Jorge Luis Borges fue nombrado como miembro de la Academia Argentina de Letras en 1955, según él, "institución bastante mediocre" (1), para que ese cuerpo se limpiara de su connivencia con Perón (2). Solía poner en duda la utilidad de ese organismo, así como la relación que lo ligaba a la Real Academia Española (de donde, dicho sea de paso, sigue obteniendo algunos de los fondos que el Estado argentino le niega). Así, en 1975, en el contexto de una encuesta realizada por Fernando Sánchez Sorondo para un número dedicado a la traducción, publicado por el desaparecido diario La Opinión, Borges contestó:
"¿Cuál es la calidad de la traducción al español que se hace en la Argentina? Para nosotros la traducción al español hecha en la Argentina tiene la ventaja de que está hecha en un español que es el nuestro y no un español de España. Pero creo que se comete un error cuando se insiste en las palabras vernáculas. Yo mismo lo he cometido. Creo que un idioma de una extensión tan vasta como el español, es una ventaja y hay que insistir en lo que es universal y no local. Hay una tendencia en todas partes, sin embargo, a acentuar las diferencias cuando lo que habría que acentuar son las afinidades. Claro que como el Diccionario de la Real Academia lo que quiere es publicar cada año un volumen más abultado, acepta una cantidad enorme de palabras vernáculas. La Academia Argentina de Letras manda entonces largas listas de, por ejemplo, nombres de yuyos de Catamarca para que sean aceptadas y abulten el diccionario." (3)
Ese mismo punto de vista, previamente, lo había llevado a declarar: "Yo pertenezco a la Academia y es muy malo eso de amontonar palabras. Cuanto menos palabras tenga un idioma, mejor". (4)
Ese mismo punto de vista, previamente, lo había llevado a declarar: "Yo pertenezco a la Academia y es muy malo eso de amontonar palabras. Cuanto menos palabras tenga un idioma, mejor". (4)
Para el autor de "El Aleph", escribir bien no era hacerlo usando muchas palabras, sino muy pocas, debidamente contextualizadas, de modo tal que éstas se obliguen a ofrecer toda su carga expresiva sin la ayuda de muletas u otros recursos ortopédicos. Ese punto de vista (que, entre otras cosas lo llevó a llamar al DRAE "cementerio de palabras" e incluso "superstición española") fue compartido por el mexicano Alfonso Reyes. Para ambos, fue uno de los puntos de partida para definir sus estilos de escritura que, en el caso de Borges (y acaso por influencia del inglés, según él mismo declarara) le permitió desprenderse del lastre del refranero español, una forma cómoda de no esforzarse en pensar, gracejo de por medio.
Esos cambios, a veces precedidos por variaciones léxicas que llevaron a transformaciones morfológicas, fueron abonados contemporáneamente por las muchas bombas puestas en el castellano por los grandes poetas latinoamericanos (Vicente Huidobro, César Vallejo, Martín Adán, Pablo de Rokha, Oliverio Girondo e incluso Pablo Neruda), los cuales terminaron por hacer estallar la lengua, alejándola de una tradición prosódica de la que los españoles jamás se separaron. Y ahí, a partir de esa brecha, nuestra lengua común comenzó a bifurcarse en, al menos, dos direcciones.
Pese a los muchos esfuerzos de las Academias, que le siguen la corriente a la RAE para seguir recibiendo fondos, el panhispanismo es una ficción, una maniobra desesperada para retener lo que no puede ser retenido por decreto. Las traducciones, de uno y otro lado del Atlántico lo demuestran, un poco como el chiste que encabeza esta entrada.
Jorge Fondebrider
Notas:
(1) "La vigilia con los ojos abiertos", una entrevista para la revista Pájaro de Fuego, realizada por Carlos A. Garramuño, en 1978.
(2) "Borges: la bomba y otros delitos", entrevista con Gabriel Levinas, para la revista El Porteño, septiembre de 1983.
(3) La Opinión Cultural, Buenos Aires, domingo 21 de septiembre de 1975.
(4) "Yo quería ser el hombre invisible", reportaje de María Ester Gilio, revista Crisis, n° 13.
(4) "Yo quería ser el hombre invisible", reportaje de María Ester Gilio, revista Crisis, n° 13.
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