La mayoría de los editores suelen pensar más en el mercado que en la literatura y, a la larga, confunden las dos cosas y gana el mercado. Algunos, con todo, son más cultos y llegan a hacer cosas notables. Tal parece ser el caso de Sonny Metha editor indio, quien estuvo al frente del sello estadounidense Knopf. La noticia de su muerte se publicó en La
Nación, de Buenos Aires, el pasado 2 de enero, pero, en realidad, había
sido levantada del diario El País, de
Madrid, que vaya a saber uno cuál fue su fuente original. La firma de Andrea Aguilar,
Murió
en Nueva York Sonny Metha,
una
de las últimas leyendias de la edición
No había segunda opción, ningún otro candidato posible. Esa fue la
respuesta en 1987 del excéntrico Robert Gottlieb a S. I. Newhouse, entonces
dueño del prestigioso sello Knopf y de la revista The New Yorker. Su sucesor al
frente de la editorial debía ser un indio de 45 años no muy conocido en los
círculos literarios neoyorquinos: Sonny
Mehta.
Aquel fue el principio de una
larga y brillante historia que concluyó el
pasado día 30 de diciembre, a los 76 años, con el fallecimiento, a causa de una
neumonía, de uno de los más grandes editores del mercado
estadounidense, que supo mantener el prestigio y la calidad sin perder de vista
el éxito comercial, que navegó las sucesivas fusiones y la formación de grandes
conglomerados editoriales sin perder el norte y que supo ganarse el respeto y
la admiración de sus colegas manteniendo su aura de misterio.
Después de 32 años al frente de
Knopf, Mehta era una de las últimas leyendas de la edición. Creía en la
promoción y en la literatura: la labor del editor era no solo trabajar con el
autor, sino hacer que los libros llegaran a sus lectores potenciales. Unos
meses después de llegar a Knopf, en los ochenta, logró que Gabriel García
Márquez entrara por primera vez en la lista de best sellers en Estados Unidos
con El amor en los tiempos de cólera, y en 2015 aún
recordaba la importancia de aquel éxito y su primer encuentro con el autor en
La Habana. Mehta tenía el aplomo para pujar y apostar, por libros y por su
equipo: los editores debían despachar con él directamente y sin comité de por
medio sus planes, y lo más importante siempre era la pasión que estaban
dispuestos a ponerle al proyecto, porque editar un libro, sostenía, “es un
trabajo largo”. No temió tirar adelante con la polémica American Psycho, o mezclar en su catálogo a Alice Munro
y otros ocho premios Nobel con autores de novela negra como Stieg Larsson o Jo
Nesbo. “Mis debilidades son esas: Dashiell Hammett, Raymond Chandler y los
ganadores de los Nobel” declaraba en una entrevista en 2015, al cumplirse el
centenario de Knopf. Ajeno a cualquier fanfarronería, añadía casi excusándose: “Soy
un lector compulsivo y no sé qué haría si no estuviera leyendo, es un hábito
terrible”.
Discreto, tímido, irónico,
cortés y distinguido, sus jerséis de cuello vuelto y vaqueros, sus chaquetas
Nehru, le valieron un hueco en las listas de los hombres más elegantes. Pero
Mehta trataba de esquivar el primer plano, no le gustaba llamar la atención, ni
aceptaba asumir ningún tipo de protagonismo de puertas afuera. Ajai Singh Mehta
nació en Nueva Delhi en 1942, hijo de uno de los primeros diplomáticos de la
India independiente. Tras licenciarse en Cambridge, donde fue compañero de
Germaine Greer –autora a quien encargó La
mujer eunuco, uno de sus primeros grandes éxitos como editor–, se durmió la
mañana en que debía hacer el examen para ingresar en el cuerpo diplomático
indio y acabó trabajando en la editorial londinense Hart-Davis antes de dar el
salto a un nuevo sello de bolsillo, Paladin, y luego a Pan, donde impulsó las
carreras de un pujante grupo de jóvenes como Salman Rushdie y Julian Barnes. Su
aterrizaje en Nueva York fue complicado y durante años se especulaba sobre su
inminente cese. Pero el cosmopolita y sofisticado Mehta, que siempre mantuvo
una casa en Londres, demostró que la loca idea de Gottlieb era un golpe de
genio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario