Planeta se fue de Barcelona. Las otras analizan...
Xavi Ayén,
Josep Massot y
Sergio Vila-San Juán firman la siguiente
nota publicada en el día de ayer por La Vanguardia, de Barcelona. En ella se
habla de las consecuencias de la incertidumbre política y se pronostica un
terremoto en la industria del libro español.
La capitalidad editorial de
Barcelona se tambalea
Barcelona vio tambalearse el martes, pocos minutos después del
discurso de Carles Puigdemont, su capitalidad editorial en lengua
castellana. Y con ella, el liderazgo de la primera industria cultural
española, que representa el 1,3% del PIB. El grupo
Planeta había anunciado que si la independencia de Catalunya era
declarada en cualquier forma, trasladaría
su domicilio social a Madrid. Y cumplió con ello.
La
capitalidad editorial se mide por varios baremos, unos objetivos, otros de
prestigio. El primer concepto clave es el de la facturación,
y desde hace varios lustros la del Gremi
d’Editors de Catalunya –muy mayoritariamente barceloneses– era
superior a la del madrileño. Por no mucha diferencia, pero lo era. Según datos
del Ministerio de Cultura del 2017, Catalunya representaba el 49,5 por ciento
frente al 43,4 por ciento de los editores de Madrid.
El grupo Planeta constituye el
principal conglomerado editorial hispanoamericano, con una facturación de 3.300
millones de euros anuales, de los que 1.815 corresponden a las divisiones de
libros. Representa en torno a un 18% del mercado. Si su producción pasara del
registro de editores barceloneses al de los madrileños, la facturación de estos
superaría el 60% del total español, mientras que la de los catalanes
descendería en torno al 30%. No está claro que esto ocurra. De momento, Planeta
sólo traslada la sede social del grupo, pero las editoriales y los trabajadores
siguen en Barcelona. Un destacado editor barcelonés señala, sin embargo, que “a
la larga o a medio plazo un traslado de la sede fiscal acaba implicando traslados
operativos o presencia de nuevos trabajadores”. Fuentes del sector explican que
“se trata de una decisión más meditada de lo que se ha dicho, no sólo por una
declaración concreta. Ellos llevan años pensándolo y prevén que la
inestabilidad política va para largo”. Todas las fuentes consultadas coinciden
en que cuando se toman decisiones de este calibre, “resulta difícil que las
empresas vuelvan”.
Un segundo criterio es el del
prestigio y la influencia. El grupo Planeta, propiedad de la familia Lara,
cuenta con 47 editoriales (más las 13 del Grup 62 y una en Portugal), varias de
inequívoca raigambre barcelonesa. Ahora, sellos como Seix Barral que proyectó
al mundo Carlos Barral y lanzó el boom sudamericano; la editorial Destino –que
con Josep Vergés al frente lanzó los premios Nadal y publicó la obra completa
de Pla– o la propia Planeta, que creada por José Manuel Lara Hernández
consiguió su primer best seller en 1953 con Los cipreses creen en Dios del catalán José María Gironella, pasan a tener su razón social en la calle
Josefa Valcárcel de la capital del Estado. Allí se reunirá el consejo; las
grandes decisiones de fondo sobre todos estos sellos pasan ya a tomarse en
Madrid.
En el grupo Planeta se remiten a la
rueda de prensa del próximo sábado con su presidente Josep Creuheras para
aclaraciones ulteriores de su postura e implicaciones prácticas de la decisión.
Junto a Planeta, el otro principal gran grupo que tiene su sede en Barcelona es
Penguin Random House (PRH), que agrupa a 37 editoriales. PRH está participado
en un 75% por la multinacional alemana Bertelsmann y en un 25% por la británica
Pearson. En un comunicado el grupo aseguraba diplomáticamente que “seguimos de
cerca la situación” y que “en caso de que haya cambios, evaluaremos la
situación en consecuencia y tomaremos entonces todas las medidas necesarias para
defender los intereses de autores, lectores y empleados”. Observadores del
mundo editorial apuntan que en Gutersloh, donde tiene su sede central
Bertelsmann, se han preparado para cualquier eventualidad, de modo “que si se
produce un cambio de marco jurídico, marcharían rápidamente”.
Los responsables de Salamandra, la
editorial de Harry Potter, uno de los sellos medianos españoles con más peso y
amplia difusión al otro lado del Atlántico, afirman: “La base de nuestro
negocio es la compra de derechos de traducción, que se otorgan en función del
idioma oficial del lugar donde se editan los libros. En caso de independencia
real, Salamandra se vería obligada a trasladar su actividad a otra ciudad fuera
de Catalunya. Por el momento, estamos a la expectativa.”
Anagrama, por su parte, “no ha
puesto sobre la mesa” la eventualidad de marcharse de Barcelona. Daniel
Fernández, de Edhasa, dice: “Quiero continuar viviendo en Barcelona. Si no cambian las cosas
dramáticamente, seguiremos”.
Patrici Tixis, presidente del Gremi
d’Editors de Catalunya, señala que “las empresas lo que buscamos siempre es
seguridad jurídica y que nuestros procesos de trabajo puedan desarrollarse con
garantías. La situación actual genera incertidumbre y no es buena para nadie”.
Las consecuencias de una eventual
independencia de Catalunya casi no afectarían a la venta de derechos, pues muy
mayoritariamente se realizan por áreas lingüísticas (español, francés,
etcétera). Los editores temen, en cambio, la doble imposición fiscal, es decir,
los impuestos de más que pagaría un país de fuera de la Unión Europea para
cualquier operación. Si Malcolm Otero (Malpaso) ve “terrorífico” salir de la
UE, Luis Solano, de Libros del Asteroide, dice que “si se produjera, cosa
imposible, es evidente que nosotros, al igual que la mayor parte de las
empresas que tienen su negocio fuera de Catalunya (en mi caso, el resto de
España y Latinoamérica supone el 80% de las ventas), deberemos tener la sede en
un lugar en que se pueda operar con euros y exportar a Latinoamérica. Se hacen
una tirada para todos los mercados y, lógicamente, no vas a hacerla en un país
que tiene aranceles”.
Las agencias literarias –otro
factor clave en la hegemonía catalana en el mundo del libro– también estudian
la situación. Algunas están buscando oficina en Madrid, por si acaso. Otras,
como Antonia Kerrigan, dicen: “No nos planteamos salir, aunque a lo mejor
dentro de quince días tengo que responder otra cosa. El problema sería que,
fuera de la UE, habría que negociar con cada país nuevos acuerdos de impuestos,
de lo contrario a cada autor le descontarían cantidades enormes por sus ventas
en el extranjero”.
En el caso de las editoriales en
catalán no hay lugar a dudas. El Grup 62, pese a pertenecer a Planeta, se mantiene
en Catalunya. Albert Pèlach, director general del Grup Enciclopèdìa Catalana,
dice: “Somos una empresa catalana y defenderemos la república catalana allá
donde sea”. Respecto a su acuerdo con Planeta, Pèlach comenta: “Tenemos una
empresa participada en común y respetamos lo que hace cada uno en su casa”.
Montse Ayats, presidenta de la Associació d’Editors en Llengua Catalana, se
muestra prudente. “Hasta el sábado no sabremos el detalle de la decisión de
Planeta y las consecuencias del cambio de sede. Lo fundamental es que se conservan
los puestos de trabajo directos e indirectos, es decir, diseñadores,
maquetistas...”.
La edición en catalán se ha visto
favorecida por las ventajas que les da contar con un rico tejido industrial.
Otra cosa es si una huida masiva de editoriales en castellano pudiera dar un
vuelco y la cultura editorial dominante pasara a ser entonces la catalana y
primara sobre la castellana.
Un riesgo que no pasa inadvertido a
los responsables de editoriales con colecciones en catalán es la reacción de
los escritores independentistas que podrían plantearse cambiar de editorial.
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