Los puntos ciegos en la traducción
El trabajo del
traductor, su invisibilidad, los criterios, las opciones, los puntos ciegos en
que caen las palabras al cruzar de una lengua a otra, ocupan el centro de las
reflexiones de Eliane Hareau y Lil Sclavo en un libro que reúne sus trabajos en
foros y congresos. Ambas cuentan con trayectoria académica y profesional, y
parten de las concepciones del filósofo francés Antoine Berman para profundizar
en una actividad que expande su campo teórico a destiempo de la desatención de
la industria editorial sobre el valor intelectual de la mayoría de sus
productos.
El mundo de la
traducción, sin embargo, la complejidad de sus operaciones, ha convocado el
interés de Eugenio Coseriu, Jacques Lacan, Paul Ricoeur y A. Rodríguez Monroy,
entre otros, bajo el reconocimiento de que el traslado de los significados y
las formas entre los idiomas pone en juego factores culturales, éticos y
subjetivos cuya relevancia ha sido ignorada. Las autoras registran el dominio
de una tradición francesa que no dudan en calificar de anexionista, por la
actitud de borrar las huellas de la alteridad en la incorporación de los signos
extranjeros a su lengua, y una tradición alemana que se distingue por la
hospitalidad de recibir y preservar las diferencias. Conciben la traducción
como una reescritura con todos los derechos de interpretación que habiliten la
finalidad del trabajo, y no dudan en reclamar una crítica de la traducción y un
espacio en las páginas preliminares de los libros para explicitar los criterios
con que ha trabajado el traductor.
Nacidos del mundo
académico, los trabajos reiteran temas, citas, referencias, y si expanden en
forma espiralada un rico abanico de problemas, a menudo dan por evidencias lo
que apenas son premisas, con un énfasis militante que convoca a la discusión. A
los tópicos más generales suman apartados específicos, como los problemas de
traducción de Rayuela al francés, o la historia y análisis de las sucesivas
traducciones del Ulises de James Joyce al
español, desde la presentación de las últimas páginas de la novela por Jorge
Luis Borges en la revista Proa (1925), pasando por la traducción completa de
José Salas Subirat, la de Valverde, la de García Tortosa y Venegas, y
finalmente la de Zabaloy. No se comenta la última traducción del argentino
Rolando Costa Picazo.
Es un libro
especialmente atractivo para el mundo académico pero ajeno a los públicos no
familiarizados con el arte de seguir la piedra detrás de los muros del idioma.
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