“Un libro recopila textos
de la mujer de Cortázar, junto a una larga entrevista con el músico y cineasta
Philippe Fénelon. A la sombra del escritor, nunca publicó su obra”: así dice el
copete de la nota que publicó en el pasquín El
País, de Madrid, el pasado 15 de junio. el español Juan Cruz, un
tipo dedicado a comentar chismes de la farándula literaria, que siempre se
ocupa de relatarnos sus estados de ánimo (como si nos fueran a interesar)
cuando se encuentra con tal o cual, informándonos de paso que trata por su nombre de
pila o apodo al objeto de su artículo, para que sepamos que los conoce en la intimidad. Puede que
para la lógica de consumo editorial haga falta gente así: petimetres que se dan
aires y que viajan con salero de una feria literaria a otra como si tuvieran alguna
importancia. Pero lo que no corresponde es que cometan errores u omisiones, como
le han hecho saber al coso éste los lectores que comentaron su nota on line. Préstese especial atención a la
eterna confusión entre los gentilicios “porteño” y “bonaerense”, algo en que no
debería incurrir alguien que viene todos los años a Buenos Aires, y, sobre
todo, al inteligente comentario de Paco Morillo. Algún día, Aurora Bernárdez también escapará de la estupidez.
Aurora
Bernárdez escapa del silencio
Aurora Bernárdez (Buenos Aires, 1920-París, 2014) era como de papel,
frágil, y era de una potencia increíble, dotada de una memoria implacable. Ese
fue su espíritu de traductora: ni una palabra ni un dato fuera de lugar. Ella
decía que estaba hecha “de papel”, pero era también de hierro. Descendiente de
emigrantes gallegos, en 1952 conoció a Julio Cortázar, un joven larguirucho de
aspecto adolescente con el que hablaba de libros y de gente en el London bonaerense. Se casaron un año más tarde y se separaron en 1968, pero
regresó a su lado y hasta su último suspiro vivió junto a él.
Aurora
Bernárdez acompañó a Julio Cortázar en excursiones profesionales –eran
traductores de la ONU– por todo el mundo y fue su musa. No fue La Maga de Rayuela; La Maga, en realidad,
parece que fue mucha gente. Pero sí fue, por ejemplo, la mujer que le dijo en
la India que hay escaleras que solo sirven para bajar, y esa ocurrencia dio de
sí el relato Instrucciones para subir una escalera, incluido en Historias de cronopios y de famas. En 1968, ella volvió a Buenos Aires,
pero regresó pronto a París, su centro del mundo. Volvió junto al escritor
cuando este cayó enfermo y se quedó solo –había muerto el último amor del autor
de Rayuela, la escritora y fotógrafa
Carol Dunlop–. Lo acompañó en ese dolor final. Era 1984. Luego se convirtió en
su albacea.
Aurora nunca habló en público, ni de Cortázar ni de nada
que sintiera que era secreto. Acudía a homenajes al escritor bonaerense –como
el que se celebró para relanzar su obra en la Fundación March de Madrid en 1993–
y permanecía silenciosa, como una efigie. En privado, era un torrente de
memoria y datos. Hizo una excepción a aquel silencio público: mantuvo una larga
conversación con su amigo Philippe
Fénelon, músico y
cineasta, su amigo desde principios de los años ochenta.
La casa de París
Ella
conocía el trabajo de Fénelon. La admiración por lo que este había hecho, en el
cine y en la música, la llevaron a ponerse ante la cámara para una charla
insólita que se realizó entre 2004 y 2005 y que ahora forma el núcleo de El libro de Aurora, que publica
Alfaguara, editado por Fénelon y por Julia Saltzmann, la editora argentina que
durante años ha sido la responsable de la edición de las obras de Cortázar.
El
cineasta encontró suficiente material que ahora junta en la casa parisiense de
Aurora, la misma en la que Cortázar escribió Rayuela. Ahí había, también, “una especie de diario
que ella había empezado en los años cincuenta; estaba escrito en distintos
cuadernos, algunos de escritura casi inexistente porque ella había utilizado
unos lápices verdes que se fueron difuminando con el paso del tiempo”.
Esa casa, histórica también por haber sido vivienda de Rayuela, sufrió un gran desorden, dice Fénelon,
en la década previa a la muerte de Aurora, en 2014 en París. “Y fue muy
complicado recomponer las decenas de versiones que había sobre un mismo texto”.
Al final, ha recuperado para El libro de Aurora esos escritos descompuestos, las
poesías –“que no están nada mal”– y los diarios, algunos de los cuales se
refieren a vivencias con Cortázar o a discusiones que suscitaba la personalidad
del autor.
“Escribía sus sueños, sus lecturas y sus agendas
diarias”. Destruyó agendas anteriores al año 1979. ¿Por qué? “Por la misma
razón por la que destruyó las cartas de Julio cuando se separaron: eran 60
cartas. Luego se arrepintió”.
Al final, volvieron juntos en circunstancias dramáticas
para Cortázar. “En realidad, nunca hubo una separación oficial; ella regresó a
Buenos Aires y se reinstaló con una relación previa, que siguió sin funcionar.
Y volvió. Como trabajaba en la Unesco, como Julio, se seguían viendo”, señala
Fénelon.
Tras una conversación en la que ella está con Octavio Paz
y otras personas relacionadas con la cultura, se habla de la personalidad de
Cortázar, Aurora anota: “Las virtudes personales de Julio, bien conocidas por
quienes lo estimaban e ignoradas por los demás, no son lo importante: lo que
cuenta es la obra. En lo otro hay más posibilidades de duda. E incluso, ¿quién
puede meterse a decir, con certeza, cómo era un hombre? En el caso de Julio,
sus actos fueron a veces contradictorios: muchos de ellos te sorprenderían. No
es el caso de convertirlo en paradigma. Le hubiera repelido. De lo que hay que
hablar es de la obra. Para lo demás: silencio”.
Ella no quería hablar de todo lo que había pasado en su relación.
Imagino que fue muy triste para los dos, seguro. Se liaron con problemas de los
que ella no quería hablar.
El
libro de Aurora es lo más lejos que ha estado esa
mujer tan privada y tan hacia adentro de mostrarse también como una mujer para
afuera.
Algunos comentarios a la nota de Juan Cruz
Adalberto Carbos Agozino:
La confiteria o bar "La London" donde escribía
Cortazar se ubica en la esquina de las calles Av de Mayo y Perú. En el centro
de la ciudad de Buenos Aires, a 500 metros de la Casa Rosada, sede del Gobieno
Nacional. Por lo tanto, no es bonaerense sino "porteña". Los
bonaerenses son los nacidos o residentes de la Provincia de Buenos Aires. Los
nacidos o residentes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires reciben el nombre de
"porteños". Gracias.
Edgar Allan:
¿No
quedamos en que ya no había "mujeres de"...? Se puede hablar de
Aurora Bernárdez como traductora, y los que nos interese ya sabemos que era
esposa de Cortázar, y muy buena esposa por cierto, pero a ver si se aclaran
ustedes con ustedes mismos.
Guillermo de
Ockhan:
Todos los
que leíamos a Calvino en español conocíamos y valorábamos el trabajo de
Bernardez.
Paco Morillo:
Otra vez el
rollo políticamente correcto de "gran mujer tapada por gran hombre".
Ni J.C. tapó a nadie, ni A. B. era una desconocida. Fue una traductora muy
buena y prestigiosa, y sus traducciones son su obra. Si no publicó literatura propia
fue porque no le dio la gana. Es más, aunque no fuera conocida por sus
traducciones, si hubiese querido publicar cosas suyas, lo habría tenido muy
fácil, precisamente por estar casada con J. C.
Rasi Nari:
Los
españoles siempre tendremos que agradecerle a Aurora sus maravillosas
traducciones en una época oscura de nuestro país en la que el acceso a los
idiomas extranjeros por parte de la mayoría de la población era problemático y
a determinados autores solo los podíamos leer en aquellas ediciones argentinas
de Losada que luego fue adaptando y publicando Alianza. Mi mayor respeto y
admiración para esta verdadera dama de la literatura.
Nicolás Bianchi:
"El País" sigue, sistemáticamente y sin
acusar recibo, confundiendo 'bonaerense' (gentilicio de la PROVINCIA de Buenos
Aires) con 'porteño' (lo propio de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires)....dos
entidades territorial, política y jurídicamente distintas. Además de que
Cortázar nació en Bélgica, un detalle menor en este caso...
Nunca me canso de contar esta anécdota, que viví en primera (o cuarta) fila en 2011, en la Feria del Libro de Guadalajara dedicada a Alemania.
ResponderEliminarEn la ceremonia inaugural de la Feria del Libro de Guadalajara del año 2011, con Alemania como país invitado de honor, participaban dos premios Nobel de literatura: Mario Vargas Llosa y Herta Müller. El moderador de aquella charla era Juan Cruz. La primera pregunta de Juanito a ambos gigantes literarios fue ésta, de una brillantez evidente: "¿Qué os molesta más de la fama?". Vargas Llosa se apresuró a responder: "Las preguntas estúpidas de los periodistas". Respuesta que provocó un rumor de panal en toda la enorme sala abarrotada. Luego el Nobel peruano carraspeó, se lo pensó otra vez y, en un intento por mitigar su brusquedad, dijo: "Bueno, no quizás en tu caso, Juanito, que eres un amigo". Entonces le tocó el turno a la tímida Herta Müller. Aquella mujer empezó a hablar y hablar y a hablar como una cotorra, cosa que no hace casi nunca. Y hablaba y hablaba.... Y al final dijo: "A diferencia de Mario, que despacha rápido a los periodistas y sus preguntas estúpidas, yo suelo actuar del modo opuesto. Cuando un periodista me hace una pregunta estúpida, yo hablo y hablo y hablo, para evitar que pueda hacerme una segunda..."