Paulo Slachevsky, director y cofundador con Silvia Aguilera de Lom Ediciones, de
Chile, publicó el 7 de agosto pasado, en eldesconcierto.cl el siguiente texto,
referido a la situación generada por la Corporación del Libro y la Lectura ,
que afecta la realización de la Feria Internacional del Libro de Santiago
(FILSA).
Para que los lectores
no chilenos comprendan los términos de la nota, la Cámara Chilena del Libro es una asociación gremial compuesta por 79 socios (a marzo de 2016) provenientes de
empresas editoriales, distribuidoras de libros y librerías (ver lista completa
en: https://camaradellibro.cl/socios/listado-de-socios/).
Por su parte, la Corporación del Libro y la Lectura, separada de la anterior en 2015, constituye
un grupo de casas editoriales –fundamentalmente multinacionales españolas y
cadenas de librerías– que, por su poderío económico y su fuerza de lobby, hasta
ahora hizo lo que quiso en desmedro de la producción local. La lista de sus socios
puede consultarse aquí: https://libroylectura.cl/socios/
Finalmente, el resto de los
editores chilenos se nuclean en dos importantes grupos: por un lado, Editores de Chile, una asociación gremial que
reúne a editoriales independientes, universitarias y autónomas (ver lista en http://editoresdechile.cl/editoriales-asociadas/);
por otro, en la Cooperativa de
Editores de la Furia (sus
miembros son: http://editoresdelafuria.cl/content/4-nosotros).
Unos y otros constituyen, por lejos, lo mejor que sucede del otro lado de la
cordillera términos de edición.
FILSA, las cartas sobre la mesa
A través de una carta
dirigida al presidente de la Cámara Chilena del Libro y a la ministra de
Cultura, la Corporación del Libro y la Lectura informó que sus socios no
participarán este año en la Feria Internacional del Libro de Santiago, Filsa. Desde
entonces se han multiplicado los artículos y opiniones en la prensa, que atizan
las antiguas y siempre nuevas tensiones en el sector del libro. La declaración
que hace detonar el conflicto expresa las buenas intenciones de sus actores en
favor del libro, la lectura y la igualdad: “Una muestra anual y mayor del libro
debe representar a todos quienes la componen, a los cuatro referentes gremiales
del libro existentes hoy en Chile, y en igualdad de condiciones. Que esta debe
ser una fiesta cultural atrayente, que ponga la atención de los ciudadanos en
la importancia del libro y la lectura, sin limitaciones de acceso, sin fines de
lucro…”, señala la misiva de la Corporación, fechada el 1 de agosto. Nadie
puede negar que son bonitas las palabras que motivan la renuncia, sin embargo
más de algo no funciona en esta composición: lo primero, es que a menos de tres
meses de la inauguración del certamen ellos tomen tal decisión… Cuesta creer en
tan pulcras intenciones.
Cabe
recordar que quienes conforman hoy la Corporación del Libro son los que por
décadas hicieron parte y dirigieron la Cámara del Libro junto a los que aún
permanecen en dicha asociación, organizadora de la Filsa. Son los mismos que
instalaron y naturalizaron, repitiendo hasta la saciedad, un modelo de Filsa
tipo mall, sustentado en el privilegio de unos pocos y el lucro,
como primer fin, que se expresaba en: un alto costo de la entrada para el
público; una programación cultural tipo matinal de TV; el elevado cobro por
stand que se ha configurado en una real barrera de entrada para los editores
medianos y pequeños; la distribución del espacio tipo apartheid, donde
las multinacionales dominaron toda la nave central, relegando a la edición
local e independiente a los márgenes; así como la venta de saldos de bodegas
acumulados por estos últimos grupos. A la luz de estos hechos, tanta
manifestación de altruismo es algo que a simple vista no deja de despertar
sospechas.
El lucido
sociólogo francés Pierre Bourdieu estableció un interesante instrumento de
análisis del mundo del libro al instalar el concepto del campo editorial, el
que, al igual que el campo artístico en general, se estructura en base a «la
oposición entre el arte y el dinero, nacida en el siglo XIX cuando se
autonomiza el campo intelectual». En su artículo del año 1999, Una
revolución conservadora en la edición, señala: «Como el libro es un
objeto con doble cara, económica y simbólica, mercancía y significación a la
vez, el editor es también un personaje doble, que debe saber conciliar el arte
y el dinero, inclinándose hacia uno u otro polo, realizando una combinación más
o menos lograda de estos dos elementos tan irreconciliables, sociológicamente,
como el agua y el fuego, el amor por el arte y el amor mercenario del dinero».
El análisis de Bourdieu sobre el campo editorial francés da cuenta de cómo a
través del tiempo se ha acrecentado la influencia de las presiones económicas y
del polo comercial, imponiendo una revolución conservadora en el sector: el
triunfo de un «universal comercial que se opone diametralmente, tanto por su
génesis social como por su calidad literaria, al universal literario».
Aplicar este modelo
de análisis a nuestra realidad ayuda a poner las cartas sobre la mesa y a
entender qué está en juego. Los cuatro referentes gremiales expresan claramente
los polos del campo editorial chileno. El polo comercial está dominando por la
Corporación del Libro, el de las “grandes editoriales” como lo denomina la
prensa, que representan fundamentalmente al gran capital editorial: un par de
grupos transnacionales que se han concentrado fagocitándose entre sí, junto a
algunos actores locales que siempre se han sentido más cómodos a su lado. Le
sigue en ese polo la Cámara Chilena del Libro, donde permanecen algunas
editoriales de diferente tipo junto a distribuidores y algunas librerías,
organización que está bastante debilitada y desacreditada, producto de la falta
de iniciativa y de sus propias prácticas. Del otro lado está gran parte de la
edición chilena, conformada por editoriales independientes y universitarias:
Editores de Chile, Asociación Gremial de Editores Independientes y
Universitarios; y la Cooperativa de Editores de la Furia; ambas
reúnen a más de cien editoriales. Este sería el polo de la cultura, la clara
expresión de la bibliodiversidad, que asume y defiende la Convención
Internacional para la protección y promoción de la diversidad de las
expresiones culturales de Unesco en el ámbito del libro.
Es
entendible que hoy la Corporación no soporte haber dejado de ser el amo y señor
de la principal feria del libro en Chile. Por su naturaleza misma, estos
conglomerados buscan dominar, dirigir y copar el mercado. No ser parte, o más
bien dueños, del negocio de la feria atenta contra su naturaleza. A ello se suman
las clásicas enemistades y rencillas personales entre quienes por largos años
fueron socios en el quehacer de la Cámara. El intento por parte de la
Corporación de apropiarse de la marca Filsa fue una clara expresión de la
disputa, que los llevó incluso a enfrentarse en tribunales, desde donde no
salieron muy bien parados luego del frustrado y poco digno empeño. También está
presente el clasismo, tan propio de nuestra sociedad chilena. Que libreros y
distribuidores, entre ellos los de San Diego, formen parte de la organización
de Filsa, les debe ser algo incómodo, o mejor, intolerable: “los lectores y el
país no se merecen una feria internacional del libro desmedrada e improvisada,
menos si en su organización están excluidos los editores”. ¡Qué falta de clase,
por favor!
Por
último, y no menos importante, es cómo se ha leído y valorado esta sustracción
a participar, o ausencia de la Corporación en Filsa, que nos devuelve un buen
reflejo de nuestro “malinchismo” inherente. En el mundo del libro,
este apego a lo extranjero, menospreciando la producción propia, es pan de cada
día, porque ha colonizado las mediaciones públicas del libro: desde la
valoración que hacen buena parte de los periodistas y editores de prensa en los
esmirriados artículos y críticas literarias, hasta quienes deciden los libros
que se compran para bibliotecas escolares del Ministerio de Educación, donde
año tras año se denigra la edición local. Por supuesto, esta
colonización también ha tocado a muchos autores, quienes ven una consagración
el ser editados por una transnacional: luce como una brillantina de éxito
globalizado. Por lo demás, claro está, les asegura prensa express, vitrinas en
librerías, mayores ventas y entrada al establishment literario
y cultural del país. Así las cosas, y por las alarmantes reacciones que se leen
en la prensa, pareciera que sin la presencia de estos grandes grupos se hiciera
la noche en el mundo editorial chileno y no fuera posible la existencia de una
Filsa con otra cultura organizacional. Pero como podemos ver, razones no faltan
para intentar comprender este quiebre, más allá de las bellas pero poco
consistentes palabras de sus detractores.
Podemos pensar en
esta crisis como una oportunidad para abordar de una vez por todas, de manera
seria y responsable, qué queremos hacer del mayor evento del libro de Chile.
Claro está que nos falta mucho para que Filsa sea una verdadera fiesta de la
cultura y del libro –como lo son, en formato y aspiraciones más modestas, la
Furia del Libro y la Primavera del Libro–; el modelo que hemos conocido, y que
se reproduce a sí mismo cada año, lleva tiempo mostrando signos de franco
deterioro. Hace años también que se han presentado propuestas, y claro está que
hoy se hacen urgentes los cambios de forma y fondo, por lo que es hora de que
el protocolo de acuerdo entre las cuatro asociaciones firmado en años
anteriores logre dar pasos sustantivos en la construcción de un modelo
diferente de gestión participativa, donde Filsa deje de ser fundamentalmente un
negocio para sus organizadores.
Bienvenidos
los que desean sumarse a la construcción de espacios diversos, inclusivos y
participativos, poniendo el interés colectivo como horizonte. En tiempos de
luchas feministas hay mucho que aprender; entre otras cosas, que a veces hay
que saber callar, lo que significa volver al silencio para reflexionar y
desprenderse de las lógicas del dominador. Este ejercicio nos ayudará también a
enfrentar de manera diferente los múltiples desafíos del mundo del libro, que
van más allá de Filsa, y donde es necesaria la participación de todos para
avanzar en la construcción de un ecosistema diverso, con equilibrios básicos,
para que el libro recupere su base cultural, educativa y liberadora por sobre el
carácter comercial. Chile necesita potenciarse como país creador y productor a
nivel intelectual, para no seguir condenados a una economía desigual y de
exportador primario: a ello aspira la Política Nacional de la Lectura y el
Libro.
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