Román García Azcárate, periodista de Ñ y también
traductor, interviene con este comentario en la polémica que tuvo lugar en las
páginas de este blog en las semanas previas. Lo hace con una reflexión sobre la
traducción que acaso vaya más allá de la traducción de Finnegans Wake.
It ain’t necessarily so
Continuar la polémica en torno de la traducción de Finnegans Wake realizada por Marcelo Zabaloy
ofrece la posibilidad de repasar aspectos que van más allá de ese complejo trabajo
para formar parte de cuestiones centrales de la traducción literaria en general
sobre los que tantas veces reflexionamos. Entre ellos: las eventuales fronteras
entre el autor original y el intérprete, los derechos individuales y los
comunes a ambos, la cercanía a la literalidad y la trasposición delo intangible,
las exigencias a menudo contrapuestas que plantean la fidelidad incondicionaly
la buena literatura,y, por supuesto, la vieja pasión argentina de enseñarle al
asador cómo hacer el asado, incluso si ya nos lo comimos junto con él.
Concentrados fundamentalmente en este blog, los aspectos
concretos de la polémica hasta el momentopueden consultarse en el menú de
entradas. De ellos parten las consideraciones que siguen.
¿Qué traductor experimentado y cuántos lectores bien
fogueados podrían asegurar que no objetarían de diez a cien o más decisiones de
Borges en su versión al español de Las
palmeras salvajes de Faulkner, de Aurora Bernárdez en Justine de Durrell, de Cortázar en los cuentos de Poe, de Piglia en
los de Hemingway Hombres sin mujeres?
No cuenten conmigo para eso.
Además de a una parte reducida de los asadores,
perdón, de los traductores más prestigiosos de Argentina,acabamos de referirnos
a libros cuya complejidad ni se acerca, en más de un aspecto, a la que reviste trasladar
Finnegans a nuestro idioma. Ninguno
de ellos encaró una proeza de tal dificultad en la translación idiomática. Tampoco
siquiera a ellos, ni a nadie cuyo talento o celebridad pudiera acercárseles, se
atrevió editorial alguna de nuestra lengua a encargarles semejante tarea. Existen
motivos, por otra parte, para dudar de que cualquiera de los nombrados haya
sido nunca responsable de un antológico vacío a la parrilla.
Ante una misma partitura de una sonata de Schubert, Brahms
o Prokofiev, intérpretes máximos del piano de todos los tiempos han generado su versión propia, la que consideraban
que debían entregar, atándose más o menos a lo que pergeñó el autor, apurando
aquello, enfatizando esto otro, utilizando más o menos el pedal del
instrumento, jerarquizando o atenuando lo
que decidieron ellos dentro del riguroso plan definido por escrito en el
pentagrama por el compositor y consultado a lo largo de meses por el ejecutante.
¿Sólo Argerich, Brendel, Gulda, Gelber, Rubinstein, Piresy monstruos de tal
estatura tienen derecho a eso? ¿Cortázar puede elegir si traduce“equivocarse”
en lugar de “pifiarla” pero yo no? Los grandes pianistas sí, porque son
creadores sensibles, pero los intérpretes literarios de idiomas no, ya que
somos, “¿genuflexos técnicos hipertransparentes que jamás podemos sacar los
pies del plato, ya trabajemos sobre textos de Kafka, Lispector, o un chantapufi
de reciente aparición con ventas sustanciosas? Que quede claro, la genuflexión,
por su parte, suele ser de vocación interna o impuesta por pautas del mundo
editorial.
Claro que hay límites. Por eso las comparaciones
citadas refieren al piano clásico y no a improvisaciones de jazz, con su
inmenso valor. Si tus traducciones de Thomas Mann recuerdan capítulos enteros de
Milan Kundera, vamos mal. Si,en tu versión, Céline parece Houellebecq o Le
Clézio, perdimos todos. Por creativa e ingeniosa que sea una traductora, no va
a lograr —ni debe—empardar jamás a Dostoievski con Hernández (ni José, ni
Miguel, ni Felisberto,…ningún Hernández). Ahora, dentro de trabajadores medianamente sensatos de nuestra
profesión, opinar “en lugar de esto yo hubiera puesto esto otro” debería en
todo caso circunscribirse a las charlas de café. Las ediciones periodísticas de muchos miles de
ejemplares requieren una prudencia y un respeto diferentes, sobre todo cuando
no es patear el tablero del establishment lo que está en danza: eso se juega en
otros campos.
Mucho de lo que alimentó esta polémica se ha
aventurado sin el respaldo del conocimiento específico necesario. El traductor
Zabaloy, recordémoslo, invirtió 7 (siete) años a full en su versión de Finnegans
Wake que hasta sus enemigos personales deberían calificar de cuando menos
muy digna (si les diera el cuero para leerla en profundidad, claro).
Cada lector que se aventure a avanzar en las páginas
dellibro podrá apoyar el mérito dela traducción o las objeciones ventiladasantes
en este Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, en Clarín y en sus
repercusiones en el número por salir de Revista Ñ. Nadie que meta un rato sus
narices en lo que nos ocupa puede pasar por alto la enorme puerta que abre
Joyce a quien encare la versión de su libro especialmente único en la milenaria
historia de las letras.
Ninguna persona con criterio, cierta calma y buena fe,
entonces, debería limitarse a esquemas de evaluación tal vez válidos para otros
textos, una inmensa mayoría, pero no para juzgar la traducción de Finnegans Wake al español ni al idioma
que sea. La rigidez de conceptos puede llevarpor mal caminoa cualquier analista,
aun con experiencia en traducciones, por ducho que se considere. En Finnegans, más que nunca, Joyce descoloca al lector (que incluye al
crítico). Busca eso. Se lo propone con porfía. Pero no se trata sin embargo más
que de uno de los modos de enriquecerlo, aunque únicamente si, tarde o
temprano, el lector se aviene: si en algún momento elige relajarse y gozar pese
a lo que condena el barrio.
“I loves you, Porgy”, le canta Bess a su negro amado
en la celebérrima opera de George Gershwin, para escándalo de todos los
teachers de inglés, actuales y pasados, al norte y al sur del Río Grande, al
este y al oeste del planeta. ¡Esa ese
en loves, además de todas las
transgresiones lingüísticas al idioma en el libreto de DuBose Hewyward &
Ira Gerschwin! ¿Where were you, William Shakespeare, when we needed you most?Es
poco menos que imposible que Joyce siquiera haya tomado conocimiento previo dela
gran Porgy and Bess y su léxico de
afroamericanos a lo largo de la creación de su más que rebelde y última novela.
Finnegans Wake, que vio la luz en
1937, dos años después apenas que la obra de George Gershwiny sus letristas.Pero
el título de una de las piezas de la ópera, sólido standard del mejor jazz
desde hace décadas, guarda enorme relación con la polémica reciente en cuanto a
la traducción al español, tan fresca aún, del gran trabajo final del escritor
irlandés. Aquí y allá, innumerables veces al cabo de 628 páginas: “No es
necesariamente así”. Casi nada, casi nunca. Nadie, por lo demás.
Cotejar con la versión de MZ la primera página de FW:
ResponderEliminarcorrerrío, pasado lo de Eva y Adán, desde viraje de ribera hasta recodo de bahía, nos trae por un cómodo & amplio vicio cívico urinario de recirculación de vuelta a Howth, Castel y Enrededores.
Sir Tristram, violamores, de sobre el mar angosto, había no todavía pasado otra vez & vuelto a arribar desde Norte Armórica a este lado del raquítico istmo de Europa Menor para pelear a puño su aislada guerra peneinsular: ni había habido piedras del alto sawyer por el riachuelo Oconee exageradas más ellas mismas hasta ser jorgios no gitanos fabulosos del condado de Laurens mientras fueron doblando en dublín su número de mendigos madres y padres ininteligibles huraños & tramposos todo el tiempo: ni una voz de un fuego había bramadicho yo soy yo para babautizar tú eres petricio: no aún, sin embargo muy pronto después del hijo venido disfrazado de venado, había un cadetito cabrón & engañoso acabado en el culo de un soso viejo & ciego isaac: todavía no, aunque todo se vale en vanidad & banalidad, estuvieron envueltas & escritas hermanas sosias iracundas con dos en un nathanyjoe. Ni al pudrir una pizca de la malta de ‘pá había Jhem o Shen hecho cerveza por luz en arco y al final del puente rory al oriente el arco iris ceja reina estaba para ser vistos algunos anillos sobre la cara del agua.
La caída (bababadalgharaghtakamminarronnkonnbronntonnerronntuonnthunn-trovarrhounawnskawntoohoohoordenenthurnuk!) de un alguna vez viejo salmonzuelo par de wall street en apuro por el muro es recontada temprano en cama y más tarde en vida para abajo a través de toda la juglaría cristiana. La gran caída de la pared de lejos implicó a tan corto plazo del aviso la pafcaída de Finnegan, sólido hombre irlandés, que la cabeza de humpty en la colina dél mismo prontamente envía una buena indagación hacia el oeste en busca de sus dedos del pie de dumpty en el pueblo: y su obelisco pica arriba punto y sitio está en el lugar del noqueo en el parque donde naranjas han sido puestas para oxidarse & descansar sobre el verde pasto desde que el primer diablinés amó vivo a livia & al liffey.
Y así, página por página, al desentrañar todas las palabras “extrainjertas”, aparece la trama… totalmente legible.
Y sabiendo que Tristram es un conde, primer dueño del castillo de Howth; que Armórica es una región de Francia; que Jonathan Sawyer fundó una ciudad llamada Dublín en EU; que el hijo de Joyce se llamaba Giorgio; que San Patricio es el patrono de Irlanda; que Jacob engañó a su padre Isaac disfrazado con una piel de venado para simular los vellos de su hermano; que Jonathan Swift tenía dos amantes llamadas Esther a las que bautizó como Stella & Vanessa; que Noé fue embriagado por sus hijos; que la novela refiere a una canción de taberna protagonizada por el albañil ebrio Tim Finnegan, quien “resucita” después de una caída cuando alguien arroja a su cadáver whiskey (agua de la vida); que Humpty Dumpty también se cayó de un muro; que hay un obelisco en el parque Phoenix de Dublín; que naranja y verde son los colores de Irlanda y que el río Liffey de esta ciudad también alude a Life, vida.
Pero ese lector insomne que demanda la obra tendría que saberlo, o investigarlo, o sacar conclusiones de las palabras-portafolios en más de sesenta idiomas. Y con la versión de Zabaloy, una buena parte del trayecto ha sido hecha: hasta donde llegaría un lector promedio nativo en inglés.