Académico español pensando |
Después de un largo silencio, nos complace publicar el siguiente artículo de Marietta Gargatagli, donde se retoma el
guante de la denominación de la lengua que hablamos. Como se recordará, buena
parte del impresentable establishment
cultural oficial de España y los medios de comunicación que se hacen eco de sus
dichos, pusieron el grito en el cielo cuando durante el VIII Congreso de la
Lengua varios participantes argentinos señalaron la inconveniencia de llamar “español”
a lo que acá se llama “castellano”. Lo interesante, como se verá en el artículo
de Gargatagli, es que allá también se llama “castellano” lo que ahora pretenden
hacernos pasar por “español”, término más ligado a la extranjería que a la lengua misma. De modo que el tiro les habrá salido por la culata.
Y si no, que refuten lo que sigue, a ver cómo se las arreglan.
Castellano
o español
Plaudite, amici,
comedia finita est.
En los medios de comunicación, en los
debates, en los programas electorales, en los juzgados, en las conversaciones
corrientes, no existe ninguna duda de que en España existe un idioma que se
llama “castellano” y no “español”.
Sorprende, por tanto, que sorprenda
que en Argentina se diga castellano[1].
Algunos ejemplos.
“¿Está el castellano discriminado en
España? Más del 40% de la población española vive en territorios con lenguas
cooficiales. El PP y Ciudadanos creen que hay un problema con la lengua en
nuestro país.”[Título y subtítulo de una noticia,El País. 19 de marzo de 2019].
“Poner en marcha una Casa de la Traducción, articulada en torno
a tres ejes: la traducción al castellano
de obras escritas en otras lenguas, la traducción a otras lenguas de obras
escritas en castellano y la
traducción al castellano de obras de
las diversas lenguas del Estado.” Programa electoral del 2019 del Partido
Socialista Obrero Español[2]
“Desarrollaremos el artículo 3 de la Constitución a
través de una Ley Orgánica de uso del castellano
como lengua oficial del Estado (…). Solo tendrán carácter oficial aquellos
actos administrativos que se realicen, al menos, en castellano. Las señales, paneles y placas, urbanas e interurbanas,
utilizarán siempre, al menos, el castellano.
Nadie podrá ser multado o sancionado por utilizar el castellano.” Programa electoral del 2019 del Partido Popular.
“Usted va a contestar en castellano. Si no quiere contestar en castellano, se levanta, asume las consecuencias legales de su
negativa a contestar y hemos terminado”[3].
Manuel Marchena. Juez del Tribunal Supremo. Juicio al proceso independentista
catalán. Martes, 14 de mayo del 2019.
Castellano/catalán. Opciones que ofrece la página
online del ISBN (International Standard Book Number) de España.
Castellano, català, galego, euskara, valencià,
english. Opciones que ofrece la página online del Palacio de la Moncloa, sede
del gobierno español.
Etcétera.
Castellano, lengua oficial de España
Los legisladores españoles (en las dos
últimas constituciones —1931 y 1978— el idioma se llama “castellano”), los escritores
españoles y hasta las autoridades de la RAE en entrevistas diversas dicen, con la
máxima naturalidad y en este orden, que el “castellano” es la lengua oficial de
España, que escriben en “castellano” o que se ocupan del “castellano”.
La oposición entre “castellano” y
“español”, conviene dilucidarlo, pertenece a la historia de la lengua. El
idioma mirado desde el interior, desde la familiaridad de los hablantes, se llama “castellano”. Visto desde afuera puede
llamarse español, como si spanish, spagnolo, spanisch, испанский, iσπανικά,
tiraran del primer “espaignol”, palabra también llegada del exterior, lo que
revela la terminación en “ol”, propia de la lengua occitana o provenzal.
En la tradición del idioma siempre se
reservó la palabra “español”, sin los énfasis imperiales que la rodean ahora,
para llamar a la lengua con su nombre extranjero, respetando o acomodándose a
la mirada del otro, y seres con sensibilidad tan precisa para los matices, como
Borges, usaron “español” sin ningún problema hablando de traducciones.
Las sutilezas históricas no importan
en el juego político. A la gente común les resulta tan ajena como el petiso
orejudo y los únicos sorprendidos con la cotidiana comprobación de que los
españoles hablen más bien en “castellano” deberían ser las autoridades del
Diccionario Panhispánico de Dudas que escribieron sin fundamento, entonces y
ahora, que se trataba de “una polémica hoy superada”.
Otro asunto es el manejo internacional
del idioma. La razón es de lo más sencilla:alguien piensa que por ahí andan
dando vuelta unos doblones que les pertenecen.
La
definición engordada
En 1925, el diccionario general de la
RAE dejó de denominarse de la “lengua castellana” para llamarse Diccionario de la lengua española. En la
entrada “español”se eliminó una acepción escueta: lengua española, para introducir
la innovadora aclaración: “lengua española, originada principalmente en
Castilla, y hablada también en casi todas las repúblicas americanas, en
Filipinas y en muchas comunidades judías de Oriente y del Norte de África.”
La dictadura de Miguel Primo de Rivera
(1923-1930), cierto crecimiento económico producido por la neutralidad de la
Gran Guerra más las últimas remesas coloniales y el naciente fascismo que
inyectó esperanza en las élites españolas, crearon el nacionalismo español que hizo
de la diplomacia económica su más original devenir. Eso explica el cambio de
nombre.
En el frenesí de las tres primeras
décadas del siglo pasado se imaginaron instituciones, se investigó sobre el
terreno, se buscaron aliados, se redactaron miles de informes y se tomaron las
iniciativas necesarias para la conquista de los mercados americanos, conquista
que comenzó con los libros. En 1922 se instaló Calpe en Buenos Aires y su
propietario, Nicolás de Urgoiti, fue recibido con banquetes y la máxima
cordialidad;en 1923 ya soñaba con que la gendarmería argentina patrullara el
Río de la Plata para impedir que desde Uruguay, que no había firmado el tratado
de propiedad intelectual con España, se enviaran ediciones piratas “para buscar
el más extenso mercado de la Argentina”; en 1928, el gerente de Calpe, otro
Urgoiti, aparecía como uno más de los editores argentinos en la primera
Exposición Nacional del Libro (sorprendente como la fotografía de Jack Nicolson
en El resplandor); en 1933, este
mismo Urgoiti influía secretamente entre los diputados argentinos para que la Ley Nº 11723 de Propiedad Intelectualbeneficiara
a los intereses españoles. Etcétera.
En esa résilience écologique imperial,
el español se llamó español. Como decía Bill Clinton: es la economía, estúpido.
[2] La
Casa del Traductor. Centro Hispánico de Traducción Literaria, Tarazona (Aragón)
existe desde 1988. También existen, hace varias décadas, las ayudas a la
traducción. La única diferencia es que las ayudas a la traducción fueron
siempre a todas las lenguas de España. Quizás sea otra Casa del traductor,
otras ayudas, una especie de España a través del espejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario