Entre las muchas y posibles cruzadas emprendidas por José Aníbal Campos, el incansable traductor cubano, hacer un relevamiento
exhaustivo de las casas de traductores ubicadas alrededor del mundo no es una
tarea menor. En la ocasión, en su columna para el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, nos informa sobre la Casa de Escritores y
Traductores de Ventspils, de Letonia,
La Casa
de Escritores y Traductores de Ventspils
En una casa del siglo XVIII construida en el sobrio
y elegante estilo de estas latitudes, en el número 13 de la calle Anna (Annas iela), se encuentra la Casa de
Escritores y Traductores de Ventspils, que en 2016 celebró sus diez años
de existencia.
Aunque su prioridad, obviamente, es la divulgación
de la emergente y –por lo visto pujante literatura letona–, la casa está
abierta a colegas de otras latitudes y con otras combinaciones de lenguas, y, en
ese sentido, sus organizadoras se esfuerzan por hallar un equilibrio entre los
residentes que acuden a Ventspils cada mes para estancias máximas de cuatro
semanas.
Resulta, a primera vista, bastante extraño estar en
un país cuyo idioma no entiendes ni a retazos. La experiencia de viajar desde
el aeropuerto de Riga hasta Ventspils, a unos 185 kilómetros de la capital, es
casi el retorno a un estado de ignorancia (o quizá de inocencia, que suena más
bonito) que es difícil percibir cuando pasas años moviéndote cómodamente en
entornos lingüísticos conocidos. Cada día me convenzo más, sin embargo, de que
el encuentro con la verdadera vitalidad de las palabras, la búsqueda de ese
sentido más hondo que nos hermana, ha de empezar por el balbuceo, por las
formas difusas, y ello requiere un esfuerzo de des-aprendizaje, o si se quiere,
un empeño por olvidar y volver a aprender.
En ese sentido, no se puede venir a Ventspils con los
conceptos prefabricados que hemos ido adhiriendo a nuestro discurso cotidiano
como si fuesen parte integrante de un repertorio de ideas propias y que, en el
fondo, son solo las hilachas de un inevitable depósito de idées reçues (para decirlo al modo de Flaubert). No es posible
iniciar el trato con un nuevo entorno a partir de «flosqueladas» retóricas que
hemos picoteado en la sucia escudilla de pienso con el que nos ceban a diario los
criadores de aves de corral de una political
correctness inventada para hacernos piar a coro y, de inmediato, enmudecer.
«Nacionalismo», por ejemplo, no es aquí un término
peyorativo, como bien pude notar el día 4 de julio, día de mi llegada, en el
que todos los edificios públicos y las casas privadas mostraban en sus portales
la enseña nacional a media asta. (Ese día Letonia rememora uno de sus tantos
holocaustos.) Y es que quien, como escritor, ha de contribuir con su literatura
a afianzar una lengua tantas veces vapuleada, reprimida, relegada y hasta
prohibida, no ve en una postura nacional una amenaza o un acto ignominioso.
Dos de las cuatro escritoras letonas que comparten
esta estancia con nosotros están involucradas en un proyecto literario de
eminente carácter «nacional» y por el que cada una muestra un gran entusiasmo: junto
a otros de sus colegas, abordarán en novelas individuales una década concreta
de la historia de Letonia en sus intermitentes periodos como país
independiente. Y yo aprovecho ahora este foro para animar a los colegas que
conozcan la lengua letona a interesarse por los resultados de esta colectiva (pero
personalísima) work in progress sobre
un país del que poco se conoce en Hispanoamérica.
Andra Konste |
Valga decir, además, que, según nos relata Andra
Konste (la amable directora de la Casa), existe un pequeño programa del
ministerio de Cultura (también principal financista de esta magnífica
residencia) destinado a promover el aprendizaje del letón entre traductores y
escritores extranjeros.
La Casa cuenta con capacidad para que convivan
simultáneamente siete escritores y/o traductores, y la composición multicolor
de esa convivencia la garantiza una cuidada planificación por parte de la dirección. Esta estanciala hemos compartido tres colegas
de Letonia (todas mujeres), una joven traductora y escritora polaca, una
compañera belga, una traductora y periodista italiana, un escritor letón de
lengua rusa y un poeta ruso que tiene una vasta obra como traductor de poesía alemana.
El centro tiene una particularidad que la distingue de otras casas: el colega
invitado puede traer a un acompañante, el cual ha de pagar tarifas de estadía
muy moderadas, variables según los días de estancia. (Para planificar bien una
estancia compartida, lo mejor será siempre consultarlo antescon la dirección
del centro a través del correo indicado en la página web: ventspilshouse@ventspilshouse.lv).
Una pequeña biblioteca en permanente construcción
garantiza en cierto modo el acceso a la bibliografía de consulta necesaria. En
mi caso, he encontrado un Duden
Universalwörterbuch, el diccionario monolingüe de la lengua alemana, que me
basta por ahora en la fase de trabajo en la que me encuentro con los dos libros
que estoy traduciendo. Abundan los diccionarios del ruso y el letón en diferentes
combinaciones idiomáticas, así como los libros de autores y traductores que han
pasado por la Casa en estos diez años. La biblioteca en español es exigua, pero
eso podría cambiar si, tras la lectura de este artículo, algunos de mis colegas
se animan a solicitar una estancia en Ventspils. Buscando en la algo más amplia
sección «alemana», encuentro dos joyas bibliográficas sobre traducción: una
compilación de las conferencias dictadas en la Gastprofessur für Poetik der Übersetzung de la FU de Berlín hasta
el año 2013y un magnífico libro sobre la evolución de la lengua alemana desde
una perspectiva traductoral.
Por razones de espacio, la Casa ha de limitar el
número de libros que recibe en donación, pero una de sus actuales prioridades
infraestructurales es incorporar al centroel «verticalísimo» edificio
neoclasicista colindante con el jardín de la residencia. Según me dicen, fue
antes una torre de vigilancia contra incendios (la actual casa de escritores,
en su larga historia, ha sido en otras épocas consistorio, biblioteca municipal
y cuartel de bomberos), pero su estructura de tres pisos es perfecta para
albergar una amplísima biblioteca. De conseguirse tal propósito, la de
Ventspils podría empezar a competir con la biblioteca del Colegio de
Traductores en Straelen (Alemania), quizá la biblioteca para traductores más
completa que haya existido jamás.
Pero aparte de las magníficas condiciones de
trabajo, lo más importante de estas residencias sigue siendo el tipo de
vínculos que se van estableciendo entre colegas de varias latitudes. Redes que –como
bien me dice Andra, la directora–, se tejen en direcciones diversas, con hilos
que van enlazándose para formar una red circulatoria que mantiene vivo el
organismo de la cultura universal.
En ese sentido, lo mejor de estas casas llega cuando
personas de varios credos, naciones, lenguas y posturas vitales se sientan a
charlar en torno a una mesa. A veces la timidez de los traductores genera al
principio cierta viscosidad en esos fluidos intercambios. Cuando esto ocurre, Andra
le conceden un par de días a la timidez de cada cual. Eso sí: pasados dos o
tres días se arremanga la blusa, prepara una deliciosa especialidad letona en
la cocina común e invita a todos a degustarla. Y es entonces cuando un espíritu
de entendimiento pre-babélico supera cualquier barrera de tara personal.
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