Daniel Guebel, último Premio
Nacional de Novela de Argentina, es columnista del diario Perfil. Ésta es su última columna a la fecha. Fue publicada el
pasado 22 de febrero y trata sobre lo que hacen los escritores con lo que tal
vez podrían ser las influencias.
Oriente a medias
Hablando
en criollo, quizás no exista período más fructífero para un escritor que aquel
en que descubre los libros que construyen su zona. Momentos de lectura que
marcan el campo donde su obra se extenderá a lo largo de su vida, lo sepa él o
no. Por supuesto, esa zona está hecha tanto de lo que desea como de lo que
ignora (y tal vez la ignorancia sea el punto de deseo más poderoso, porque
extiende como la garra suave de un sueño la figura del anhelo futuro). Los
libros leídos, esos que causan la impresión más poderosa, pueden, con el
tiempo, disipar en el recuerdo el efecto consciente de su influjo, y allí es
como mejor operan.
Escribir,
en el fondo, es escribir la obra de otro, solo que éste otro está hecho de
incontables fragmentos de autores distintos, de frases o palabras que
impactaron en el momento justo, de imágenes o escenas o situaciones que se van
deslizando de tal modo que apenas resultan narrables. La literatura es un solo
libro múltiple extendido como un tapiz brillante, solar.
Me
acuerdo como si fuera ayer de una entrevista que en la revista-libro Lecturas Críticas le hicieron a Osvaldo
Lamborghini hace ya, ¿cuarenta años? Lamborghini decía dos cosas que me
llamaron mucho la atención: “Hay que sacar al artista del lugar de boludo en
que se lo ha puesto”, formulación que para mí resultaba misteriosa, porque no
imaginaba a un actor colectivo dirigido a manipular el imaginario social para
pensar en los artistas de un modo determinado (y entendí mucho después lo que
Lamborghini quería decir), y otra frase, también singular, y que no puedo citar
textualmente: “Cuando Rimbaud dice que se va para allá (África), nosotros
tenemos que leer que se viene para acá”. Es decir, cuando un europeo dice que
del centro del mundo se va a un extremo, nosotros (los argentinos) no
deberíamos ubicarnos imaginariamente en Francia, identificarnos con el autor y
pensar en un viaje exótico, sino pensar que él viene hacia nosotros, tan
exóticos también por distantes.
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