viernes, 26 de junio de 2020

Santiago Sylvester y un ensayo ejemplar


Santiago Sylvester (Salta, 1942) es uno de los poetas más sólidos de la argentina, con una obra sin duda importante. Lo que no todo el mundo sabe es que es también un excelente ensayista, con un sentido de la observación notable y una claridad a prueba de balas. Así lo demuestra Sobre la forma poética, su último libro, publicado por la editorial EUDEBA, donde sin aspavientos y con absoluta claridad examina los distintos ensayos formales por los que ha atravesado la poesía prácticamente desde sus orígenes. Por su pertinencia, se ofrece a continuación un fragmento donde el autor de Café Bretaña se ocupa de la traducción de la Divina Comedia y los problemas que les planteó a sus primeros traductores al castellano la ausencia de versos endecasílabos. 

"La época de llegada marca más que la de partida"

Es sabido que un artífice del endecasílabo en Italia fue Dante Alighieri con su Comedia, bautizada luego como “divina” (bautizo atribuido a Boccaccio). La opción elegida por Dante de escribirla en lengua vulgar, no en latín, según lo previsible en su época, está explicada en De vulgaris eloquentia, lógicamente en latín, como si hubiera necesitado exponer sus razones y convencer, no al pueblo llano, sino a los académicos y cultivados de su entorno. En esa explicación, Dante aporta una serie de razones políticas, lingüísticas, de unificación de un país, de una cultura y de un idioma; y agrega una razón personal, íntima, que salta más de siete siglos y llega hasta nosotros con una emoción convincente: “(el toscano) era la lengua en que mis padres se amaron”.

Analizar la Divina Comedia, el virtuosismo de su construcción en endecasílabo, no es el propósito de este apartado, sino recordar cómo fue resuelto el problema de su traducción a nuestra lengua, considerando que durante un tiempo no se contó con ese verso en castellano.

Dejo de lado la polémica, supongo que concluida, sobre si es posible traducir poesía. El poeta Edoardo Sanguineti refutó alguna vez este dilema con un argumento imbatible: sin traducciones –dijo– no hubiera existido ni judíos ni cristianos en Europa puesto que nadie, salvo los especialistas, estuvo en condiciones de leer los textos sagrados en los idiomas bíblicos. A esto puede agregarse el hecho específico de que, sin una célebre traducción, no hubiera existido la reforma luterana. Si esto vale para la fe, por qué no para la poesía, para la cultura en general. La traducción es necesaria a veces en un mismo idioma: algún socarrón dijo que para traducir a Heidegger a cualquier idioma es necesario traducirlo previamente al alemán. Sin alguna traducción nos resultaría difícil leer el Poema del Cid; y se puede recordar que, con polémica incluida, se han hecho “traducciones” (adaptaciones) del Quijote para facilitar su lectura actual. No sólo de idiomas se alimenta una cultura, sino de paso del tiempo. Pero la discusión acerca de la posibilidad de traducir poesía de un idioma a otro se acaba pronto porque ya nadie (descontando a un esteta en pleno ataque) rechaza un traslado, y menos en estos días en que, según la contribución de George Steiner, ha cundido la “paulatina internacionalización del sentimiento poético”.

Lo que parece más interesante, en todo caso, es el cómo: la manera en que se traslada un poema, no sólo a otro idioma, sino a otro contexto, a otra época y, por lo tanto, a una percepción distinta acerca de qué es poesía. Este es el nudo de la cuestión.

Se ha dicho que una traducción pertenecerá al tiempo en que haya sido hecha: la época de llegada marca más que la de partida, en el supuesto de que no sean las mismas. En una traducción de la Comedia realizada en el siglo XVIII, leeremos sobre todo siglo XVIII. Palabras, expresiones, modos, cambian con el tiempo, y las opciones que use el traductor corresponderán al suyo. Eliot aconsejaba que las sucesivas generaciones traduzcan de nuevo lo ya traducido: los libros fundamentales, para entender desde el hoy inevitable el trabajo de la humanidad.

El ejemplo de la Comedia sirve para reflexionar porque, obra cumbre de cualquier época, pertenece a una sola y viene siendo traducida desde el siglo XIV de muy distinta manera. Esta “distinta manera” ha dependido de los sucesivos momentos históricos; por eso sirve como pieza de laboratorio para deducir cómo ha sido la traducción a lo largo del tiempo. Hay un caso extremo de conservadorismo, que pareciera no ser otra cosa que una curiosidad: el traductor Rudolf Borchardt, a comienzos del siglo XX, tradujo la Comedia de Dante al alemán antiguo con el objeto de mantenerla lo más cerca posible de su idioma original. Imagino la paciencia que una idea similar exigiría en nuestro idioma (tal vez sucedió lo mismo en alemán), ya que sería imprescindible traducir a su vez esa traducción al castellano de nuestro siglo para que pudiera ser útil a un lector actual.

Dejando de lado estos anacronismos, pareciera fuera de discusión que hoy la Comedia debiera ser vertida al castellano en endecasílabo, puesto que en ese metro está en el idioma original; y sin embargo es históricamente cierto que al menos en sus primeros dos siglos y medio de vida no pudo ser así porque sencillamente no existía en España el endecasílabo italiano: faltaba todavía, no sólo dos siglos y medio, sino ganar una pelea. Hasta entonces la Comedia había recibido tratamientos varios: decasílabo catalán, dodecasílabo, prosa, pero no en el hoy inexcusable endecasílabo. Para eso hubo que esperar, y sólo fue posible cuando el oído castellano admitió esa posibilidad. A partir de ahí, las variantes fueron dentro del endecasílabo: con rima consonante, asonante, o en verso blanco.

Hoy la percepción de qué es poesía, y sobre todo su morfología, se ha ampliado y también ha variado; puede decirse que la más frecuente está dada por el verso libre. Cabe entonces la pregunta sobre la posibilidad de traducir la Comedia (y podemos llevar la especulación a cualquier poema) en verso libre, considerando su predominio evidente. La pregunta podría formularse así: si durante dos siglos y medio no pudo emplearse el endecasílabo para traducir la Comedia al castellano, ¿por qué hoy tiene que ser obligatorio? Una traducción actual que quiere dar respuesta a este dilema (y que yo sepa, hasta hoy la única) es la de Jorge Aulicino, en verso libre, o al menos variado, entre diez y catorce sílabas, con rimas ocasionales, consonantes o asonantes; todo esto según criterio o conveniencia.[1]

El problema siempre en pie será si una traducción es buena o mala (hay buenas, malas y mediocres en todas las modalidades); pero la evaluación es tan inevitable que ni vale la pena mentarla.

He traído el ejemplo de la Comedia en representación de otros, puesto que cada tanto se censura la traducción en verso libre cuando el original está formulado en preceptiva tradicional. Qué leemos cuando leemos a Shakespeare, a John Donne o a Baudelaire, si el resultado en castellano no respeta ritmo, rima, ni prosodia original. Pero la misma objeción podría recibir el traductor de Whitman, Rimbaud, Francis Ponge, Bertolt Brecht o cualquier otro poeta de verso libre, puesto que tampoco el verso libre de origen (que como se sabe nunca es tan libre) puede ser reproducido por el nuestro: siempre se colarán acentos traicioneros, otra elocución, cadencias inexistentes; y esto es inevitable. También es inevitable que Borges lo haya dicho mejor: “el original es infiel a la traducción”.

Si es cierto que en una traducción del siglo XVIII se lee sobre todo siglo XVIII, lo que se lea en cualquier traducción de hoy será la época actual: las inflexiones de nuestro lenguaje y la carga de contemporaneidad que admita el ejercicio. Y esto casi debiera conformarnos; porque lo contrario, que no nos llegue la época, sería como decir que Homero, Virgilio o Dante ya han concluido su ciclo y han dejado de trabajar para nosotros. Para leer siglo XVIII podemos confiarnos en una traducción de entonces; y sobre Homero podemos elegir cualquier época, ya que en la suya no había traductores. Pero si queremos que esos venerables nos acompañen, no queda otra solución que traducirlos para hoy, con la complejidad que esto implique.



[1] La Divina Comedia fue traducida cuatro veces en Argentina. Bartolomé Mitre, en 1897; es la primera en América: tercetos encadenados, endecasílabo y rima consonante. Ángel Battistessa en 1972: endecasílabo blanco. Antonio Milano en 2003: endecasílabo y rima consonante. Jorge Aulicino, en la versión que se ha dicho, en 2015.

No hay comentarios:

Publicar un comentario