Publicada
el 15 de julio pasado en el diario ABC,
en la sección Provincias correspondiente a Sevilla, la brevísima entrevista a
la crítica y traductora Yolanda Morató es
una perfecta muestra de cómo, incluso en muy poco lugar, se puede decir mucho.
Una buena obra mal traducida deja de serlo
La
profesora de Filología Moderna de la Universidad de León, Yolanda Morató ha realizado
una reivindicación del papel del traductor literario en su
intervención en los cursos de verano de la Universidad Pablo
de Olavide en Carmona.
Según
explica se trata de una figura no siempre reconocida en el mundo editorial,
pero de gran importancia, ya que «una buena obra con una mala traducción deja
de serlo para un sector importante: sus lectores en lengua extranjera» y
añade que «curiosamente, nadie dice nada cuando sucede a la inversa».
A
juicio de Morató, las editoriales sobre todo, pero también las revistas, los
suplementos literarios y sus críticos, son «decisivas a la hora de visibilizar
la figura del traductor». Ella misma afirma recordar haber leído muchas reseñas
en las que «se alaba el fino sentido del humor del escritor, pero no se decía
nada del verdadero artífice de ese milagro que consiste en que dos
culturas diferentes consigan reírse en dos lenguas distintas de una misma
cosa».
El
panorama de la traducción en España indica que la literatura norteamericana es
la más traducida desde hace décadas, si bien cada vez se traduce a autores
de otras literaturas, algo en lo que suele tener mucho que ver la
concesión del Nobel a personas de otras lenguas. Es el caso de lo ocurrido en
los últimos tiempos con las literaturas sueca o polaca, explica Morató.
En
cuanto a la realidad del mercado de la traducción literaria en España, la
profesora de la
Universidad de León considera que hay editoriales «que
no tratan bien a quienes hacen que la obra hable la lengua del lector». Entre
los problemas a los que se enfrentan los profesionales del sector encuentra
prácticas como, «que un sello o un corrector modifiquen en un minuto lo que el
traductor ha tardado un par de días en formular». Y junto a ello, la tardanza
en el cobro, los plazos de entrega, las bajas tarifas, la constante
disponibilidad o las jornadas «interminables», algo que Morató define como «la
deshumanización de los oficios».
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