Publicada en En attendant Nadeau, la siguiente reseña a Supermarket Spring, volumen traducido al francés por Julia Azaretto, lleva la firma del traductor francés Paul Lequesne y se ofrece, en traducción de la española María José Furió/LIU, como complemento de la entrevista subida en el día de ayer.
Traducir a Pedro Mairal
Pedro Mairal, mascarón de proa de la nueva ola
literaria argentina, es también uno de los representantes más singulares de la
poesía sudamericana contemporánea, que maneja con igual acierto el humor, la
desesperación y el endecasílabo, como demuestra su recopilación Supermarket Spring,
publicado el pasado
marzo por L’atelier du tilde.
Se
trata de un precioso libro, la cubierta –papel gris beige, de grano rayado,
tinta naranja— muestra una composición de inspiración curiosamente
constructivista, como un cartel o el rótulo de una tienda, que reúne en un
bloque vacilante una puntualización útil: «poesía argentina contemporánea», el
nombre del autor: Pedro Mairal, el título: Supermarket Spring, y
una particularidad del libro: edición bilingüe.
El
nombre de la traductora figura en la cubierta trasera, en caracteres
minúsculos: «Julia Azaretto». La primera solapa ofrece, afortunadamente, más
información sobre ella. Así averiguamos que también es argentina y que traduce
tanto al español como al francés. Basta con hojear la obra para constatar que
es doble –la versión francesa y la versión española están separadas por una
hoja de color naranja sin numerar.
Pedro
Mairal, que cuenta 47 años en la actualidad, no puede ser calificado de «joven
escritor» como hace el editor en la misma solapa. Propulsado en 1998 a la
escena literaria argentina por su primera novela, Una noche con Sabrina Love,
laureado con la primera edición del premio Clarín, cuyo jurado contaba entre
sus miembros a leyendas de la literatura sudamericana como Adolfo Bioy Casares,
Guillermo Cabrera Infante y Augusto Roa Bastos, hoy es un autor célebre,
traducido a once idiomas –desde el inglés al yoruba--, autor de una obra
coherente, que abarca diversos géneros como la novela, la poesía y el
periodismo, y que ha cosechado con cada título un éxito de librería.
Bloguero
sumamente activo, coautor junto con el dibujante Juan Sáenz Valiente de una
sorprendente serie de televisión, Impreso en Argentina, donde cada
episodio, construido como una ficción, describe y analiza una obra fundamental
de la literatura hispanohablante so pretexto de adaptarla al cómic, Pedro
Mairal, como subraya Julia Azaretto en su ejemplar introducción, juega con los
géneros, con las palabras y las situaciones con una facilidad desconcertante,
para construir lo que a fin de cuentas son historias trágicas teñidas de un
humor devastador, y cuentos fantásticos de tonos singularmente premonitorios.
Las
cuatro novelas de Pedro Mairal publicadas a día de hoy (en Francia por las
editoriales Rivages, y Buchet-Castel la última de ellas) parecen responderse
unas a otras: a la inundación inaugural de Una noche con Sabrina Love y
su cruel retrato de una Argentina arruinada por la crisis económica suceden en
primer lugar el desierto invasor de La intemperie, que, con unos años de
antelación a la instauración del Estado Islámico, relata la inexorable
regresión del mundo civilizado hasta la más atroz barbarie; luego el río de Salvatierra,
objeto de un fresco inmenso, puzzle en sesenta cuadros y una pieza ausente, río
que el protagonista de La Uruguaya se arriesga a cruzar en busca de un
amor imposible y de una importante suma de dinero que debería permitirle saldar
sus deudas y escribir un nuevo libro.
El
río y los sesenta cuadros reaparecen en un quinto libro del autor, de un género
algo diferente ya que se trata de una novela en sesenta sonetos, y otras tantas
ilustraciones maravillosas: El gran Surubí. Este libro, al contrario de
los otros, no tiene final feliz.
El
autor disfruta de este desmenuzamiento del mundo. Una noche con Sabrina Love
arranca con un ejercicio de estilo en forma de zapping discursivo; La
intemperie lo hace con una descripción minuciosa de la confección de una
trenza. De manera que sus historias parecen siempre como la paciencia
cosechando fragmentos desperdigados, una cosecha durante la cual los personajes
se componen o recomponen, mejor o peor, teniendo como arma esencial el
lenguaje.
La presencia del
río, de la frontera, bien se extienda o se desvanezca, es esencial: «La
narrativa es como una cancha de fútbol sin límite. Y la clave es siempre
encontrar ese borde, el límite que marque lo que entra y lo que no».
Si
El gran Surubí no tiene final feliz es porque su acción se desarrolla
sobre el propio río, sobre la frontera donde todo, forzosamente, resulta
difuso. También porque escapa al género novelesco para adentrarse en el campo
poético, y porque la poesía de Pedro Mairal no pretende recomponer la realidad
sino tal vez, sencillamente, dar cuenta de ella.
Fue por la puerta
de la poesía como el escritor entró en la literatura, después de pasar por el
taller de escritura de Félix della Paolera, amigo de Borges, poeta, traductor y
periodista, al que presenta como «su maestro y su gurú». Este prologaba en 1996
su primera colección, Tigre como los pájaros, con estas palabras: «Basta
con leer estos poemas que, sin necesidad de guías ni mediadores, evidencian:
una lírica original; confianza en el ritmo como esencia de la versificación;
desdén por la solemnidad y la tendencia al patetismo; celebración, a veces
lúdica, de la vida, del amor, del diurno ensueño rural y de la ensimismada
soledad del hombre urbano».
Desde entonces
Pedro Mairal no ha dejado de cruzar esta puerta en ambos sentidos. Primero, en
1998, después del éxito inesperado de su primera novela: «Es verdad, ya no
era un pendejo, tenía 28 años, pero estaba muy crudo para todo eso. Fue tal el
nivel de exposición que me refugié en la poesía, y después muy de a poco volví
a los cuentos» – y el resultado de este retiro fue la publicación en 2003
de Supermarket Spring (Consumidor final, el título original de la
recopilación en español). Siguieron tres libros extraordinarios: Pornosonetos,
publicados con el pseudónimo de Ramón Paz, y El gran Surubí, como si el
autor después de cada éxito en novela necesitase volver a su primer amor.
Después del
desmenuzamiento, de la dispersión en medio de los cuales se construyen sus
historias, la poesía parece entonces para Pedro Mairal una cuestión de
recentramiento, de recogimiento, de concentración. La forma exigente del
soneto a la que recurre de manera casi exclusiva en los últimos años,
obedeciendo a una métrica implacable (el endecasílabo, o sobre todo el
pentámetro más clásico, heredado de la Edad de Oro y más concretamente de
Quevedo), sería para él la manera de reordenar y de consolidar el universo que
de otro lado disfruta dinamitando, la manera de acotar el campo infinito de la
narración. «Los sonetos me pusieron un borde, me permitieron no tener que
explicarlo todo», dice.
A primera vista, no
parece que Supermarket Spring obedezca al mismo rigor formal. Pero es
porque los poemas que lo componen son el espejo de una realidad
extraordinariamente agitada: la de la crisis que sacudió Argentina a principios
de este siglo y cuyas consecuencias el país continúa padeciendo. «Vivimos en un
surrealismo violento que solo la poesía puede digerir», decía entonces el
autor.
El
libro reúne dos recopilaciones de importancia equivalente, escritas en fechas
diferentes: Todos los días (1997-1999) y Consumidor final
(2000-2002).
Como reubicación,
el poema que abre la recopilación se coloca ahí: «Los ojos reencontrados/ al
fondo de la taza, / los bolsillos, / los platos, la vergüenza». Está dedicado
al despertar de la «gente llena de sueño, de silencio,/ con miedo a despertar
la historia mal dormida, / gente usando el idioma como un cuchillo oscuro, / un
cuchillo gastado, pelando una manzana». Es el despertar del poeta, minúsculo y
solo en la ciudad inmensa. Pero es también el primer momento de su activación
progresiva.
Y
esta idea incita a reconsiderar la portada del libro, los colores del cartel,
cuyos diferentes bloques de texto podrían leerse en definitiva como el plano
esquemático de una ciudad: cuatro barrios ordenados alrededor de una calle
central: el título, extendido como una cinta, como un río.
Enseguida
descubrimos que, de página en página, el autor parece redactar la crónica
inestable de un amor frágil, con sus accidentes, sus rupturas, su reanudarse.
De un encuentro en una biblioteca («Celos clásicos») a una especie de
reconciliación muda (En las buenas) construida como un plano
secuencia, lento trávelling sobre los relieves de una comida, un limón cortado,
una rueda de bicicleta, un árbol, un fuego que se apaga, un gato con una mirada
cargada de reproche.
Entre ambos
habremos pasado por las crisis («Ella es así»: «la cosa es que ella
llora con coraje, / con dientes, con espasmos, / ella vive llorando en las
ventanas»), los trayectos por los suburbios («Ruta nacional»: «La gran
velocidad / es una lentitud de balsa que se fuga / con música y tristeza.»), el
tedio de la vida cotidiana («Preguntas a Piazzolla»: «¿Cómo alzar en el aire de
un acorde / el peso de las seis pasadas ya,
/ la fuga de la gente volviéndose a su casa? […] El libro de tu fuelle
se abre lento / y se vuelve a cerrar / sin responderme»).
Todo ello
entreverado de rayos de luz muy intensa y alegre, como en «Andante cantabile»,
gozosa celebración de los senos de las mujeres que termina con un alejandrino
perfecto: «Verlas pasar, nomás, y deslumbrarse, / quedarse para siempre
cantando en este mundo». No hay, sin embargo, nada intimista en esta historia.
Constantemente, un simple gesto esbozado enseguida es sustituido en una red de
correspondencias espaciales y temporales: cuando una mujer se inclina o se
anuda un pañuelo alrededor de la cabeza, el gesto se convierte en una oración a
un dios inmutable.
El libro prosigue
ampliando esta relación entre lo infinitamente pequeño y lo infinitamente
grande. «Al principio de la recopilación, escribe acertadamente Julia
Azaretto en su presentación, la mirada del poeta se posa en su vida
cotidiana, luego abre el foco hasta incluir el escenario de un país
trastornado. La poesía desciende a la plaza pública.»
Y es verdad que la
poesía está en la calle. Se muestra donde no se la espera, no es ni eslogan ni
canción, sino en el corazón de la trivialidad cotidiana, en la mirada de un
cliente fija en una pantalla de televisión por encima del mostrador de un
banco. Desciende a la plaza pública, pero desciende también de la planta doce
de un edificio, tomando el ascensor.
Desde el primer
poema («Un durazno»), el tono está dado: un simple durazno comprado en el
supermercado brinda al autor la oportunidad de describir en cincuenta versos el
conjunto del sistema agrícola argentino, sistema mortífero que solo produce
sueño: «y a pesar de la química, de la distancia muerta, […] / me encontré
allá en el fondo de su sueño amarillo / con esa flor primera que perfumaba el
viento.»
En «Fauna embalsamada»
el poeta plantea explícitamente el problema: «¿esto es un poema? / ¿estar a oscuras sin dormir/ puede ser un
poema? / ¿si no hay nada […] /
puede haber un poema?». Y termina: «cambio sistema
solar/ por dos palabras ciertas / que
consigan decir toda mi sombra».
Y va de uno a otro
sin cesar, del triste suceso a la contemplación del universo, del anónimo
ciudadano a los animales misteriosos o gigantescos que aún habitan los mares,
del niño por nacer, Jonás en el vientre materno, a las ballenas del Gran Sur.
Al hilo de la lectura, sin embargo, el tono se hace más travieso, la lengua más
familiar, y la constatación más homicida, desvelando al consumador por
debajo del consumidor: «en el supermercado la cajera / con su
uniforme rojo me pregunta / ¿consumidor
final? / yo contesto que sí / y pienso ese soy yo».
Terminamos
la lectura de Supermarket Spring, y pese a todo el mismo libro queda por
descubrir, esta vez en español, por poco que entendamos algo el idioma. La
misma composición, texto en cursiva, como si no fuese más que cita, notas al
final del libro confirmando y explicando la belleza de lo que acabamos de leer.
Y por poco curioso y juguetón que sea el lector, aún le espera una tercera
lectura: la de esta página de color naranja que separa los dos textos, y que el
editor no ha logrado numerar.
No
lo ha logrado porque era una página demasiado extensa, demasiado densa:
representa todo el trabajo de traducción, encierra el misterio entero de
cientos de horas de duda, de reflexión, de elecciones imposibles y de conteo
inconsciente de sílabas. Entretenerse en esta página es intentar reconstruir el
camino que va de un texto al otro: es esforzarse en medir la distancia, es
aceptar plantearse preguntas para las que no necesariamente encontraremos respuesta.
Por
una vez, es fácil calcular la distancia entre las versiones francesa y
española: mide exactamente 46 páginas. Mide un libro entero. Porque no se
traduce una recopilación de poemas igual que se traduce un poema, no se traduce
un libro como se traduce una página. Nos quedaríamos sin aliento. Aunque,
precisamente mirando con más atención, observamos un detalle que se le había escapado al ojo pero
que se impone tan pronto empezamos a leer en voz alta, porque nos gustaría oír
si el francés de la traductora suena como el español de Pedro Mairal: estos
poemas se leen de un tirón, a menudo consisten en una sola frase, e incluso
cuando hay un punto no está ahí para que la voz calle, sino más bien para que
otra voz la interrumpa.
Los
poemas de Supermarket Spring brotan naturalmente: como los senos de las
mujeres que deslumbran al paseante, tienen la forma del agua. Este
descubrimiento hidrológico permite franquear de una vez la página naranja y
observar el extraordinario y minucioso trabajo de traducción que resume:
comprender por qué, después de haber brotado a borbotones la frase se anima y
toma un ritmo de cascada, convierte series de diez y luego once sílabas
coléricas, testarudas, o erupción del alejandrino..
Porque
Pedro Mairal, siempre en busca de nuevas formas, ha adoptado para esta
recopilación la forma primigenia de la respiración.
Pedro Mairal, Supermarket Spring. Traducido del español
(Argentina) por Julia Azaretto. Edición bilingüe. L’atelier du tilde, col. «Lolita
Valdez», 110 págs., 16 €
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