Andrés Ehrenhaus |
La
discusión inicial sobre los derechos del autor sobre su trabajo y la liberación
de contenidos en las redes produjo numerosas reacciones a favor y en contra.
Para cerrar momentáneamente la serie comenzada hace ya dos semanas, hoy es el
turno del narrador y traductor Andrés
Ehrenhaus, quien posee una amplia experiencia en la materia. En España, como
vicepresidente de ACEtt, trabajó durante su gestión en la defensa de los
derechos de los traductores. Luego, fue uno de sus principales impulsores y
fogoneros durante el fallido intento de crear una ley que defendiese los
derechos de los traductores en la Argentina. En consecuencia, sus reflexiones
desde Barcelona merecen ser consideradas. Pueden leerse a continuación.
En cierto modo
entiendo, pero no comparto en absoluto, el estupor ante la repentina falta de
libertad, tanto individual como social, que suele manifestarse estos días. No
hablo del estupor de la derecha chillona e histérica, esa derecha que cada vez
responde menos a su mandos naturales y más a su pérdida de función simbólica. Hablo
del estupor de quienes no ejercen ninguna clase de poder ni tienen la menor
gana de hacerlo. Hablo de quienes se sorprenden honestamente de que ya no
seamos libres. Y me pregunto: ¿en serio hemos perdido libertad durante este
encierro o acaso el encierro nos hizo caer brutalmente en la cuenta de que no éramos
libres desde hace rato? No puedo dejar de sentir que hay cierto infantilismo en
la súbita percepción de que de pronto no podemos salir a defender nuestros
derechos como antes. ¿Como antes de qué? Será antes de Cristo, porque hace
mucho que no salíamos a defender nada. Al menos nada real.
En Catalunya,
donde vivo, venimos de un pasado reciente de manifestacionismo paroxístico, una
hiperinflación del ejercicio de gritarle al viento las convicciones del alma o
las entrañas. Llevamos años de grandes concentraciones masivas de entrañismo. Durante
esos años, que siguen vigentes, la prensa casi solo hablaba de “eso”. Ahora
casi sólo habla de “esto”. Voy a ser castizo: me cago en la diferencia. Antes o
durante esa borrachera de libertad de expresión del deseo (pero no de libertad
del deseo ni, mucho menos, del goce) que, además, resultaba menos catártica que
placébica, el poder real se dedicó a recortar paciente y sistemáticamente todas
las concesiones arrancadas a pecho y los privilegios sociales cedidos a
regañadientes en épocas de debilidad histórica relativa, despojando a tirios y
troyanos de derechos laborales e individuales, de herramientas de lucha, de
mecanismos de subsistencia, de memoria crítica, de razones políticas y, por
último, de razón.
La libertad la
empezamos a perder al principio del camino, quizás mientras estábamos
cumpliendo con los requisitos para poder conectarnos al culo autófago del mago
de Oz, que se traga todos nuestros datos a cambio de “mantenernos en red”. Durante
un congreso universitario de traducción, hace bastantes años ya, sostuve una
pelea dialéctica tensa y sangrante con un alumno en torno al tema de la
propiedad intelectual y los derechos autorales; él me (“nos”) recriminaba desde
la tribuna que no estuviéramos claramente comprometidos con la nueva “ola de
libertad virtual” que configurará el mañana, que no entendiéramos que la “cultura”
es de “todos”, que nos aferráramos a la vieja tradición precapitalista de la
posesión de las cosas, incluso de aquellas que se producen “con la mente”. Y yo
le dije ok, si yo comparto contigo mis contenidos, es decir, el fruto de mi
trabajo, eso que genera un valor que el sistema se traga y con suerte me
regurgita una pizquita para permitir que siga generando valor, etc., es decir,
lo que me da mínimamente de comer, ¿tú compartirías conmigo tu heladera, tu
laptop, tu conexión a internet? Él me contestó: no, porque todo eso lo he
pagado y es mío, pero la cultura que tú produces ya no es tuya, es de todos. Es
como el viejo chiste de Moris, pensé. O sea que esto es lo que viene, lo que ya
está aquí: la necedad disfrazada de libre circulación del producto de nuestro
trabajo.
Ni siquiera
cuando nos regalan las computadoras, la conexión telefónica, el software, el
chip, la vacuna, la mascarilla, la medicación o la comida envasada nos están
regalando nada que no hayamos pagado, estemos pagando o vayamos a pagar, porque
lo que nos extraen mientras le expresamos nuestros deseos al algoritmo
devorador es mucho más de lo que nos tiran como alpiste y nuestra renuncia a la
libertad de lucha es mucho más significante que cualquier indignación
mediatizada. Nada de lo que estamos descubriendo hoy con la pandemia y el bicho
era algo que ignoráramos antes, avestruces: se muere mucha más gente, niños en
concreto, de malaria en la mayor parte del mundo año tras año que la que mata
esta peste; el hambre mata millones (¡hasta Mopi Caparrós lo dice en un
libro!), la línea de pobreza es cada vez más aberrante; hay enfermedades
endémicas que no solo no se erradican sino que se arrinconan donde más
conviene; el mundo se calienta, los polos se derriten; la polución ambiental es
letal; generamos más basura (y no hablemos de la radiactiva) de la que podemos
gestionar o imaginar siquiera; estamos llenando la atmósfera de detritos
tecnológicos que orbitan como camalotes en el gran río que fluye; hay gobiernos
muy poderosos en manos de orangutanes lobotomizados; la violencia del hombre
contra la mujer es tan pandémica que casi se ha naturalizado; estamos tan
atravesados por la desazón y la entrega al determinismo que antes que salir a
pelearla preferimos ver una serie en Netflix donde unos desesperados sufren la
privación de su libertad de mil modos diferentes y con actuaciones de un nivel
excepcional (la fotografía es excelente); en fin, hace mucho tiempo que, en
términos de política real, hablamos por hablar.
Me duele que trates con esa condescendencia a quienes realmente pensamos que perdimos mucha más libertad que la que ya habíamos perdido en aras de un reajuste general de la economía disfrazado de catástrofe universal. Sí, perdimos. Y eso no quiere decir que fuéramos libres. En cuanto a las protestas, ¿no decía el progresismo mundial que era una ola imparable, en Chile, en Francia, en China incluso? ¿No era que los gobiernos anti "neoliberales" proliferaban? Ahora, a casa y a esperar que el Estado apoye los sectores de la economía a los que convendrá estimular, para que se cumpla la "cuarta revolución industrial". Mi posición "liberal" y la de muchos merece una discusión, no digo que no, pero creo que en términos menos despectivos, al menos entre colegas
ResponderEliminartotalmente de acuerdo, lamento haber parecido despectivo, no era mi intención. y aclaro que lo que digo me lo digo más a mí que a otros: yo también pensé que etc., etc., y ahora pienso esto otro, lo cual no implica que no vaya a cambiar otra vez, sobre todo en una charla entre algo más que colegas.
ResponderEliminarEs usted un tipo honesto, señor Nariz
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