Carlos María Domínguez, el 3 junio
pasado, publicó en El País, de
Uruguay, la siguiente entrevista con Nick
Caistor, traductor británico y gran divulgador de la literatura del Río de
la Plata.
"Los libros de Onetti
están llenos de trampas"
Nick Caistor es
colaborador del Servicio Mundial de la BBC, del suplemento
literario del Times y columnista del diario The Guardian. Traductor al inglés de la literatura
española y portuguesa, obtuvo dos veces el premio de traducción literaria
Valle-Inclán que otorga el Instituto Cervantes de Londres, y ha tenido especial
afinidad con la literatura del Río de la Plata. Onetti, Arlt, Aira, Fogwill,
Kohan, Napoleón Baccino, Orsi, Pauls, Neuman, Cozarinsky, llegaron a los
lectores de Inglaterra y Estados Unidos por sus traducciones, y también mi
novela La casa de papel, de modo que al pasar por Montevideo
en un intervalo de sus compromisos en Buenos Aires, invitado por la Fundación
Typa, conversamos sobre su experiencia, los encuentros y diferencias entre el
mundo latino y el anglosajón.
LA LENGUA VIVA.
—Contame cómo te
vinculaste a la lengua española.
—En Inglaterra
estudié francés como segunda lengua, y después de la universidad, el doctorado,
de vivir en Francia, de hartarme de Francia y de conocer a una argentina, me
fui a vivir con ella a Buenos Aires. Allá aprendí a hablar el español del Río
de la Plata mucho antes de estudiar su gramática. Me pareció mejor, porque
recibí la lengua viva, y eso me ha servido después para mis traducciones,
porque conocía los modismos, los tonos, cuando en Inglaterra no sabían muy bien
cómo entenderlos.
—Viajaste en una
mala época de la Argentina...
—En 1975, sí, y
tenía una imagen muy romántica. Pensé que iba a ser como el 68 francés, que yo
había vivido, pero enseguida comprendí mi error. Como se sabe, llegó una
dictadura aterradora. Estuve viviendo también en Humahuaca (Jujuy), y me quedé
hasta el 77. Después de todo lo que había visto y vivido en Argentina empecé a
trabajar para Amnistía Internacional, que en el 78 ya empezó a indagar lo que
pasaba en la dictadura de Videla. Y resultó que después de haber estudiado y
enseñado francés muchos años, me vi involucrado de lleno en el idioma y la
realidad de América Latina. Luego también trabajé con una revista que publicaba
textos de escritores presos o en el exilio. Acabo de estar con Mauricio
Rosencof, que publicó en esa revista desde la cárcel.
Entonces, en
Inglaterra, todavía se publicaban autores latinoamericanos, y recurrieron a mí
porque yo sabía lo que quería decir "macanudo", "boludo", y
otras expresiones del argot porteño, muy ligadas a la oralidad, como en los
libros de Osvaldo Soriano, que era todo un personaje.
—Hicimos juntos la
segunda etapa de la revista Crisis.
—Vivía de noche.
—Rodeado de gatos,
y le gustaba esgrimir ese vitalismo de estilo fullero que traía del interior de
la provincia de Buenos Aires, pero sonaba muy porteño. ¿La oralidad es la
pesadilla de los traductores?
—Bueno, hay que
buscar las formas, no es sencillo. Cuando traduje autores mexicanos pude
encontrarme con alguna dificultad.
—La riqueza del
habla popular mexicana es una invitación al abuso…
—Sí, puede ser,
pero en todas partes hay un argot. Ahora mismo, en Londres, los jóvenes mezclan
el inglés con el jamaiquino, el hindú, con palabras de muchas partes, y en los
bajos fondos hasta se puso de moda la manera de hablar de los gánster
jamaiquinos. El problema crece cuando la traducción también va para los Estados
Unidos, que es un mercado mucho más grande. Yo trato de hacer una traducción no
tan inglesa ni tan norteamericana, pero he visto que muchas veces ellos
rechazan las traducciones inglesas porque prefieren hacer las suyas.
—Algo similar a lo
que nos pasa aquí, con España. Contame qué te interesó de América Latina.
—Lo primero, el
lenguaje, muy distinto al idioma en España, el habla cotidiana, una manera
diferente de ver el mundo.
—¿Por ejemplo?
—La relación con
una naturaleza virgen. A diferencia de Gran Bretaña, donde la campiña viene
siendo trabajada desde hace dos mil años, en América Latina todavía hay muchas
zonas salvajes y la relación con ese paisaje da otra perspectiva. Eso se ha
podido ver de forma muy clara en Alejo Carpentier, en la obra de Saer, en
Argentina, o en el Amazonas que contó Vargas Llosa.
EMPEZAR POR EL FINAL.
—¿Cómo fue la
experiencia de traducir El astillero?
—Fue en los años
80, para un pequeño editor al que le gustaba mucho la literatura
latinoamericana y también me encargó Los siete locos, de Roberto
Arlt.
Entonces se
tradujeron en Inglaterra varios títulos de Onetti: La vida breve, Dejemos
hablar al viento, y a mí me tocó El astillero. El editor lo
contrató con la agencia Balcells y quedé muy contento con el encargo porque es
el libro de Onetti que más me gustó. También traduje algunos cuentos y como él
estaba viviendo en España lo fui a ver.
—No debió resultarte
sencillo traducir al inglés una prosa como la de Onetti.
—No, claro. Todos
sus libros están llenos de trampas. Tuve que empezar el trabajo por el capítulo
final, y avanzar, capítulo a capítulo hacia adelante, porque Onetti tiene
tantos juegos, y tantos niveles de lenguaje, que ejerce una especie de hechizo
con el que es fácil confundirse. Había que desmontar eso para no dejarme
envolver por la trama. Muchas veces los escritores saben a dónde quieren
llegar, y después escriben. Así que empecé por donde empezó él, que es el final
del libro. No sé qué opinás…
—Es cierto que a
menudo uno sabe a dónde hay que llegar, pero no cómo.
—El problema con
Onetti es que tiene frases de doble o triple sentido. Uno lee en la superficie,
pero después…, es como un cirujano, tiene un bisturí que va cortando la
realidad por capas, la vida es una enfermedad que va escarbando, y cuanto más
escarba resulta que no hay nada, está todo perdido.
—El caso de Onetti
es extremo, pero también paradigmático del español del Río de la Plata, con su
bajo tono de bandoneón, y los silencios que atraviesan la obra; silencios que
en el español peninsular se harían explícitos. Imagino que eso debe haberte
ofrecido una dificultad mayor.
—No, de alguna
manera también es muy inglés, si pensamos en elunderstatement, esa
manera muy inglesa de hacer hablar a los sobreentendidos, como si el discurso
fuera un iceberg. En eso, Onetti se parece un poco a Samuel Beckett. Ese Larsen
y el otro, que van todos los días al astillero, donde saben que no tienen nada
que hacer, es muy parecido a Esperando a Godot, tiene el
mismo espíritu. Y todo es un gran misterio. Yo nunca descubrí, por ejemplo, qué
quería Larsen con la hija de Petrus, en aquella escena del jardín. Pero me
ayudó traducir en sentido inverso, y con algunos autores también lo tuve que
hacer así.
—¿Cómo recibieron
la novela los ingleses?
—Todos sus libros
fueron recibidos muy bien, pero vendieron poco y dejaron de publicarlo. Creo
que todavía se enseña en alguna universidad, pero no mucho.
EL VALOR DEL TEXTO.
—Hay una gran
desproporción entre la cantidad de traducciones del inglés al español y la que
realizan los ingleses de la literatura hispana. Apenas el 3 o el 4 por ciento
de lo que se publica. ¿Cuál es tu percepción?
—La lengua inglesa
abarca muchas partes del mundo: Australia, la India, Estados Unidos, Canadá,
viejas colonias de África, del Pacífico, del Caribe. Si queremos variedad, la
tenemos en habla inglesa. ¿Y qué queda afuera? En un momento dado fue el
realismo mágico, que no existía en la literatura anglosajona. Algunos editores
todavía buscan realismo mágico, otros saben que eso ya pasó, pero no saben en
qué se distingue la literatura de América Latina, hoy. Qué trae de diferente.
Tampoco yo sé muy bien. Hubo el fenómeno Bolaño, pero eso tampoco convenció a
muchos. No sé cómo lo ves vos.
—Después del
realismo mágico hubo una voluntad de ingresar a la literatura contemporánea por
otros caminos. El mundo se acercó con un fuerte impacto sobre la experiencia y
nuevas generaciones reclamaron ser reconocidas por su pertenencia a la
modernidad.
—Pero los libros
que nos propusieron durante esta semana en Buenos Aires son muy locales, muy
centrados en la realidad argentina. Una de las cosas que siempre me gustó de
Onetti fue la creación de Santa María, un mundo muy convincente y distinto. Me
parece que ahora se conforman con tratar de escribir sobre la realidad, pero no
crean un mundo.
—Es posible que eso
también tenga relación con la crisis de la novela y con el desplazamiento del
valor de la obra a la figura del autor, que nunca tendrá, creo yo, la vigencia
de una obra.
—Sí, muchas veces
en Inglaterra los editores dicen: "Ese autor ya murió, no podemos publicar
sus libros, porque ya no puede venir a hacer sus performances". Y el
texto, en sí, no tiene valor.
—Es un fenómeno
paralelo al de las artes plásticas con el arte conceptual. Un quiebre en la
tradición. Pero también es cierto que Argentina genera su propio sistema de
mitos, referencias y consagraciones. No solo nunca acaba de asombrarse, sino que
universaliza sus limitaciones.
—Y parecen no darse
cuenta de que en Europa y Estados Unidos estamos en una situación muy distinta.
Los argentinos están muy ocupados con su crisis, pero también hay crisis en
Europa: tenemos más migrantes ahora que en la Segunda Guerra Mundial, la
confrontación con el Islam, la violencia. Aquí están muy ajenos a todo eso.
Solo como un ejemplo, escritores y editores me han hablado de libros sobre las
Islas Malvinas, y se olvidan de que en Europa hemos tenido diez guerras después
de la de Malvinas: los Balcanes, Irak, Afganistán, Sierra Leona…, pero para los
argentinos el tema de vinculación sigue siendo Malvinas.
—De cualquier modo,
Nick, la lengua inglesa está muy cerrada a la literatura española.
—De España, ahora
se está traduciendo un poco más. Yo he traducido a Marsé, a Mendoza, a Vázquez
Montalbán, pero también es verdad que la edición de literatura pasa por un mal
momento. Todos los editores están buscando las ventas fáciles y rápidas, y los
autores que se traducen, en general, son autores de libros comerciales.
Me sorprendió que
en la Feria del Libro de Buenos Aires el stand
de España fuese tan pequeño.
—Es que
prácticamente la edición comercial de libros en Argentina y en América Latina
está en manos de dos grandes grupos españoles: Planeta, y Penguin Random House.
—En Inglaterra
también se ha concentrado el mercado en dos grandes grupos: Hachette y Penguin
Random House, que pertenece al grupo alemán Bertelsmann.
EL FACTOR AMAZON.
—La reducción del
espacio de la literatura en los grandes sellos, en Argentina, y en menor escala
en Uruguay, generó la irrupción de pequeñas editoriales con catálogos literarios.
¿Ocurrió allá?
—También pasa un
poco eso. Hay iniciativas, no tantas como en Argentina, pero buscan un nuevo
modo de vincular lectores, a través de actividades, conferencias,
suscripciones, que intentan resistir la llegada de Amazon.
—Tengo entendido que
la llegada de Amazon, al no haber un precio fijo para los libros, redujo las
librerías en Inglaterra al 15% de las que existían hace pocos años.
—Sí, Amazon baja
los precios y de un día para otro manda el libro a la casa del lector. Casi ya
no quedan librerías independientes. Sobrevive una sola cadena, Waterstones, y
prácticamente nada más. Todo el mundo compra con Amazon.
—¿Y hacia dónde se
dirige la atención de los lectores?
—Se ha concentrado
sobre los escritores escandinavos, algunos con gran éxito, como Karl Ove
Knausgård y su serie autobiográfica, Mi lucha, también
hay una curiosa proliferación de libros que exploran enfermedades a través de
la literatura, con sus propias intrigas, y varios editores miran hacia Medio
Oriente en busca de autores como Orhan Pamuk en Turquía, en Egipto, para tratar
de entender lo que está pasando de manera directa, pero también en las ideas,
la atmósfera, libros que ayuden a entender qué es el mundo islámico, qué es
Europa, qué son las fronteras, dónde se engendra la violencia.
—Latinoamérica out.
—Cuando publican a
un autor, le dan una sola chance: si la traducción vende poco, olvidan al
escritor. Nadie va a sostener la producción de un autor por diez años.
—En muchas partes
he oído quejas de los traductores, por las malas remuneraciones. ¿En Inglaterra
el oficio está bien pago?
—Bastante bien.
Tenemos una asociación de traductores que estandariza el modelo de trabajo, se
establece un pago y también regalías si el libro vende bien. Por lo general los
editores lo respetan. Lo cierto es que un traductor, si trabaja
profesionalmente, gana mucho más que un escritor. Los novelistas ganan muy
poco, salvo unas pocas excepciones, claro.
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