El traductor cubano José Aníbal Campos propone en su última
columna de El Trujamán (22 de junio pasado), un rompecabezas que no resuelve.
Es perfectamente lícito imaginárselo en su casa de Viena (o en alguna de las
múltiples casas de traductores que elige para terminar sus trabajos),
atuzándose el bigote e imaginándonos presas del desconcierto.
De contextos
Una querida colega tiene un modo muy
particular de aludir a la necesidad de examinar en detalle cada caso cuando
abordamos una traducción de tipo literario. Con su gracia habitual, a toda
pregunta algo ambigua sobre significados, suele responder: «Dame, dame
contexto».
De los ejercicios que
aplico con frecuencia al trabajar con aspirantes a traductores hay uno que gira
en torno a una frase leída una vez, mientras estaba de tránsito en algún lugar
de Alemania. La frase (el eslogan de una agencia turística) ocupaba todo el
flanco de un autocar turístico: Weil jeder ein Ziel hat…
Yo estaba a las puertas de
una estación de trenes. No hacía un viaje de trabajo; me aprestaba a visitar a
una amiga y, de paso, tomarme unos días libres. Pero como entre las
perversiones de este oficio está el llevar al traductor consigo a todas partes,
de inmediato me puse a sopesar variantes para aquella frase ambivalente (no tan
ambigua, en efecto, en el contexto en que la leí, pero sí lo suficiente como
para crear un buen ejercicio a partir de ella).
La frase, de apariencia
sencilla, puede usarse en contextos tan variables, que –como se ha demostrado
en esos seminarios– uno puede estar horas y horas dando vueltas a un número
infinito de variantes. De ahí su valor como ejercicio para entrenar el juicio
crítico y desconfiar de los diccionarios generalistas bilingües a la hora de
optar por una de las distintas acepciones que puede tener una palabra.
La traducción que muchos
alumnos me ofrecen, casi automáticamente, es: «Porque todo el mundo tiene un objetivo…».
Fuera de contexto, no puede decirse que la solución sea incorrecta, pero si
pensamos que se trata de una agencia de viajes, podría resultar algo
problemática, así que estimulo a los alumnos a buscar otras variables.
«Porque todo el mundo tiene una meta…»
(solución que se acerca más al contexto del viaje), o: «Porque todos tienen un
destino…» (otra variante que acabamos descartando por ese retintín filosófico o
trascendental que encaja menos con el caso concreto de un viaje de placer), si
bien uno de los problemas que plantea la frase es que, en el contexto
específico de una agencia de viajes «en Alemania», todos esos significados
(objetivo, meta, destino) están implícitos en el eslogan publicitario.
En lo personal, la solución que más me
ha gustado de todas me la dio una vez un alumno latinoamericano: «Porque todos
quieren llegar a alguna parte…». Me gusta esta solución (aun cuando en español
se me haga demasiado larga para un eslogan publicitario en el flanco de un
autobús), porque añade un matiz de seguridad que incluso el original deja
abierto, pero que viene muy bien al motivo del viaje. Lleva implícito,
asimismo, un aspecto de largo arraigo en la mentalidad alemana: el Fernweh, el maravilloso Hinausweh de Matthias Claudius (la añoranza de viajar a sitios exóticos, lejanos).
Los debates se dilatan, y debo admitir
que esas prolongadas sesiones cuentan entre las más enriquecedoras del trabajo.
Imaginamos otros escenarios posibles: la misma frase a las puertas –digamos– de
una Universidad, como eslogan de una campaña electoral, como lema en la entrada
de una clínica de desintoxicación.
El tiempo se nos va en esos
bizantinismos obligados en nuestra profesión. Y luego, cuando el seminario va
llegando a su fin, quizás hasta con el perverso fin de contagiar a los alumnos
con mi propio mal, les digo: «Y ahora imaginemos que encontramos esa misma
frase en una novela en la que un personaje, el dueño de una funeraria, la ha
elegido como consigna de su negocio».
Y ahí se los dejo.
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