Chismoso y digresivo como de costumbre, Damián Tabarovsky publicó la siguiente
columna en el diario Perfil, del 11 de junio pasado. Trata sobre la traducción
de dos autores brasileños, aunque se centra en uno de ellos: Sergio Sant’Anna (foto). O no tanto. Aunque, vaya uno a saber, ¿no?
Un autor traducido
El otro día, M.C. me pidió, con cordialidad y delicadeza,
que dejara de escribir sobre política en esta columna. Implícito, se le notaba
un cierto “no entendés nada” o “te estás equivocando”, que probablemente sea
cierto. Hecho curioso, ya que más de una vez le sugerí lo mismo a S.B. Curioso
para mí, digo, encontrarme ahora en esa situación. No obstante, he tomado al
pie de la letra el consejo de mi amiga, y les ahorraré a mis hipotéticos
lectores, al menos por hoy, mis digresiones sobre tal candente actualidad.
Dispuesto entonces a cambiar de tema (cambiar de tema es un arte como todo lo
demás, y yo lo hago particularmente bien) recuerdo pues una anécdota que me
contó un entonces joven editor, que recibía en la calle República Arabe Siria.
A poco de entrar en la editorial, pensó en traducir a, según él –opinión con la
que coincido–, los dos mejores escritores brasileños contemporáneos, ambos ya
muertos, pero entonces aún inéditos en castellano: Sergio Sant’Anna y João
Gilberto Noll.
Les escribió a los dos, pero con la mala
suerte (mala suerte para él: buena para los escritores) de que ya habían sido
contratados por otras editoriales argentinas (los contratos ya habían sido
firmados pero los libros aún no habían sido publicados, por eso el joven editor
pensó que esos autores estaban disponibles). Entonces el editor pegó un
volantazo y decidió publicar la recién salida primera novela de un joven autor
brasileño que le gustó mucho, Daniel Galera (la novela se llama Manos de caballo), antes de que la obra
de Galera pasara luego a ser publicada en castellano por un megaholding transnacional.
Volviendo a la anécdota, Noll encontró
editorial en Adriana Hidalgo, donde publicó cinco libros. Y Sergio Sant’Anna en
Beatriz Viterbo, donde publicó dos. Noll tuvo entre nosotros una gran recepción
crítica, se volvió un autor imprescindible para la mejor crítica literaria. A
Sant’Anna también le fue bien, aunque tal vez algo menos, más allá de que sus
libros fueron traducidos por César Aira, algo poco usual (no el hecho de que
Aira tradujera –actividad a la que se dedicó por décadas– sino que lo hiciera
del portugués, a un colega contemporáneo, y no por encargo profesional –por
dinero– sino como intervención literaria). No obstante, Sant’Anna tiene de todas
maneras sus fieles lectores. Y seguramente tendrá más si algún día se
distribuye en Argentina El vuelo de
madrugada, magnífico libro de relatos, publicado en Chile por la buena
editorial Hueders, traducido por Ariel Magnus (en la reciente Feria del Libro
vi que se lo metían en la mochila a un editor ya casi veterano, en alguna
actividad seguramente ilícita de compraventa de la que prefiero no enterarme).
En El
vuelo de madrugada, Sant’Anna logra hacer bien eso que en general hace daño
a la literatura: ser virtuoso. El estilo de Sant’Anna lo es, pero en su caso,
en sus cambios de registro de cuento a cuento, o incluso en los cambios de
ritmo interno de cada párrafo, en ese eclecticismo que caracteriza su obra,
sale victorioso. Sant’Anna puede pasar de una narración acerca de la vacilación
sexual, escrita en un tono casi clásico (como en Un error de cálculo), a la
metaficción (como en el par Un cuento abstracto/Un cuento oscuro), de un estilo
a otro bien distante, y siempre ser fiel a sí mismo: único.
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