Máquina de polinizar |
Daniel Gigena publicó la siguiente nota en La Nación, del 19 de enero pasado. En
ella se habla de las eventuales ventajas que implica para los escritores tener
un agente literario. Por suerte no son obligatorios, todavía. Por otra parte, en esta nota se habla de "literatura argentina", como si literatura fuera solamente la novela y eventualmente el cuento, como si fueron los únicos dos géneros que importan. Sería interesante saber cuántos de estos agentes "literarios" se ocupan de vender textos de poesía, dramaturgias y ensayos, especies que nadie menciona en el texto que sigue. ¿Será porque no reportan dinero?
Superagentes literarios:
los polinizadores de la literatura argentina
Negocian los contratos de los escritores, los
asesoran legalmente, facilitan el “pase” de un autor de una editorial a otra e
incluso consolidan el prestigio literario de sus representados con
participaciones en concursos, festivales y giras internacionales. En especial,
las agencias literarias se ocupan de vender derechos de obras de autores
argentinos en el extranjero para expandir las fronteras de la ficción y la no
ficción más allá del ámbito nacional. A su modo, y a cambio de un porcentaje en
las ganancias, son gestores culturales. Si la literatura fuera un jardín, los
agentes serían entonces vectores de polinización, al acercar a otras geografías
las obras de narradores, poetas y ensayistas nacidos en el país.
Con sede en el primer mundo
Varias de las agencias que representan a gran número de escritores
argentinos están en el hemisferio norte, sobre todo en Madrid y Barcelona, pero
también en Nueva York y en Frankfurt. “Mi agente se llama Nicole Witt, era la
mano derecha de Ray–Güde Mertin, que murió hace unos años –cuenta Ana
María Shua a La Nación–. La agencia está en
Frankfurt y se especializa en literatura latinoamericana”. Para la autora de Hija, un agente hace falta por muchas
razones. “En la mayor parte de las editoriales del mundo un autor no puede
presentarse directamente, necesita un intermediario. A veces ese papel lo hacen
los traductores, pero solo en las editoriales chicas. No hay ningún mal ni desdoro
en buscarse agente. Los agentes solo te buscan a vos si tenés éxito de ventas o
un prestigio importante. Tampoco hay que esperar todo de ellos. Uno de mis
refranes preferidos es 'Ayúdate, y tu agente te ayudará'“, concluye la
escritora argentina.
“Hace veinte años que trabajo con Guillermo
Schavelzon, en la agencia Schavelzon–Graham , que adopta un método distinto con cada autor. Entrego el
libro y me olvido, dejo que ellos hagan las elecciones, y por supuesto me
consulten a la hora de decidir. No soy particularmente ambicioso”, revela Leopoldo Brizuela, premio Alfaguara de Novela 2012
por Una misma noche. “Quiero un agente
para que me sustituya en las cosas que no puedo hacer, por timidez e
incapacidad para los negocios. Un buen agente defiende la obra ante los
editores, sobre todo a la hora de firmar el contrato”, agrega. La lista de
autores representados por la agencia Schavelzon–Graham, que tiene sede en
Barcelona, sorprende: de Ricardo Piglia a Elsa Bornemann, pasando por Claudia Piñeiro, Sergio Chejfec y Alberto Manguel, por mencionar solo a
autores argentinos.
Según Schavelzon, los autores eligen la agencia, y la agencia
elige a sus autores. “Los principales referentes, para ambas partes, son otros
autores de la agencia. Se requiere afinidad personal, responsabilidad y buenos
resultados. Con el tiempo, la relación entre el autor y su agente se va
haciendo más cercana en los terrenos creativos, administrativos y financieros”,
detalla. “El escritor, cuyo trabajo es extremadamente aislado y aislante,
necesita un interlocutor, alguien que lo pueda escuchar, y resuelva los
aspectos de la gestión de su trabajo. El agente debe saber elegir la editorial
más adecuada para cada autor, tanto en su país como en el resto del mundo, y
obtener lo mejor para su representado”. Según este editor argentino devenido
agente internacional, la editorial que más anticipo paga no es necesariamente
la mejor opción. “Tiene que haber muchas otras afinidades entre el autor y el
catálogo de la editorial, y sobre todo, tiene que haber un editor entusiasmado”.
Casanovas & Lynch fue
fundada en 1981 por Mercedes Casanovas. “Era una agencia ya establecida y
respetada en el ámbito español y en el internacional cuando llegué –dice María
Lynch a La Nación–. Empecé muy joven, con veintidós años, por una
combinación extraña de azar y vocación, y me asocié en 2010”. Pocos años atrás,
Lynch asumió la dirección de la agencia. “Lo que más me gusta de mi trabajo es
estar lo más cerca posible de la escritura, de la gestación y el desarrollo de
un libro. Una de las cosas que aprecio es ver cómo una idea que sobrevuela un
almuerzo va tomando forma y se convierte en una obra, poder seguirla en su
trayectoria hasta que, no solo se publica, sino que a veces también se traduce
a varias lenguas o se adapta al cine”.
Con casi cuarenta años de andadura, la agencia
trabaja con sesenta autores, entre ellos las escritoras argentinas Pola
Oloixarac, María Gainza y Betina González. “Se podría considerar una agencia boutique. Está enfocada en representar a voces españolas y
latinoamericanas y siempre ha tenido la vista puesta en América. Nací en España
pero soy hija de argentinos. Tengo gustos más bien literarios y eso se refleja
en mi lista, pero es tan ecléctica como para integrar a autores que por un
motivo u otro me han llamado la atención. Para mí es muy importante la calidad,
tanto en lo literario como en lo comercial”, dice Lynch, que define la tarea
del agente con una metáfora química. “Un agente literario es como un catalizador.
Unas veces acelera una reacción que se daría de todas formas, aunque a menudo
sin la enzima la reacción no se da”. Lynch admite que la circulación y difusión
de libros de autores latinoamericanos en los países de lengua española no es
tan sencilla como cabría esperar.
Una figura tan necesaria como polémica
En tiempos de crisis,
los negocios no fluyen como en las épocas de abundancia. Algunos editores
critican el trabajo de intermediación de los agentes. “Hay casos de agentes
buenos, que te ayudan a pensar tu catálogo, que conocen las obras de sus
autores y piensan una estrategia de largo plazo para sus carreras, pero en
general abundan los que quieren forzar al límite el negocio de los editores”,
dice a este diario un editor que prefirió mantener el anonimato. Son famosas
las anécdotas de agentes cuya principal virtud es la intransigencia.
“El lugar del agente
es el que el escritor le otorga –argumenta Schavelzon–. El libro no atraviesa
su mejor momento en ningún país y la concentración en grandes grupos presiona
al editor, exigiéndole rentabilidad más que descubrimientos literarios. El
agente trata de obtener, para una misma obra, diversos ingresos, en otros
países, medios y soportes”. Su agencia cobra un honorario del 15% de todo lo
que obtiene para su cliente en lengua española, y un 20% de países de otros idiomas
y contratos de cine y televisión (derechos subsidiarios), en el momento que el
autor cobra. Los gastos, como pueden ser los viajes al exterior para
promocionar un título, corren por cuenta de la agencia.
“En nuestro país,
algunos autores contratan a un agente para que negocie los derechos de su obra
en el extranjero y se quedan con la facultad de negociar en persona con los
editores locales –dice Paola Lucantis, editora del sello Tusquets en la
Argentina–. Ese modelo de trabajo mixto, que permite salir al mundo y a la vez
mantener el vínculo con el editor, es un modelo más sano de relación personal y
comercial”. Para Lucantis, la figura del agente literario es, como la de todo
intermediario, tan polémica como necesaria. “Los agentes aparecen cuando la
escala sobrepasa la posibilidad de la relación personal”, agrega. Pocas
editoriales argentinas han desarrollado un área de ventas de derechos en el
exterior. En el caso de las editoriales independientes, son los propios
editores los que viajan a ferias o encuentros en el exterior para establecer
contacto con sus colegas extranjeros.
“Tengo muy claro que
la figura es de intermediario y que lo importante son los dos extremos que
participan –dice Lynch, desde Barcelona–. Los agentes tienen que estar para
facilitar, no lo contrario, aunque evidentemente siempre defenderé los
intereses de un autor por encima de todo. El agente es un cómplice
incondicional del autor, que conoce bien su obra, pero también del editor, al
circular información entre ambos. Esa faceta de vocero es muy importante cuando
se trata de difundir una obra en el extranjero, ponerla en contexto y facilitar
su publicación en otros países”. Por otro lado, la agencia asegura que los
contratos sean legalmente aceptables para los autores, y que los pagos y las
liquidaciones se hagan a tiempo. “Es una tarea nada despreciable, por cierto”,
acota.
La primera agencia en suelo argentino
Las agencias
literarias cumplen un papel cada vez más notable en el ecosistema editorial
local. La creación, a fines de 2016, de la primera agencia literaria con sede
en el país confirma esa evidencia. Pampa Agency, con base en la ciudad de Villa
María, coordina su tarea con la editorial de
la Universidad Nacional de Villa María, Eduvim. “Con Carlos Gazzera,
vimos la necesidad de aportar un grado de profesionalización al campo literario
argentino y, a la vez, de poner en valor el rol del agente como un mediador
especializado en la circulación de obras, tanto a nivel internacional como
multimedial, es decir, la transformación a otros formatos de la obra”, dice
Luis Seia.
Al momento de la
fundación de la agencia, se hizo una selección de autores del catálogo de
Eduvim. Obras de Javier Chiabrando, Andrea Rabih, Clementina Quenel, Sergio
Gaiteri, Adrián Savino formaron parte de Pampa desde el inicio. “Luego sumamos
a aquellos autores cercanos que considerábamos valiosos, como Osvaldo
Aguirre, Andrés Rivera,
Antonio Tello. Tuvimos muy buena recepción en las ferias de Frankfurt y de
Guadalajara, dado que se trataba de una agencia de autores argentinos y
latinoamericanos con sede en la Argentina y no en las capitales literarias
españolas”, agrega Seia.
Con el correr del
tiempo, las ferias y las relaciones, varios autores se acercaron a Pampa
Agency. “Incorporamos las propuestas que consideramos de mayor calidad y que
ocupaban segmentos de mercado que no teníamos, con autores como Paula
Varsavsky, Gabriela Fleiss y David Wapner, así como también a ilustradores con
potencial en el mercado internacional, como Javier Solar”. Asimismo, Pampa
inició un trabajo de representación y asesoría en el scouting o adquisición de
contenidos a editoriales como La Parte Maldita y de producción de audiolibros
con Audioserial.
Salir del territorio
Desde Madrid, la
argentina Claudia Bernaldo de Quirós, de la agencia internacional CBQ, cuenta
que conoce bien las tareas del ambiente editorial. “Siempre me moví en ese
mundo; he trabajando haciendo prensa para distintas editoriales, he sido
correctora de estilo, he hecho informes de lectura, he sido editora dentro de
un sello y también freelance”, destaca. Creó la agencia hace diez años. “Monté
CBQ porque había visto en mi país las dificultades que tenían los autores para
salir de su territorio, no solo para ser traducidos sino también para que al
menos sus textos se conocieran fuera de su entorno más próximo. Siempre tengo
en mente que los derechos de autor están contemplados en el artículo 27 de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos”. Entre otros autores, la agencia
CBQ gestiona la obra de María Teresa
Andruetto, Francisco Bitar, Iosi Havilio, Selva Almada y Gabriela Cabezón
Cámara. Obras de los autores con los que trabaja ya fueron
traducidas al inglés, el italiano y el francés.
Bernaldo de Quirós admite cierta
preferencia por los escritores de América Latina. “Creemos que allí se produce
la mejor literatura. Siempre hemos apostando por aquellos textos que anuncian
la presencia de un autor con pensamiento y voz propia. Entiendo por eso alguien
que tiene sus propias señas de identidad, un universo más allá de las modas y
las corrientes literarias establecidas, alguien con una aguda mirada narrativa.
Me atraen los textos más arriesgados y menos pasteurizados”. Para ella, la
solidez de una agencia no se construye con uno o dos autores célebres sino con
la suma de muchas voces.
“Pienso que la
pregunta de si un autor tendría que buscarse a un agente o no depende
estrechamente de qué tipo de escritor es, qué clase de literatura produce, qué
expectativas tiene en relación con ella, etcétera –dice el rosarino
Patricio Pron desde Madrid, ciudad donde reside desde hace
varios años–. Mi propia experiencia con los agentes es buena, pero diría,
resumiendo mucho, que, más que un agente, lo que un escritor necesita es un
interlocutor, y este puede ser un agente, un editor que confíe en su trabajo,
buenos amigos o cualquier otra figura”. Acaso también, sin saberlo, los
lectores ejercemos ese rol de agentes vocacionales de la literatura que amamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario