Rafael
Spregelburd publicó la siguiente
columna de opinión en el diario Perfil,
del pasado, 6 de abril. Es una estribación más de lo sucedido en Córdoba.
Contra la unificación
Poco o nada que agregar al magnífico discurso de María
Teresa Andruetto en el Congreso de la Lengua; mucho que agradecer: a su
claridad, a su coraje (las mujeres dialogaron en las mesas pero no sabemos en
qué número participaron del diseño de los temas de ese debate), a su
insistencia (los 22 países castellanohablantes fueron invitados pero sólo la
Real Academia Española diseñó los contenidos), a su desobediencia (la Academia
avisó que se negaba a debatir el uso del castellano inclusivo) y –sobre todo– a
su lucidez: no perdió de vista que además del territorio simbólico, la lengua
es la herramienta para un negocio formidable. Esta academia de los reyes se ha
convertido con el paso de los años en la ridícula armadura y espadín de ese giro
del capitalismo por sobre la libertad de sus usuarios. Como bien señaló
Andruetto, un setenta por ciento de los considerados “malos usos de la lengua”
es de origen latinoamericano. ¿Quién está decidiendo cuán malo es ese uso?
Tiene razón una vez más María Teresa: “casticidad” es una palabra demasiado
vecina de “castidad”.
Recuerdo una obra que vi en el CSS (en Udine) sobre el
asombro que les producía a los nazis el poderío de la lengua rusa, armada por
el sistema zarista para ser impuesta sobre un centenar de lenguas orales en la
zona de la Montaña de las Lenguas.
Los rusos le escribieron a cada pueblo un
alfabeto diferente para que solo se pudieran comunicar a través del ruso: una
lengua imperial, una dominación, una extensión tan infinita como la del castellano.
Hasta los nazis se espantaron de esta crueldad innecesaria.
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