La periodista Julieta Roffo es la enviada especial del diario Clarín para cubrir este año la Feria Internacional
del Libro de Guadalajara. Eligió un punto de vista descuidado por la mayoría de
sus colegas y se dedicó a investigar la competitividad de los libros argentinos
en el mercado internacional. Esto es lo que logró en la nota publicada en el día
de ayer.
La incertidumbre por el
dólar
congela la venta de libros
argentinos
Afuera del predio de 40 mil metros
cuadrados en el que por estos días funciona la Feria del Libro de Guadalajara, en los
alrededores, todo está teñido de este evento, el más importante de la agenda
cultural de esta ciudad, que con su zona metropolitana incluida concentra a la
segunda población más grande de México, detrás del enorme D.F. La presencia
policial –de la ciudad de Guadalajara y del estado de Jalisco– está
multiplicada. Los voluntarios que reclutan más voluntarios –hay de Greenpeace y
de la Cruz Roja –
merodean en las salidas del evento en busca de números de tarjetas de crédito
que quieran unirse a la causa: “con un pequeño donativo” –repiten– se puede
luchar contra el calentamiento global, ayudar a reparar los daños de la temporada
de huracanes o contribuir a la compra de insumos sanitarios para los refugiados
que están intentando entrar a Europa por algún lado de su geografía.
Hay, cada atardecer, unos diez carritos
en los que se prepara elote (choclo) con queso crema bien salado, una
especie de queso rallado y salsa picante a gusto. “¡Vámonos, vámonos,
vámonos!”, grita el encargado de varios de esos carritos, un hombre enorme y
con delantal de cocina, cada vez que se acerca la Policía y entonces corren
el riesgo de que les decomisen la mercadería. En la estamipida, siempre se
derrama algún vasito de lote, pero enseguida los carros se reacomodan unas
pocas cuadras más lejos y la venta sigue.
También circulan por la esquina principal
de la Expo Guadalajara
unos cinco o seis vendedores ambulantes. A lo largo del año, cuentan a Clarín, venden flores en semáforos y
restoranes. Pero durante estos nueve días, el negocio parecen ser las
lamparitas portátiles que se enganchan al propio libro para que la oscuridad
del mundo exterior no atente contra la lectura. Cuando se acercan a
promocionarlas, cuestan cincuenta pesos mexicanos y en la última oferta ya es
posible comprarlas por treinta.
Adentro del predio también hay
negociaciones y el stand argentino
dentro del pabellón internacional, que instaló la Cancillería y que
agrupa a decenas de editoriales, no escapa a esa lógica. De negocios se habla
en las varias mesitas ubicadas justo al lado de los estantes en los que cada
sello dispuso lo más nuevo o lo más vistoso de su catálogo para los clientes de
otros países que estén interesados. “Las editoriales argentinas vienen a
Guadalajara especialmente a entrar en contacto con nuevos distribuidores y a
levantar pedidos de sus clientes habituales”, explica Martín Mengucci que, como
representante de la
Cámara Argentina del Libro (CAL), coordina la presencia de
las editoriales argentinas que se agruparon en el stand estatal. “El comentario general es que se está trabajando
mejor que en 2014” ,
cuenta. Con él coinciden las editoras Graciela Rosenberg, de Lugar Editorial y
presidenta de la CAL ,
y María Teresa Carbano, de Imaginador. También se ponen de acuerdo en el motivo
de la mejoría: según explican, el diseño del stand del año pasado dejaba “muy en el fondo” a varios sellos. Tal
vez, como en 2014 Argentina fue el país Invitado de Honor de la FIL , se privilegió lo
institucional por sobre lo comercial.
A pesar del optimismo discursivo, no dan
números concretos, y cuentan las preguntas con las que se acercaron varios clientes.
“Quieren saber qué va a pasar con la importación de libros, si van a cambiar
las reglas”, explica Rosenberg, a quien le pidieron libros desde México,
Estados Unidos y Centroamérica. “Y preguntan qué a va a pasar con la paridad
del dólar y el peso”, agrega Carbano, que vendió libros infantiles y para
colorear a las mismas zonas que Rosenberg. En diálogo con sus clientes –y
también con Clarín–, ambas
editoras contestan lo inevitable: que no saben qué va a pasar, ni con las
importaciones ni con el dólar. Estos días de transición presidencial, la salida
de Cristina Fernández de Kirchner y la entrada de Mauricio Macri, dan lugar a
constantes especulaciones y fluctuaciones, tanto políticas como económicas.
Ayer, por los pasillos del stand se
escuchaba a una editora ante una clienta: “El dólar está ralentizado en
Argentina, por eso nuestros precios están... difíciles –un eufemismo
para decir “altos”, para decir “poco competitivos”. Pero podemos esperar unos
quince o veinte días, ver si hay una devaluación, y entonces podemos ajustar
los precios”. Kuki Miler, editora de De la Flor , cuenta que el distribuidor que se ocupa de
su catálogo aquí, en México, insiste: “Sus precios están muy desfasados”. Es
que el papel, una de las instancias de la producción del libro que por estos
días resulta más costosa, se paga a unos 16 pesos por dólar, según detallan los
editores. La liquidación de divisas por ventas de libros en el exterior se hace
al precio oficial del dólar, algo menos de diez pesos por estos días.
Los precios de los libros argentinos en
el exterior están desfasados, entonces, porque está desfasado el mercado
cambiario en general: buena parte de los costos corre al ritmo del dólar blue,
mientras que los ingresos se rigen por el dólar oficial. Para que el balance se
equilibre, los precios de los libros argentinos en el exterior son altos –“difíciles”–
respecto de la oferta de otros países.
“Las expectativas respecto de una posible
devaluación y de la apertura del mercado son distintas según el caso”, explica
Mengucci, y profundiza: “El que pasó de imprimir en China a imprimir en
Argentina, seguramente se vea favorecido si puede volver a imprimir en China, a
un costo más bajo que el actual. El que trabaja con libros de goma eva o de los
que se pueden meter en el agua, que no se producen en Argentina, seguramente se
vea favorecido al importarlos sin tantas restricciones. Pero las editoriales
chiquitas están preocupadas porque, ante una apertura grande del mercado, saben
que van a perder su lugar de visibilidad en las librerías”.
Nadie baja los brazos en el stand oficial, que ofreció empanadas y
vino para las delegaciones de otros países y que, de a ratos, se llena de
interesados en la producción de editores argentinos. Pero los 7.800 kilómetros
que separan Guadalajara de la
Casa Rosada son sólo una circunstancia: lo que allí ocurra en
las próximas semanas será determinante para muchas industrias, también la
editorial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario