Continuando con nuestras columnas de los viernes, es el turno de la traductora española Itziar Hernández Rodilla, quien se dedica aquí a reflexionar sobre la lengua que nos separa.
400 millones de españoles
Hace unos años leí Nocturna, de Guillermo del Toro y Chuck Hogan, y la leí en la traducción
al español de un tal Santiago Ochoa solo porque la había visto muy criticada. Y
¿qué puedo decir? A mí no me pareció tan mala…
Es cierto que encontré floja la novela y que
decidí enseguida que me ahorraría la segunda y la tercera parte de lo que creo
que es una trilogía. Pero, teniendo en cuenta que el español que usaba el
traductor se parecía bastante al que hubiese utilizado Guillermo del Toro de
haber escrito directamente en castellano, supongo que podemos decir que cumplía
aquella falacia tan repetida de que el texto traducido debe quedar como el
autor original lo hubiese escrito si la lengua de traducción fuera la suya.
Entonces, ¿por qué mereció tan mala fama? Mi
teoría es que a los españoles leer un castellano ajeno al nuestro nos cuesta. Y
nos cuesta porque no nos educan para ello. A ver cómo lo explico. Porque los
clásicos sudamericanos que leemos harían suponer lo contrario, ¿no?
Veamos. La primera vez que oí un «cachái»
chileno y todo el consecuente tuteo en «-ai», «-ís», «-íh», yo ya había
cumplido los treinta años, sabía que las princesas Disney llevaban vestido por
no tener que escoger entre «falda», «pollera», «saya» o «enaguas», había
acabado dos carreras en la universidad y leído unos cuantos libros escritos por
argentinos, chilenos, colombianos y peruanos, que yo recuerde. Pero era la
primera vez que era consciente de que existiera tal forma del tuteo (al voseo
argentino llegaba, aunque solo fuese por Les Luthiers).
La razón más obvia para esto es, por supuesto,
que en Chile, por ejemplo, esa forma del tuteo se consideraba un uso aplebeyado
y vulgar de la lengua y, por tanto, la acción normativa de la escuela hacía
hincapié en los preceptos de la gramática tradicional; es decir, la de la
minoría de hablantes de castellano de la Península Ibérica. Así pues, el uso
culto que hemos leído ha tendido siempre a parecerse al español que hablamos.
Incluso cuando han sido traducciones hechas en Sudamérica (y, durante un
tiempo, era la única forma de leer la traducción de ciertos libros en España),
esas traducciones se hicieron con el mismo espíritu de proyección que aquellos
doblajes Disney que nos pertenecían a todos y que, como dice un amigo, en
realidad no estaban en ningún idioma porque nadie hablaasí.
Con el tiempo, mi curiosidad personal, mis
experiencias vitales y mis gustos, me llevaron a pasar una temporada en Buenos
Aires, a leer castellanos menos parecidos al mío buscándolos y recomendándolos,
pese a la extrañeza que causaban en algunos, a ver cine y series argentinas
porque me gustan, a interesarme por el teatro que se hace allende los mares, a
aprender, en definitiva, a querer los castellanos que no son el mío como
obligación de alguien a quien le gustan los idiomas.
Bien, llegados a este punto,creo que debo
aclarar que estoy de acuerdo con lo dicho en esta entrada del blog
en el que escribo invitada: «¿Por qué el lector debería leer en un castellano
que no es el suyo? […] Cada región […] debería tener sus propias
traducciones, para lo cual los responsables editoriales deberían provenir
exclusivamente del mundo del libro y no ser exgerentes de Pepsi Cola o de una
fábrica de autos». Para mí eso incluiría que, si la falacia antes mencionada
tiene que funcionar para todos, los personajes traducidos tendrían que utilizar
su voseo en Argentina y su peculiar tuteo en Chile, por no incluir más países.
Como decía Alejandro Ariel González escribiendo
para El Trujamán, hablando de editoriales
argentinas, quien traduce para ellas sabe que, por defecto, tiene que utilizar
el «tú» como segunda persona del singular porque los editores quieren ganar
dinero con sus libros colocándolos en otros mercados, que se resisten al «voseo».
Y vuelvo, así, al comienzo de este articulillo. Si siempre nos protegen de los
castellanos distintos al nuestro, ¿cómo conseguir que no nos resistamos?
Ahora bien, el mismo
Alejandro Ariel aclaraba que el no usar el «vos» en traducción es algo que
puede partir de los propios traductores; en cuyo caso, sospecho, podría
pasarles lo mismo que a nosotros. Están contaminados por la cantidad de
traducciones «normativas» que leen hasta el punto de que a ellos mismos les
extraña su lengua. Quizá necesiten el mismo entrenamiento que los españoles.
Sea como fuere, esto tiene
que ver también con muchísimas de las pegas que ponen los colegas del otro lado
del charco a las traducciones españolas que les imponen las editoriales. Les
chocan nuestros españolismos. Usos peninsulares que, por cierto, la mayoría de
nosotros no sabemos que lo son por, siento repetirme, la gran inconsciencia que
tenemos de los castellanos que usa esa mayoría de hablantes de nuestra lengua.
Esto es, advierto, una
opinión personal, pero una de la que estoy profundamente convencida. Tanto que,
desde que doy clases de Traducción en la universidad, una de las primeras
recomendaciones que hago a mis alumnos es que salgan de su idiolecto y lean
todos los tipos de castellano que puedan, que los oigan, que los busquen y que
los aprendan para saber cuándo el suyo se está imponiendo, pero también cuándo
dicen algo que no pertenece al castellano de su país y, por lo tanto, quizá no
debería aparecer en sus textos. Eso sí, me pregunto si encontrarán esas otras
variedades, vistos los muchos problemas que tengo yo para encontrar libros
editados en Latinoamérica que leería con mucho gusto y, sin embargo, no puedo.
Sobre la forma de arreglar
este desmán, es algo que dudo, pues dependerá de la causa. ¿Será cuestión de
que la industria editorial, una vez más, nos impone cosas que les facilitan el
negocio sin pensar en la cultura? ¿Será realmente una especie de alergia del lectora variedades de castellano que no son la suya? ¿Es posible
educar esta extrema sensibilidad? Y ¿de qué depende? ¿Pasa por un cambio en la
tarea prescriptiva dela Real Academia de la Lengua? ¿O por una mayor apertura
de una sociedad aún nostálgica de su pasada gloria? ¿Es el famoso
eurocentrismo? ¿O una cosa de individuos particulares cegados por su propia
ignorancia?
Si no el problema, quizá por
el individuo pasa la solución, y honrada como me siento de que los colegas
argentinos me hayan invitado a dar mi opinión aquí, deseo que sepan que abogo
por la tolerancia de ambos lados e intento poner mi granito de arena para que
futuras generaciones de licenciados sean más conscientes de la riqueza que
poseemos todos en la diferencia. Y,como se dice por estos lares, toda piedra
hace pared.
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