo del árbol completo y en
la misma página un acercamiento a una de sus hojas. Así, me digo a mí mismo
todavía nadando, de algún modo el dibujo hará referencia al código genético del
arce. Será una especie de texto acerca del árbol conocido como arce plateado.
Tales
textos pertenecen a un lenguaje sin palabras que hemos estado leyendo desde la
temprana infancia, pero que no podemos nombrar.
Dibujo
del arce plateado
Más
tarde nado de espaldas y miro al cielo a través del techo de vidrio con sus
marcos. Un vívido azul con nubes blancas en forma de cirros que se hallan,
diría yo, a una altura de 5 mil metros. (El latín para rizo es cirrus.) Los rizos varían
lentamente, se juntan y separan en tanto las nubes derivan en el viento. Puedo
medir su deriva gracias al marco del techo. De otro modo sería muy difícil
notarla.
El
movimiento de los rizos proviene aparentemente del interior del cuerpo de cada
nube y no de una presión aplicada desde fuera; me hace pensar en los
movimientos de un cuerpo dormido.
Es
probable que por eso es que dejo de nadar y me pongo las manos en la nuca y
floto. Mis dedos gordos de los pies sobresalen apenas de la superficie. El agua
me sostiene.
Mientras
más tiempo miro los rizos más pienso en historias sin palabras. Historias sin
palabras –como las historias que podrían relatar unos dedos. Aquí, en realidad,
historias narradas por minúsculos cristales de hielo en el silencio del cielo
azul.
Dibujo
de los cirros
Ayer
leí en la prensa que veinte palestinos fueron volados en pedazos en su propio
hogar en Gaza, que Estados Unidos ha enviado en secreto trescientas tropas o
más a Irak para defender los intereses de las refinerías de crudo; que James
Foley, un periodista estadunidense que era mantenido como rehén por los ISIS,
fue filmado durante el ritual en que lo ejecutaron por decapitación, y que 35
migrantes ilegales de India, hombres, mujeres y niños, fueron encontrados al
borde de la asfixia en un contenedor dentro de un carguero que acababa de
cruzar el Mar del Norte rumbo a los muelles de Londres.
Los
cirros derivan hacia el norte, hacia el extremo más profundo de la alberca. Yo
floto de espaldas, inmóvil. Observo las nubes y trazo con los ojos el mapa, el
diseño, de sus ondulaciones.
Entonces
la confirmación que ofrece la vista cambia. Me lleva tiempo entender cómo.
Lentamente el cambio se hace evidente y la confirmación que recibo se vuelve
más profunda. Los rizos de los cirros blancos observan a un hombre que flota de
espaldas con sus manos en la nuca. Ya no los observo yo. Ellos me observan a
mí.
Revisemos
los detalles de las marchas contra el nuevo Orden Mundial en próximas fechas...
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