La siguiente nota fue publicada, con firma de Silvina Friera, en el diario Página 12 del día de ayer. Da cuenta de
las cifras reales de la edición argentina en un informe desarrollado por la
consultora Promage para la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP). Casi como
una metáfora se podría decir que ahí está todo, negro sobre blanco.
Caída en
producción y optimismo actuado
Hay tres tipos de mentiras: mentiras, grandes
mentiras y estadísticas”. Esta frase –que el escritor Mark Twain popularizó
atribuyéndosela al primer ministro británico Benjamin Disraeli– viene a la
mente cuando se analiza El Libro Blanco de la Industria Editorial, un informe
desarrollado por tercer año consecutivo por la consultora Promage para la CAP
(Cámara Argentina de Publicaciones), que nuclea a las grandes editoriales,
importadoras y distribuidoras que representan alrededor del 70 por ciento del
mercado editorial. En un año marcado por los tiempos electorales, los actores
principales de la industria también están en campaña. O eso parece. La caída de
la producción entre 2015 y 2016 fue de un 15 por ciento, tanto en títulos como
en ejemplares: 14.700 y 12.480 títulos respectivamente, 55 millones de
ejemplares contra 47 millones. Curiosamente, la diferencia entre la cantidad de
ejemplares, 8 millones, difiere significativamente con las que suministró
Martín Gremmelspacher, presidente de la Fundación El Libro, durante la
inauguración de la 43° Feria del Libro, cuando señaló que de un año al otro se
han dejado de producir 20.000.000 de ejemplares, o sea casi 55.000 ejemplares
por día. Más allá de las suspicacias que genera que se manejen números tan
distintos, hay un núcleo de coincidencia, al menos, en el descenso de la
producción y ventas que, según la CAP, es de un 12 por ciento en el mercado
privado, pero que si incluye al sector público –en 2016, el Estado no compró
literatura infantil para aulas y bibliotecas– el descenso total asciende a un
25 por ciento en ejemplares.
El Estado ausente no es un detalle que a priori
debería llamar la atención, excepto que la “ingenuidad política” en tiempos de
la posverdad cunda en el sector editorial. La demanda pública pasó de 8.600.000
en 2015 a 600.000 en 2016, un desplome del 93 por ciento. Sorprende que en esta
ocasión “El Libro Blanco” despliegue un anexo “optimista” para el primer
trimestre de este año, donde hace hincapié que en marzo pasado hubo una
recuperación de un 8 por ciento en la venta de libros. Aunque el informe señala
que este año el Ministerio de Educación realizó una compra de libros de texto
por 3,6 millones de textos escolares, no dice que ese monto está muy lejos de
los 8,6 millones que se compraron en 2015, una caída superior al 40 por ciento.
Hay editores que sin animarse a decir “esta boca es mía” desconfían de este
“anexo”. Algo que alarma a una parte de la industria del libro es que el Estado
preserva a rajatabla su política de no comprar libros infantiles, algo que
lleva a ironizar a uno de los editores, que recuerda el lema de campaña de
“pobreza cero” y lo aplica a la realidad actual: “libros infantiles cero”.
México, Colombia y España, los principales competidores, tienen políticas
públicas activas de protección de su industria editorial, a diferencia de la
Argentina, que no la tiene.
La exportación del libro argentino, según el
informe de la CAP, sigue en caída libre y está por la mitad de lo que se
exportaba en 2011: 40,3 millones de pesos hace seis años contra los 20,3
millones en 2016. Juan Manuel Pampín de la editorial Corregidor, le dijo a Página 12, en el balance de la pasada
Feria del Libro, que los precios en dólares de los libros argentinos son
“espantosos” y “lo que se podría recuperar por exportación es imposible: un
libro a 250 pesos, por ejemplo, es 15 o 16 dólares. Un dólar en origen son tres
dólares en destino mínimo. O sea que un libro de 15 dólares, sale 45 dólares,
lo que es inaccesible”. “El Libro Blanco” reconoce que “desarrollar los
mercados externos del libro argentino es una tarea de mediano y largo plazo” y
que una dificultad estructural tiene que ver con los altos costos del libro
argentino a causa del peso del IVA en toda la cadena de costos de producción y
de comercialización. La mayoría de las exportaciones del libro argentino no
están destinadas a los principales mercados del libro en castellano, como
México o España, a los que se les vende un 6,7 y un 2 por ciento
respectivamente, sino a Chile, Perú, Uruguay y Bolivia, que juntos representan
el 66 por ciento del total de exportaciones.
Durante los meses de junio y julio de 2016, la
consultora Promage, por encargo de la CAP, realizó un estudio comparativo de
costos de un libro tipo, impresión en offset, papel obra de 80 gramos,
impresión a un color, tapa en cartulina a 4 colores y encuadernación rústica,
en 3 rangos de cantidad de páginas (192, 384 y 640) y en 2 rangos de tirada
(5.000 y 10.000 ejemplares). Se consultaron seis imprentas de la Argentina y
otras tantas de España, México, Perú, Chile, Brasil y China. Imprimir afuera
cuesta entre un 51 y un 66 por ciento menos que imprimir en el país. “Esta
realidad se convierte en el problema mayor de la industria editorial argentina,
que necesita mayor competitividad”, plantean en el informe. Lo novedoso del
“Libro Blanco” es que ha incluido por primera vez a las editoriales
independientes o pequeñas bajo el rótulo de editoriales emergentes, que son 146
y publican el 4 por ciento de los títulos registrados, un 1,5 por ciento de la
producción total de ejemplares.
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