Fernando Alfón es traductor, docente de la UNLP (Universidad
Nacional de La Plata, Argentina) y ensayista. Entre otros textos, compiló el magnífico volumen La querella de lengua en la Argentina, publicado en su momento por la Biblioteca Nacional "Mariano Moreno". Tuvo la amabilidad
de remitir las reflexiones que aquí se copian al correo del Club de Traductores Literarios de Buenos
Aires.
La
lengua de la querella
En el VII Congreso Internacional de la Lengua
Española, celebrado a mediados de marzo de este año en Puerto Rico, el
presidente del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, anunció que se había
elegido ese evento para poner «en marcha efectiva» el SIELE, al que calificó de
«un proyecto ambicioso», y al que, promovido inicialmente por el Cervantes, la Universidad
Autónoma de México yla Universidad de Salamanca, se le sumaba ahora la Universidad
de Buenos Aires.El anuncio fue una sorpresa para muchos argentinos—esos mismosque,
en palabras de don Víctor, siempre habíamos «subrayado el carácter de idioma
nacional»—, pero también para la comunidad de la UBA, cuanto menos para sus
alumnos, docentes y decanos,que recién entonces se enteraban de semejante memorándum
de entendimientoentre América y España.
El SIELE es el Servicio Internacional de
Evaluación de la Lengua Española que certifica el grado de dominio del idioma de
cualquier persona del mundo, a través de una plataforma virtual. El sesgo
europeísta del examen parecería decirnos que ya no hay tiempo para la farsa del
panhispanismo. No obstante se concentrará inicialmente en Brasil, Estados
Unidos y China, lo que nos permite sospechar de la calidad del servicio, pero
no de la habilidad del Cervantes para hacer muy bien los números.
Por el dinero que calculan que ingresará
a este sistema, desembolsado por la friolera suma de unos 300.000 candidatos iniciales,
a 150 euros per cápita, el memorándum era un negocio lo suficientemente
atractivocomo para que los argentinos nos enteráramos en Puerto Rico, de boca
de la Concha, que respaldaríamos una evaluación hecha a medida del Cervantes
patrocinada por su empresa favorita: Telefónica. Porque de esto se trata: no
será la Facultad de Ingeniería o de Informática de alguna de las universidades involucradas
las que quedará con la plataforma virtual (el corazón del sistema), sino una
empresa española. Vincular la nueva avanzada del capital español en América no
es más que intentar comprender mejor las cuestiones a atañen a la lengua.
Después supimos que el acuerdo había
sido a golpe de telefonazo entre De la Concha y el rector de la UBA, el señor Alberto
Barbieri, entre gallos y medianoche, y que recién fue refrendado por el Consejo
Superior de la UBA el 30 de marzo, cuando el VII Congreso ya había terminado y
el Cervantes, aunque el «servicio de evaluación»todavía no había comenzado, ya
lo anunciaba como «de gran prestigio y reconocimiento internacional». Todo nos sugiere
pensar dos explicaciones posibles: o bien el rector fue persuadido de la enorme
trascendencia del acuerdo (nada menos que la enseñanza «legítima» del español
en el resto del mundo) y se lo exhortó a precipitar una respuesta; o bien no
tenía mucha idea de lo que implicaba este certificado y presumió que, para una
cosa tan aparentemente inofensiva y altruista, ni siquiera ameritaba consultar
con los propios docentes de la UBA que integran el Certificado de Español: Lengua y Uso (CELU), que es el examen
reconocido oficialmente por la República Argentina.
A costa de pecar de ingenuo, me inclino
a pensar en esta segunda explicación, pues en el ámbito del sentido común, no
se percibe la disputa que existe con las instituciones reguladoras de la lengua
española en el mundo. Las políticas de planificación de la lengua, la ofensiva
del Cervantes y el nuevo desembarco de España en América no se vive ni
remotamente como conflicto, sino como gozo desbordante del idioma, triunfo de
la cultura letrada y prosperidad ilimitada. La voz de la RAE no se cuestiona,
porque ni siquiera se percibe que sea «una voz», sino más bien las reglas de la
lengua que descienden prístinas desde el cielo. Acométase un dequeísmo
«grosero» ante una maestra normal o ante un padre celoso de la buena formación
de sus hijos y se verá el énfasis en la amonestación.
Pensemos ahora otro campo, más definido
e circunscripto que el sentido común en relación a la lengua, el de aquellos
que tienen un trato profesional o laboral con ella: traductores, críticos
literarios, profesores universitarios.A menudo se valen de las normativas de la
RAE como el lugar natural donde ir a disipar las dudas idiomáticas.En muchos
casos se trata de artistas o profesionales que provienen de corrientes
políticas progresistas, que tienen una visión crítica del mundo o cuanto menos
de sus formas mercantiles; y sin embargo no adviertenla querella en curso. Los
trabajadores y especialistas de la lengua, en Puerto Rico, no estaban
interpelando la cerrazón que se proyecta sobre la diversidad, como consecuencia
de la forzada globalización de la lengua, estaban besándole la mano a la reina.
Esta situación nos revela el peligro de
que el discurso descolonizador de la lengua —que va desde una ponencia sobre
imperialismo lingüístico hasta una monografía sobre la rentabilidad del
español— se esté constituyendo en un discurso específico; esto es, un relato
técnico que actúa a nivel de la propia disciplina que alimenta y que
difícilmente trascienda la frontera que se autoimpone. A esta conclusión
podemos llegar por los escasos resultados que ese discurso produce, o lo
suficientemente escasos como para que un rector no advierta la real dimensión
del asunto.
Que el discurso descolonizador no tenga
incidencia ni en el sentido común, ni en el sentido general universitario, no
puede sino llamar la atención a quienes esmeradamente lo traman para encajarlo
en undepartamento, pues tratándose de que su interés medular es describir un
campo de disputa, participando a su vez en él, la pregunta por la eficacia del
discurso es central. Si ese mismo discurso nos persuadió de que debemos abordar
estos temas con metáforas bélicas: La
batalla sobre el idioma, El dardo en la Academia,Los dominios del español, elansia
de especialización no puede desplazar a la eficacia. En la arena donde se libra
la batalla más relevante, ese discurso descolonizador se percibe como un ruido
de fondo, como una lejana voz quejosa que apedrea los extraordinarios vitrales
de una catedral gótica.
Es muy probable que dentro del campo donde
se recrea el discurso descolonizador, los querellantes ya hayan vencido con
creces, mientras que son vencidos cotidianamente en el dilatado ámbito de la
opinión pública. Refutar los sesgos de la RAE y denunciar su perspectiva
monárquica en un paper ha sido una
gimnasia que no se privó de la licencia, alguna vez, de la burla fácil: el mero
apellido De la Concha nos deja muy a
la mano elucubrar alguna obscenidad.En el dilatado campo de la opinión pública,
sin embargo, la RAE sigue cosechando los triunfos que emanan dela tradición, la
constancia y la pompa con que acompaña todos sus eventos.Surge un problema
lexicográfico, ortográfico o sintáctico, ya sea en un aula, un set de
televisión o un tribunal civil, e inmediatamente se va a las publicaciones de
la RAE, como quien consulta las tablas mosaicas.Sin embargo, es en el dilatado
campo del sentido común donde se legitiman instituciones como la RAE o el
Instituto Cervantes. Yo diría, incluso, que le hablan especialmente a ese campo
y que si sus académicos de número insisten en dar el debate al interior de las
disciplinas del lenguaje, es porque la derrota que ahí padecen no los afecta.
Los lingüistas no católicos se ríen a carcajadas de instituciones como la RAE,
pero ella saborea la venganza en las suculentas mesas de las librerías, donde
sus producciones circulan como agua bendita. Si atendemos a que un producto
como la Nueva gramática de la lengua
española tiene tres versiones: la completa, de dos soberbios volúmenes; la
manual, más modestamente encuadernada; y la básica, que cabe en el bolsillo de
un escolar, es fácil advertir que la RAE está interpelando a todos los públicos
posibles: el del campo específico de las disciplinas del lenguaje; el del mundo
universitario en general y el de la escuela básica. La RAE sobrelleva con
estoicismo las burlas de cualquier sociolingüista de izquierda, porque en los
incontables agasajos institucionales que a menudo celebra recibe el aplauso
cálido del público que aún cree en Dios.
Si el memorándum de entendimiento con la
UBA fue posible de un plumazo es porque no se percibe la envergadura de esta
batalla. No hace falta saber muchos más detalles de ese acuerdo transatlántico,
basta con saber que fue posible, y si fue posible es porque el discurso
descolonizador no está siendo percibido. Es un discurso, por tanto, que se fue
encerrando sobre sí mismo y que, todo lo que ganaba en profundidad, lo fue
perdiendo en anchura; cuanto más compacto y sólido se torna, más inexpugnable.
Al mismo tiempo, la batalla en el campo del sentido común la enfrenta, por
ejemplo, la Revista Ñ—con la cual
podemos disentir en muchas cosas, en primer lugar por ser un órgano del grupoClarín—, pero por esas extraordinarias
complejidades que tiene la vida política argentina, podríamos estar muy cerca
del modo en que cubre los distintos episodios de esta batalla contra el centralismo
español. Basta leer las notas de Guido Carelli Lyncho el espacio que el medio le
cedió al díscolo de Ricardo Soca, para ver que ahí se encontró una lengua más
eficaz y, quizá, un lugar más adecuado. No es raro que Clarín haya entendido que debía encararla frontalmente, pues ya hace
tiempo que comprende la dimensión económica y política de la lengua. Disputa con
el Cervantes en sus mismos términos,porque cree que en la mina a cielo abierto llamada
lengua española, ellos también tienen
muy activas sus propias excavadoras. Decir Clarín
es decir también un conglomerado de negocios que va desde editoriales hasta
medios audiovisuales, que tienen a la lengua como insumo principal. Es como si Clarín no se pudiera dar el lujo de
discutir estos temas exclusivamente en los tranquilos estrados de los
congresos.Nos recordó su vocación querellante cuando publicó su propio Diccionario integral del español de la
Argentina. Que el eje de gobierno esté en Buenos Aires, en México o en
Madrid, es indistinto para la percepción idealista de la lengua, no lo es para
quienes administran una compañía telefónica.
Si la pregunta por la querella es la
pregunta por la eficacia de la lengua querrellante, quizá sea indispensable que
el discurso descolonizador —de enorme y valiosa producción teórica— tenga un
correlato en el debate público, principal escenario donde se crea y recrea el
sentido común. Debatir también ahí donde el debate se produce y en una lengua
capaz de describir de manera lúcida los problemas sin la tentación de escudarse
detrás de una jerga.
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