Publicada en Cultura InfoBAE el pasado 4 de agosto,
con firma de Maximiliano Fernandez, la siguiente entrevista con Karina Galperín, doctora
en Letras por la Universidad de Harvard, profesora y directora de la maestría
en Periodismo de la Universidad Torcuato Di Tella, se centra en la
actual discusión sobre el lenguaje inclusivo en la Argentina.
“La sobreactuación contra el lenguaje inclusivo
es esperable porque es una disputa entre generaciones”
“Chiques” en vez de chicos. “Todes” en vez de todos. “Amigues”
en vez de amigos. Usar la “e” en lugar del género masculino como neutro. El
lenguaje inclusivo explotó en las tomas de colegios que se hicieron durante la
vigilia a la sanción del aborto legal en Diputados. El fenómeno, aún
incipiente, encuentra cierta aceptación, pero, sobre todo, despierta
intolerancia de parte de sus detractores.
Karina Galperín, doctora en Letras por
la Universidad de Harvard, profesora y directora de la maestría en Periodismo
de la Universidad Torcuato Di Tella, es una de las voces que se alzó a favor
del fenómeno o, al menos, optó por una postura más comprensiva.
En diálogo con InfoBAE,
expresó: “Estamos ante un fenómeno inédito porque nunca ocurrió de esta manera
que se toquen los principios de la lengua. Siempre los cambios fueron de un
modo más inconsciente. No en torno a problemas – sociales o reivindicaciones.
Eso se conjuga con que estamos en una época donde la circulación de la palabra
escrita y oral tiene una amplitud y velocidad también sin precedentes”.
–Más allá de que se gesta
a partir de una demanda colectiva, ¿cuál fue el puntapié inicial?
–No lo conozco y no sé si alguien lo conoce. De hecho, todas las descripciones
del fenómeno son bastante vagas sobre sus orígenes. Se suele escuchar de sus
detractores que es algo impulsado por el movimiento feminista, pero nadie
especifica cómo, quién, cuándo. Yo creo que hace casi 20 años que comenzaron
aisladamente en distintos lugares a surgir iniciativas sobre el lenguaje. En
Argentina, en torno a la nueva Constitución surgieron ciertas alternativas.
–¿El movimiento feminista
no potenció el fenómeno?
–Probablemente no nos hubiéramos
fijado si el movimiento feminista no nos hubiera llamado la atención. Hay un
nuevo foco que involucra al lenguaje, pero no creo que sea una iniciativa
avanzada en forma orgánica por las mujeres. Me parece que es algo muy
espontáneo, que tuvo un impulso dentro de la militancia y eso explica por qué
tuvo atractivo en algunos círculos. Lo que sí, eso no explica por qué es un
fenómeno lingüístico que atrae a otros sectores.
–¿Los cambios se producen porque el español es machista?
–Los lenguajes no son machistas o
feministas. Las lenguas expresan relaciones y registran el mundo tal como
existe. En este momento estamos viendo ciertas maneras para designar las
composiciones de grupos con el que no estamos del todo satisfechos. Sobre todo
la cuestión que el género masculino se use tanto para lo masculino como para la
especie en su conjunto. Hoy, por la realidad nuestra, que cambió mucho en
términos de posición de los grupos relevantes en la sociedad, dejó de ser
preciso. Le estamos pidiendo a la lengua una precisión que incluya la
distinción.
–O sea que hay otra ventaja más allá de la inclusión que se pregona…
–Es una cuestión de ser más precisos.
No se puede obviar que existe una relación con el feminismo, pero esa relación
abarcaría solo un uso lingüístico de nicho. Si estamos hablando de un fenómeno
más amplio, es porque salió de esos círculos y le ofrece un atractivo a otra
gente que simplemente quiere ser más precisa al expresarse.
–¿Creés que traspasó los
colegios más ideologizados de Capital?
–Eso sin dudas porque es una lectura
muy parroquial. No estamos hablando de un fenómeno argentino. Es un fenómeno dentro
de la lengua española que existe en muchos otros países. Por ejemplo, en España
hay una polémica muy álgida, pero también hay una discusión casi calcada a esta
en otras lenguas. Lo que hizo el discurso de los colegios fue visibilizar algo
que la mayoría no tenía idea de que existía, pero que en realidad existía hace
más de 20 años.
–¿Qué debería hacer la
escuela a partir de la explosión del lenguaje inclusivo?
–Me parece un error, en este momento
de proceso de cambio, implicarse en más que informar, utilizar la lengua de
manera natural. Estamos todavía en un mundo cuya norma es la norma antigua. Por
lo tanto no dejaría de enseñar la norma. Tampoco enseñaría la novedad a no ser
que los chicos lo pidan. Si los chicos lo utilizan, hay un buen tema de discusión.
–La RAE ya sentó posición
y dijo que el género neutro es el de siempre.
–La gente que le pide algo a la RAE le
está pidiendo algo muy prematuro. La RAE es como un escribano. En el momento en
que este cambio sea consolidado deberá expedirse. Pero no es un cambio seguro.
Estamos viendo una percepción de problema y ahí una solución que se está
imponiendo: la del tercer género en “e”. Quizás la academia debería agregar que
ven cierto diagnóstico de problema de parte de los hablantes, pero que ninguna
alternativa se estableció como dominante.
–¿Esos otros casos en el mundo prosperaron o están en un estado
embrionario como acá?
–En Francia, la academia y el gobierno
fueron lapidarios en contra de los cambios, diciendo que eran una aberración
que ponía a la lengua francesa en un peligro mortal. Esa reacción tan visceral
también te habla de que hay una presión por ese uso muy fuerte. En
Alemania se ha avanzado en distintas instancias. En otras lenguas como el
portugués, el hebreo, incluso el inglés en el que no hay género en sustantivos
y adjetivos hay discusiones en torno a los pronombres. Claramente es un
fenómeno bastante extendido, por no decir global. Ante una sociedad que cambió
muchísimo, se está preguntando si la manera en que nombra las cosas la lengua
está en la línea de las necesidades.
–¿Por qué creés que genera
tanta indignación?
–Cualquier cambio en el lenguaje, que
es una de las cosas más afectivamente arraigadas en nosotros, genera ese tipo
de reacción. Los cambios son difíciles en general y en la lengua mucho más.
Pero yo distingo dos tipos de reacciones: la reacción de “me resulta
inutilizable”, “no estoy acostumbrado”, “no creo que me sirva”, pero que lo
comprenden. Del otro lado, la reacción que yo no entiendo es la de “me resulta
espantoso y ridículo” porque eso es cerrarse a entender algo que me parece muy
interesante.
–¿Se exagera en la reacción?
–Es una sobreactuación esperable. Es
una reacción que siempre ocurre ante los cambios. Sobre todo porque esto tiene
un componente generacional: de enfrentamiento entre jóvenes y viejos, que
siempre son ríspidos y arduos.
–¿Cuál sería el siguiente
paso? ¿Una sistematización?
Lo que está pasando es que mucha gente
“no central” va incorporando palabras sueltas, pero no todo el sistema. Hay
gente que sigue hablando como siempre, pero dice “todes” o “amigues”. Vamos a
ir muy despacio. No sé cómo. Es imposible de predecir. Falta muchísimo para que
esto se establezca si es que finalmente se establece.
–¿De acá a cuántos años le
ves posibilidad de instalarse?
–No tengo idea. Yo diría siglos. Como
cambio completo me parece muy lejano. Yo desdramatizaría porque cuando ocurren
estos cambios y dicen “me van a imponer”. En la lengua felizmente nadie –o casi
nadie– le impone algo a alguien. Por lo tanto, relajémonos. Que los que no se
quieran plegar, sigan hablando como siempre. Y los que quieran incorporar los
cambios, también lo harán. Un paso adelante que ya se dio es que pasamos del
ridículo a la risa cuando usamos lenguaje inclusivo.
–¿No estigmatiza eso a los chicos?
–Pero hay algo que puntualizar. Tanto
los chicos como los grandes somos usuarios competentes de nuestra lengua. No
hablamos de la misma manera en cualquier ámbito. Los chicos son perfectamente
dúctiles como para hablar de esta manera con sus pares y traducirse a la lengua
tradicional cuando hablan con los mayores.
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