El escritor y periodista
chileno Gonzalo León firma la siguiente nota, subida al blog de Eterna
Cadencia el 15 de marzo pasado. Su copete dice: “Samanta Schweblin fue nominada
al Man Booker Prize, y esa es solo la punta del iceberg de un fenómeno
emergente: la literatura argentina contemporánea, cada vez más traducida en un
mercado alérgico a las importaciones. Gonzalo León conversó con autores, agentes,
editores y traductores”.
Derribando muros
Según el índice Translation Database desarrollado
por Chad Post, director editorial del sello independiente Open Letter,
descartando las traducciones de clásicos y los libros de no ficción, Estados
Unidos es uno de los mercados editoriales que menos traduce: entre ficción y
poesía sólo alcanza el 0,7% del total de títulos publicados en un año, y si se
amplía eso a no ficción ese porcentaje se eleva al 3%. El agente literario
Guillermo Schavelzon fijó ese porcentaje en 67 libros en 2014. Si se compara
esta cifra con otros mercados editoriales, la traducción en Estados Unidos es
un fenómeno marginal, pese a la gran población latina y no latina existente:
por ejemplo, en España las traducciones alcanzan el 28% de los libros
publicados en un año, en Francia el 27%, en Turquía el 40%. El traductor y
profesor de literatura latinoamericana Sergio Waisman adjudica esto a que
Estados Unidos se ve como un exportador de cultura, pero además “hay factores
históricos y culturales relacionados a la relación entre centro y periferia que
afectan a esta situación”.
Frances Riddle vive en Buenos Aires y ha traducido
a Leila Guerreiro y Martín Felipe Castagnet, entre otros autores argentinos, y
coincide con Waisman en la explicación de que se traduzca poco en su país:
“Exportamos cultura al mundo en escala masiva y aceptamos poquísimo desde el
exterior. Las editoriales que publican traducciones son muy chicas, con dos o
tres empleados, no pueden competir con las grandes editoriales; ni intentan
hacerlo. Y publican traducciones casi diría como un acto político contra esa
tendencia de ignorar la existencia de toda literatura proveniente de afuera”.
Agrega que el mercado editorial está dominado por las llamadas “Cinco Grandes”
que tienen muchos sellos subsidiaros y forman parte de empresas aún más grandes
todavía. Estas compañías toman sus decisiones editoriales pensando en las
ventas y no les interesa ningún autor extranjero, por más relevante que sea en
su país. Por otro lado, la presencia e importancia de la colonia latina (cincuenta
millones de latinos) no basta para estimular las traducciones: “En la Argentina
hay una gran colectividad china, pero no por eso el argentino promedio tiene un
conocimiento o un interés mayor por la cultura china. Creo que por lo general
la cultura dominante de un país tiende a no prestar tanta atención a la cultura
minoritaria”. La pregunta que debería hacerse, según esta traductora, es por
qué en una escuela pública donde el 99% habla castellano ni siquiera se
menciona la literatura escrita en ese idioma en el plan de estudios: “Quizás
las Cinco Grandes editoriales piensen que el inmigrante promedio de clase
trabajadora no lee. Pero una editorial en Texas, Arte Público Press, probó
vendiendo sus títulos en castellano en supermercados de los barrios latinos y
tuvo enorme éxito”.
Sin embargo, desde hace unos años los autores
latinoamericanos comenzaron a ser traducidos, aunque, claro, con un marcado
sesgo masculino: Roberto Bolaño, César Aira, Alejandro Zambra y la promesa en
la que se está convirtiendo, según Riddle, Martín Felipe Castagnet: “No es
casualidad que todos estos autores que nombro sean hombres. Se empieza a hablar
de la falta de mujeres en la traducción al inglés. Leila Guerreiro, Mariana
Enríquez, Samanta Schweblin y Pola Oloixarac han publicado libros en los
últimos meses. Y creo que hay más atención puesta en lo que están haciendo las
escritoras en todo el mundo y con solo buscar muy poco en la literatura
argentina ves que está lleno de escritoras increíbles”.
De hecho, a principios de marzo Mariana Enríquez junto a Samanta Schweblin (quien acaba de ser nominada al Man Booker international prize con Distancia de rescate) y Pola Oloixarac fueron mencionadas en una nota en el New York Times bajo el título de ‘Ficción argentina’. Las cosas que perdimos en el fuego, de Enríquez, fue traducida como Things we lost in the fire (Hoghart); ella reconoce que más allá de publicar en Estados Unidos, no tiene mayor idea de cómo funciona ese gran mercado editorial, tampoco sabe cómo se mueven los autores latinos que viven allá, pero sí sabe que “es un privilegio y una suerte que pocos consiguen. Aunque no tengo una fascinación tremenda ni un ataque de vanidad”. Sabe también que hay algo de “legitimación” al entrar al mercado de Estados Unidos, cosa que le irrita de cierto modo: “Insisto que es una suerte, pero no me parece más importante que publicar en Francia. Entiendo que puede ser más importante por cuestiones de mercado, pero eso a mí eso me excede”. Dentro de las satisfacciones que le ha dado entrar a este difícil y complejo mercado fue la traductora que le tocó: Megan McDowell, “que me parece buenísima”. Con respecto al eventual auge de autores latinoamericanos, descree de este fenómeno. En lo que sí cree es en el gran interés que hay por las cuestiones latinas porque en Estados Unidos dado que la población latina es enorme: “Es muy relevante cultural y económicamente. Además, en los últimos años ha sido más visible por varios factores. El dominicano Junot Díaz comió con Obama, que lo lee y es fan de La maravillosa vida de Oscar Wao”.
Martín Felipe Castagnet, al igual que Enríquez,
dice que una de las ideas que más le entusiasma de haber publicado en ese
mercado es que lo pueda leer Stephen King. Castagnet es el autor argentino más
joven que ha publicado en Estados Unidos, y uno de los más jóvenes
latinoamericanos. A diferencia de Enríquez, sí cree que en que la literatura
latinoamericana puede estar al borde de un nuevo auge, “pero no hay que
apresurarse a cantar victoria sólo por haber pasado el famoso embudo
norteamericano. Tenemos las traducciones y están empezando a llegar las
reseñas; ahora faltan los lectores. El verdadero auge es ser leído; ser
publicado es sólo el paso necesario”. Lo que para Castagnet se está desarmando
es la creencia de que los libros en castellano tienen que pasar por la vidriera
española antes de desembarcar en los Estados Unidos: “Por eso la Feria
Internacional del Libro de Guadalajara es cada vez más importante, y atrae un
público cada vez más heterogéneo (con algo de populismo, el agente literario
Andrew Wylie bromeó que Guadalajara era la nueva Frankfurt; claro, era el
invitado de honor, lo que también fue significativo)”. La Feria del Libro de
Buenos Aires, en cambio, aún no es tan atractiva para editores y agentes
editoriales como para justificar el viaje transcontinental. En contrapartida,
dice, la Semana de editores de la Fundación TyPA así como el Programa Sur de la
Cancillería, que fomenta las traducciones de títulos argentinos en el
extranjero, “están cumpliendo un gran servicio al país”.
Silvina López Medin, además de haber traducido
junto a Mirta Rosenberg Eros, el
dulce-amargo, de Anne Carson, es editora del sello estadounidense Ugly
Duckling Press (UDP), enfocado en traducir textos de poesía; entre los poetas
que han traducido o se encuentran en proceso de traducción se cuentan Alejandra
Pizarnik, Marosa di Giorgio, Amanda Berenguer y Arnaldo Calveyra. La editorial
además tiene la colección Señal, que son plaquetas bilingües de poetas
contemporáneos, como Luis Felipe Fabre, Pablo Katchadjian y Florencia Castellano.
Esta editora señala que al fervor que causaron en el público estadounidense
Borges, Bolaño y Aira, y más allá de New Directions –el sello que más
latinoamericanos ha publicado–, hay otros autores y otras editoriales que están
dando cuenta de un fenómeno muy interesante: a los ya desaparecidos Enrique
Lihn, Clarice Lispector, Ferreira Gullar se les han unido o pronto lo harán:
Hernán Ronsino, Julián López, Alejandro Zambra, Leila Guerreiro, Mariana
Enríquez, Lina Meruane, Sergio Chejfec y Raúl Zurita, entre otros. Las
editoriales que han puesto sus ojos en ellos han sido Melville House, Deep
Vellum, Action Books, Open Letter, Archipelago y Pen Press.
López Medin dice que si se toma en cuenta la
presencia argentina sólo el año en curso proyectado hasta mayo de este año se
habrán publicado once autores, lo que es una suba importante, ya que el 2008 se
publicaron siete títulos de argentinos y el 2015 dieciocho; entonces
efectivamente hay un interés de las editoriales, sobre todo por lo argentino,
“pero no sé si cabe generalizarlo, digamos que hay un interés genuino en
ciertos sectores. Como suele suceder, y como muestran las estadísticas de
traducciones de latinoamericanos al inglés (alrededor de 65% ficción versus 35%
poesía), la poesía tiende a ocupar espacios más reducidos, pero intensos”. Este
optimismo choca con la cifra de títulos en castellano traducidos al inglés: en
2014 fue de 67 y en 2016 de 66. “Los títulos de autores argentinos crecieron
con mayor ritmo que el total de las traducciones, y son un componente
importante, alrededor del 30%, dentro de los títulos latinoamericanos
traducidos del castellano”. Es decir, la composición de los títulos
latinoamericanos es lo que ha cambiado en beneficio de los títulos y autores
argentinos.
Sergio Waisman ha sido el traductor de la obra de
Ricardo Piglia y conoce cómo funciona este mercado más de lo que quisiera. Para
él, lo más importante que ha sucedido en los últimos diez o quince años ha sido
el surgimiento de editoriales independientes “que se están dedicando
principalmente a publicar traducciones literarias, tanto de escritores ‘nuevos’
como de los más ‘consolidados’. El trabajo de algunas de estas editoriales ha
sido realmente extraordinario: Open Letter, Archipélago y Deep Vellum [que publicó
su traducción de Blanco nocturno, de Piglia], han logrado
complementar no sólo lo poco que se publica tradicionalmente en traducción en
los Estados Unidos en las Cinco Grandes, sino también lo que venía publicando
la más famosa de las independientes, New Directions, y lo que venían (y siguen)
haciendo las editoriales universitarias”. Este nuevo grupo de editoriales
también incluye al New York Review of Books Classics, que recientemente publicó
la traducción de Esther Allen de Zama, la excepcional novela de
Antonio di Benedetto: “Lo curioso es que muchas veces los autores
latinoamericanos más importantes en sus propios países no han sido editados en
las editoriales grandes de los Estados Unidos: Juan José Saer y Ricardo Piglia
serían ejemplos de esto”.
Precisamente estar atento a las cuestiones de
mercado le ha permitido a Waisman darse cuenta de que ser publicado en Estados
Unidos “no necesariamente refleja el valor literario de un dado libro o autor”,
pero a la vez ser publicado en este mercado “le otorga un capital simbólico a
ese libro y autor que luego parecería influir retrospectivamente en la
determinación de su valor”. No es un asunto sencillo de entender. Por lo
pronto, este traductor argentino está muy contento con la tarea de traducir El
limonero real, de Saer, para Open Letter.
Frances Riddle agrega una cuota de optimismo al señalar que cada vez existen más programas universitarios enfocados a la traducción literaria y más organizaciones profesionales para traductores literarios: “Existe también una mayor conciencia sobre la falta de voces de afuera en la literatura angloparlante”. Se está incluso pudiendo vivir de la traducción, es decir, cada día es más profesional; de hecho no faltan traductores, sino al contrario, sobre todo para el castellano “por ser el idioma extranjero que más presencia tiene en Estados Unidos. Esto genera competencia: muchos traductores cuentan historias de haber traducido un libro para presentarlo a una editorial, pero otro colega presentó el mismo libro a otra editorial al mismo tiempo y logró cerrar un contrato antes”. Sin embargo, la mala noticia es que los editores están colapsados, porque los proyectos de traducción se multiplican y “ni tienen tiempo de responder a todos los mails que les llegan con muestras de traducciones”. Pese a ello, puede decirse que la industria editorial estadounidense va encaminada a derribar muros.
Frances Riddle agrega una cuota de optimismo al señalar que cada vez existen más programas universitarios enfocados a la traducción literaria y más organizaciones profesionales para traductores literarios: “Existe también una mayor conciencia sobre la falta de voces de afuera en la literatura angloparlante”. Se está incluso pudiendo vivir de la traducción, es decir, cada día es más profesional; de hecho no faltan traductores, sino al contrario, sobre todo para el castellano “por ser el idioma extranjero que más presencia tiene en Estados Unidos. Esto genera competencia: muchos traductores cuentan historias de haber traducido un libro para presentarlo a una editorial, pero otro colega presentó el mismo libro a otra editorial al mismo tiempo y logró cerrar un contrato antes”. Sin embargo, la mala noticia es que los editores están colapsados, porque los proyectos de traducción se multiplican y “ni tienen tiempo de responder a todos los mails que les llegan con muestras de traducciones”. Pese a ello, puede decirse que la industria editorial estadounidense va encaminada a derribar muros.
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