El pasado 24 de septiembre, el poeta y
periodista chileno David Hevia
publicó en el diario La Tercera, de
su país, la siguiente noticia sobre María
Moliner. Pese a que su historia es conocida por muchos de nuestros
lectores, vale la pena recordarla. La bajada de la nota dice: “Perseguida por
la institucionalidad franquista, la filóloga republicana dio forma, a mano, a
una obra lexicográfica cuyas 190 mil entradas recibieron el entusiasta elogio
de autores como Gabriel García Márquez”.
María
Moliner, la autora
del
diccionario que desafió a la RAE
Nacida en 1900 en Paniza, Zaragoza, María Moliner Ruiz
estudió en Madrid, junto a sus hermanos, en las aulas de la Institución Libre
de Enseñanza, referente que promovía una formación laica e independiente de la
que proporcionaba el Estado. Fue allí donde, motivada por el cervantista
Américo Castro, la niña aragonesa desarrolló su interés por la lingüística y la
gramática, en el marco de una dinámica pedagógica que ella debió abandonar en
1915, cuando regresó a su tierra natal e hizo clases particulares de latín,
matemáticas e historia para ayudar económicamente a la familia.
Tras
obtener el Bachillerato en el Instituto General y Técnico de Zaragoza en 1918,
se formó como filóloga y lexicógrafa en el Estudio de Filología de Aragón, para
luego licenciarse en Historia en la Universidad de Zaragoza en 1921,
oportunidad en la que anotó las máximas calificaciones, alcanzando el Premio
Extraordinario. Convertida en 1924 en la primera mujer que impartía clases en
la Universidad de Murcia, focalizó su quehacer en el archivismo y en la
promoción del hábito lector, publicando títulos como Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en España (1935) e Instrucciones para el servicio de pequeñas
bibliotecas (1937), obra en línea con los propósitos de las Misiones Pedagógicas
impulsadas por la Segunda República. Tras el triunfo franquista, Moliner fue
perseguida y degradada 18 niveles en el escalafón del Cuerpo de Archiveros,
Bibliotecarios y Arqueólogos.
Fiel
a sus intereses, en 1952 emprendió la tarea de redactar, a pulso, el Diccionario del uso del español, crítico
del que edita la Real Academia Española (RAE) y que, con 190 mil vocablos,
duplica el volumen de este. “Estando yo solita en casa una tarde cogí un lápiz,
una cuartilla y empecé a esbozar un diccionario que yo proyectaba breve, unos
seis meses de trabajo, y la cosa se ha convertido en quince años”, diría la
autora más tarde, refiriéndose a la obra publicada en dos tomos en 1966 y 1967
por Editorial Gredos.
Sin
ahorrar comentarios, el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez
afirmó que “María Moliner hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió
sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil,
más acucioso y más divertido de la lengua castellana, dos veces más largo que
el de la Real Academia de la Lengua, y –a mi juicio– más de dos veces mejor”.
La propia filóloga subrayó que, frente al glosario de la RAE, las definiciones
del suyo están “vertidas a una forma más actual, más concisa, despojada de
retoricismo y, en suma, más ágil y más apta para la función práctica asignada
al diccionario”.
Pese
al patrocinio de Dámaso Alonso, a la sazón presidente de la Real Academia, la
institución rechazó en 1972 el ingreso de Moliner como miembro de número. Ello,
pese a que pronto el diccionario de la entidad acabaría haciendo suyas diversas
innovaciones hechas por la archivista, como la ordenación de la Ll en la L y de
la Ch en la C. Uno entre miles de ejemplos que ilustran la diferencia entre una
y otra obra es la idea de “armonía” vertida en ellas. En su primera acepción,
la RAE la define como “unión y combinación de sonidos simultáneos y diferentes,
pero acordes” (rae.es, 16 de junio de 2019). Para la lexicógrafa, en tanto, el
término corresponde a una “cualidad de las cosas o conjuntos de cosas, basa en
la relación entre sus partes o elementos, por la cual esas cosas resultan
bellas”.
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