Leandro Donozo es el dueño y director
editorial de Gourmet Musical, una pequeña editorial argentina dedicada a la
publicación de libros sobre música, con un fuerte acento puesto en la producción
argentina y latinoamericana. El siguiente artículo, publicado con su firma
en la versión digital de la revista Otra
Parte, n°147, correspondiente a la semana del 18 al 22 de enero pasados, se inscribe en la serie que da cuenta del nuevo escenario que se plantea en la Argentina con los cambios económicos que está introduciendo su nuevo gobierno.
Sobre los
otros costos de exportar libros
No hace falta ser economista para entender que algunos
de los recientes cambios económicos en Argentina favorecen a los sectores
exportadores. En este contexto, y si se mira sólo el aspecto comercial, es
comprensible que el diario Clarín sostenga que los editores (suponemos,
el sujeto tácito siempre es ambiguo) “esperan exportar más libros,
pero temen que haya aumentos”. Este alto nivel de expectativa
respecto a la posibilidad de vender productos en otros países, que parece una
cuestión meramente económica, tiene raíces culturales mucho más profundas, no
sólo como revival de la vieja fantasía criolla de ser el granero de mundo, sino
como expresión de modos de pensar y pensarse. Por más que gritemos en los
mundiales de fútbol, los argentinos estamos convencidos de que la posta está
afuera. Ofrézcasele a un argentino elegir entre vacaciones de cabotaje o en el
extranjero, ropa de fabricación local o importada, pregúntesele a cualquier
músico cuál es su artista preferido, désele la opción a cualquier fabricante de
vender su producción en el mercado local o de exportar. La estadística va a ser
abrumadora.
Por supuesto que llegar a más y nuevos mercados está
muy bien. El problema es que priorizar esa política puede tener sus costos, y
no necesariamente en dinero. En principio existe la barrera del idioma y,
excepto por casos excepcionales, fuera de Latinoamérica y España la exportación
de libros es escasa; lo que se puede vender son derechos de traducción, cosa
que sucede sólo con una pequeña porción de las obras producidas en el país. Y
aun en los mercados donde se comparte el idioma existe otra barrera más difícil
de franquear, que es la del interés. Solamente algunos de los temas o textos
que son relevantes para nosotros lo son en otros países. Conseguir distribuidor
internacional para cualquier libro que lleve alguna marca local (aunque más no
sean detalles, como el nombre del país o de una ciudad en el título) es
extremadamente difícil. Exportar libros depende entonces de tener un catálogo
que interese en muchos países. Esto, que acaso en literatura y ficción no suene
tan difícil, sí lo es en el campo del ensayo o de la no ficción, donde los
temas de interés más global no son necesariamente los locales.
Pese a esta pragmática presión del mercado por tener
catálogos exportables, hay felizmente cada vez más editoriales enfocadas en la
producción de libros de investigación originales, que prefieren no basar su
catálogo principalmente en caras televisivas, o en los nombres promovidos por
los agentes que viven viajando de una feria internacional a otra, o en autores
consagrados por los suplementos literarios de Nueva York o Madrid. Pero (más
allá de las cambiantes coyunturas políticas) para que esas editoriales sigan
existiendo, es necesario contar con un mercado local cada vez más fuerte, con
costos que permitan producir tiradas bajas a valores que hagan que los lectores
argentinos puedan comprar cada vez más y no cada vez menos libros. Es
fundamental estimular la producción de obras que ayuden a reflexionar sobre la
cultura local, porque ese conocimiento es también una puesta en valor.
Privilegiar la producción de libros exportables seguramente producirá
beneficios en dinero a corto plazo para algunas editoriales, pero a mediano y
largo plazo los costos culturales serán mucho más altos e, inevitablemente, los
beneficios económicos bajarán aún más.
Mirar afuera está muy
bien. Mirar sólo afuera es un error, probablemente como escupir para arriba.
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