En
sintonía con Hinde Pomeraniec, pero
por otras razones, Guillermo Piro (foto)
también reflexiona sobre lo que propone Marie
Kondo, o como se llame esa ignorante que dobla toallas. Lo hace en su
columna del diario Perfil, del 13 de enero pasado.
La acumulación
como factor de riesgo
En
Esperando a Godard, de Michel Vianey,
hay una escena memorable. Vianey persigue a Jean-Luc Godard y al elenco de Masculino-Femenino (estamos en 1965) a
Suecia, y en el viaje en tren, mientras todos duermen o charlan, Godard lee.
Lee Crimen y castigo, de Dostoievski. Llegado un momento, Godard llega
al final del libro, entonces, satisfecho, lo cierra y pregunta en voz alta:
“¿Alguien quiere leer Crimen y castigo?”.
Y como nadie responde, él se pone de pie, abre la ventana del tren, lanza la
novela lejos y vuelve a tomar asiento, como si nada hubiera sucedido.
Siempre
intenté emular esa relación con los libros, una relación hecha de usufructo y
egoísmo, esa idea un poco espartana de que a los libros debemos quitarles todo
y no darles nada a cambio, tan acostumbrado estoy a hacer lo contrario,
dándoles más de lo que recibo. Es una relación despareja, que recuerda un poco
al reloj del que habla Cortázar en el preámbulo de “Instrucciones para dar
cuerda a un reloj”: “Cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno
florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el
reloj, te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, te regalan la
obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el
anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de
perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. No te regalan
un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj”.
Creo que en general nos comportamos como si fuésemos los regalados, como si los
libros fueran nuestros amos.
¿Por
qué conservamos los libros que ya leímos? Por manía coleccionística, tal vez, o
quizá porque abrigamos la secreta esperanza de que alguna vez, algún día,
sintamos necesidad de volver a leerlos y nos tranquiliza saber que allí
estarán, esperando. Es ridículo. Sobre todo cuando, en mi caso, creo que solo
releí en mi vida pocos libros: El nombre
de la rosa, de Eco; Fragmentos de un
diario en los Alpes, de Aira; Los
novios, de Manzoni, Los siete pilares de la sabiduría, de T. E. Lawrence,
la Divina Comedia, de Dante; La luna de los asesinos, de Richard
Stark; Socorro, estoy prisionero, de
Donald Westlake; el Quijote... y no
muchos más. De modo que mi biblioteca podría consistir tranquilamente en esos
ocho libros.
Un
amigo que trabaja en una biblioteca pública estuvo en casa el otro día e hizo
una estimación a vuelo de pájaro. Dice que tengo ocho mil libros. ¿Por qué
tengo ocho mil libros si solo releí ocho?
Marie
Kondo no tiene razón. La japonesa maniática del orden opina que deberíamos
deshacernos de toda nuestra biblioteca y conservar solamente treinta libros.
Son demasiados. Con diez alcanza y sobra. Cuenta el escritor Ruggero Guarini en
el prólogo a La sinagoga de los
iconoclastas, de J.R. Wilcock, que el argentino poseía además de “una
casita sencilla, con pocos muebles y escasos cacharros”, un estante de libros.
¿Cuántos libros significa eso? ¿Quince? ¿Diez? Sabemos que Wilcock amaba a
Wittgenstein, de modo que sin duda contaba al menos con las Observaciones filosóficas y con el Tractatus logico-philosophicus. ¿Cuáles
serían los otros?
Acumular
libros como si fueran zapatos, al igual que el consumo de harinas, es resultado
del sedentarismo. El hombre paleolítico, nómade, no leía ni consumía harinas. Y
se movía por la vida con aceitada agilidad y gozando de buena salud. Acumular
libros es uno de los principales factores de riesgo en el desarrollo de muchas
enfermedades crónicas, como la diabetes y la hipertensión arterial.
En Los diarios de Emilio Renzi: Los años felices, Piglia dice: "Mi ilusión es tener todos los libros a mano cuando una necesidad práctica lo exija, elegirlos cuando mi lectura sea apropiada y esté disponible para ese libro y no otro. Por lo tanto mi biblioteca y los libros que compro no son para leerlos ahora, sino para una lectura futura que yo imagino que encontrará su lugar en un volumen que he comprado años antes. Una idea que se sostiene en mi tendencia a ver en el presente los rastros del porvenir (y estar preparado). También la biblioteca persiste como un lugar al que vuelvo: los mismos libros, las mismas ideas que se repiten desde hace años y que se repetirán también en el futuro." Eso está escrito en otra época, claro. Ahora, llamar ignorante a alguien no me parece correcto, aunque usted no esté de acuerdo con lo que esa persona predique, porque no sabemos desde dónde lo dice y por qué. Además creo entender que la señorita Kondo dice que hay que tirar solo lo que no lo haga feliz a uno. Y si ud. tiene mil libros y eso lo hace feliz, consérvelos. Saludos!
ResponderEliminarEstimado Martín: sinceramente no tengo paciencia para justificar por qué llamo a Marie Kondo ignorante. Seguramente este blog no es para usted. No insista en leerlo No lo va a hacer feliz. Saludos.
ResponderEliminarVea, a mi me gusta mucho su blog y me hace muy feliz. Y a usted lo he visto en varias entrevistas televisivas y me resulta un personaje muy simpático e interesante de ver y, en el caso del blog, leer. Incluso he leído algunas de sus traducciones y las he disfrutado. No hace falta que justifique nada. Simplemente me llamó la atención que trate de ese modo a alguien porque no parece ser su estilo. Ud. tiene mucho más vocabulario para defenestrar a alguien con altura y no vulgarmente como lo ha hecho. No lo tome a mal, es simplemente un comentario. Saludos!
ResponderEliminarEstimado Martín: ¿Estamos discutiendo seriamente sobre ese engendro de Marie Kondo? ¿A usted le parece que es tema de conversación? Por respeto, le aclaro que creo haber agotado el tema con las columnas de Pomeraniec y Piro, que no veo que haya mucho más que decir. A mí me parece que recomendar algo a partir de la propia "felicidad" es un error. Sobre todo cuando hay algo de mesianismo en los motivos últimos de esa felicidad. Conocí a una persona que, para que no le ocupara espacio el libro que estaba leyendo, iba arrancando y tirando las páginas a medida que las leía. Esa persona tenía una idea de la comodidad que no comparto. Acá, sin tanto dramatismo, pasa más o menos lo mismo. Usted ha citado extensamente a Piglia al respecto. Él se explica, pero no preoconiza que hagamos lo que él hizo. Marie Kondo da consejos. Ahí está la difernecia. Luego, sigue siendo verano, lo que aumenta mi irritabilidad. Le agradezco que siga el blog y también sus palabras, pero no gastemos saliva en la tipa ésa. Saludos.
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