Matías Battistón es uno de los más activo
traductores argentinos de la actualidad. Buena parte de sus trabajos parten son
frutos de la propia imaginación antes que pedidos concretos de las editoriales.
Ahora acaba de traducir a Samuel
Beckett al castellano, sirviéndose de los originales en
inglés y francés, y de las propias traducciones que el autor irlandés hizo de
su propia obra. A propósito de estas cuestiones, fue entrevistado por Carlos Daniel Aletto para la Agencia Telam. La bajada de la nota dice: “Por primera vez toda
la de trilogía de Beckett es traducida por una sola persona al castellano.
Antes siempre se la desmembró entre varios traductores que trabajaron con
criterios distintos”.
“En
el Río de la Plata, la lengua de Beckett
es
extranjera de una manera local”
La trilogía de Samuel Beckett es una de
las obras literarias más importantes del siglo XX: las novelas que la componen –Molloy, Malone muere y El innombrable–
acaban de ser actualizadas en la Argentina con una nueva traducción que sigue
poniendo en vigencia y valor este clásico de las letras de todos los tiempos.
Cuando el sello argentino Ediciones Godot consiguió los difíciles
derechos que desde hace décadas tenía la editorial española Alianza, le
propusieron al escritor y traductor Matías Battistón (Buenos Aires, 1986) hacer
una nueva versión de las tres novelas para una edición que tuviera un enfoque
algo más amplio y que incorporara diversos elementos que salieron a la luz
desde las traducciones anteriores.
La trilogía es el inicio de la etapa en la que Beckett, nacido en
Dublín (1906), deja de escribir en inglés y aborda el francés como lengua
literaria para profundizar la mirada trágica del mundo luego de la Segunda
Guerra mundial. Los tres textos describen este mundo contemporáneo a través de
imágenes grotescas que dan fuerza al patetismo y a la desolación en la que vive
el hombre. En esta saga, para el novelista irlandés ni la muerte constituye una
respuesta al mundo sin sentido de la locura, la soledad y el anonimato en la
que sobreviven sus personajes.
Es la primera vez que toda la trilogía es traducida por una sola
persona al castellano, cuando antes siempre se la desmembró entre varios
traductores que trabajaron con criterios distintos. Por ese trabajo, Battistón
obtuvo una beca de traducción en Irlanda que organiza el Trinity Centre for
Literary Translation.
Además de traducir a Beckett, también lo hizo con autores como
Édouard Levé, W. B. Yeats, John Cage, Fernando Pessoa y John Waters
En 2016, Battistón fue designado traductor en residencia en
Trinity College Dublin, y ha recibido becas del Programa Looren América Latina
y la Fundación Jan Michalski en Suiza, de la ALCA en Francia, y del Fondo
Nacional de las Artes.
– Télam: ¿Cómo pensás que se
actualiza la trilogía y la figura de Samuel Beckett en el siglo XXI?
– Matías Battistón: La trilogía es sobre
la desintegración, el absurdo y la resistencia, que vendrían a ser, me parece,
tres ejes de nuestra vida diaria, hoy por hoy. Son, además, tres obras con
referentes muy difusos, que saben acomodarse o incomodar a lectores sin
importar desde dónde se las lea. Pero antes que nada son pruebas de todo lo que
puede hacerse, y lo que queda por hacer, con la lengua, o con el fracaso de la
lengua, ¿no?
Beckett tiene un negativismo que entusiasma y que, quizás a pesar
suyo, termina siendo celebratorio, a diferencia de cierto optimismo o
triunfalismo que circuló en años posteriores y que termina teniendo un efecto,
me parece a mí, más bien fúnebre. Estas tres novelas siguen causando tanta
inquietud y tanta gracia como en el momento de su primera publicación.
– T.: ¿Cuáles son los
aportes que la lengua rioplatense le da a una traducción del francés y de
Beckett en particular?
– MB: La de Beckett es una lengua descentrada, exiliada, que en
cierto sentido busca destruirse. No me parecen rasgos atípicos del Río de la
Plata. Por otro lado, creo que para lectores de América no está mal que circule
una versión que está más cerca de nuestros giros, que permita que las partes
más naturales o incluso confianzudas de la prosa de la trilogía tengan cierta
espontaneidad y, por contraste, que las partes más enrarecidas o más extrañas
cobren relieve, y no que quede todo un poco achatado, para nuestros oídos, por
la rareza pareja que muchas veces sentimos al leer algo vertido al español de
España. En fin, creo que una versión nuestra le permite a la lengua de Beckett
ser extranjera de una manera local.
– T.: ¿Qué es lo que sentís
que se pierde en una traducción? ¿Cuál es tu experiencia en este aspecto?
– M.B: Creo que depende. En un nivel muy general, por supuesto,
está la pérdida de la inmediatez: toda traducción, por lógica, está mediada,
mete en el medio a otra persona, que es la que traduce, y eso puede llevar a
cierto recelo. A que se la lea de antemano desde la sospecha, digamos. En esos
casos lo que suena demasiado raro, o incluso lo que suena demasiado cercano o
local, se termina viendo como supuesta prueba de la influencia indebida del
traductor. Pero quizá sea mejor concentrarse en lo que se gana en traducción.
De hecho, hasta la sospecha puede sumar a la lectura, ¿no? La intriga de saber
dónde termina el original y dónde empieza la traducción.
– T.: ¿Cómo trabajás el
cambio de cultura y de época en una traducción?
–M B: La época y la cultura atraviesan prácticamente todos los
aspectos no solo de una obra, sino también de cómo se lee y se entiende esa
obra, y lo mismo pasa con las traducciones en sí: dependiendo del momento y del
lugar, por "traducción" pueden entenderse muchísimas cosas distintas.
Qué significa traducir la Divina Comedia,
por ejemplo, no va a ser lo mismo si hablamos de Bartolomé Mitre que de Jorge
Aulicino, a pesar de no ser, dentro de todo, dos traductores tan alejados.
En el caso puntual de la trilogía, Beckett trabaja relativamente
poco con su actualidad inmediata en términos de referencias concretas a
lugares, personas o hechos históricos (al menos en un nivel superficial, aunque
sí hay varios guiños en los tres libros), pero mucho con el habla del momento,
con los giros que circulan cuando escribe. De hecho, el uso del francés
cotidiano en estas tres novelas marca un quiebre con la representación que
tenía la oralidad en la literatura francesa, que tiraba más bien al realismo
documental o al registro paródico, humorístico. En Beckett los registros por
momentos enloquecen, directamente. Todo eso traté de llevarlo a nuestro idioma,
a las propias tensiones que recorren el castellano.
– T: ¿Pensás que las
traducciones de los clásicos envejecen, por el contrario de la
condición original del clásico?
M.B: No creo que toda traducción necesariamente envejezca, ni que
sea necesariamente malo que envejezcan las que envejecen. Sería como una
gerontofobia textual, ¿no? Pero sí es cierto que en muchos casos se dan
suficientes motivos como para justificar una nueva traducción. Es más, en
teoría creo que toda traducción nueva es justificable, siempre y cuando,
justamente, haga algo nuevo. Y los clásicos son obras que no se agotan, que
pueden abordarse desde cantidades de ángulos distintos, que ante cualquier excusa
vuelven a circular con fuerza. Y una traducción siempre es una buena excusa.
– T.:¿Cómo fue tu
experiencia en el Trinity Centre for Literary Translation?
– M. B.: Pasé cuatro meses en Dublín, consultando el archivo de
manuscritos digitalizados de la trilogía, descubriendo a otros autores y
charlando con beckettianos acérrimos, mientras traducía también otro librito
irlandés que me parece genial, un diario que James Stephens llevó durante el
alzamiento de Pascua en 1916. Después hice otras residencias en Suiza, donde
seguí trabajando en el proyecto. Y por último recibí una beca del Fondo
Nacional de las Artes para escribir un libro sobre traducción, muy ligado a mi
experiencia con Beckett, libro en el que estoy trabajando ahora. La traducción
literaria suele ser parca en recompensas, pero cada tanto se distrae.
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