Olegario Víctor Andrade (1839-1882) es un poeta argentino menor, militante en el Romanticismo tardío y admirador e imitador del escritor francés, hasta el punto de haber sido llamado el Victor Hugo americano.
Con irrefutable elocuencia, Marcelino Menéndez Pelayo lo caracteriza así:
Andrade era un poeta efectista, que escribió para ser leído en alta y resonante voz, y para ser aplaudido a cañonazos. Pero en esta poesía, toda boato y pompa, toda estrépito, tempestades, volcanes y cataclismos1, hay un fondo de sinceridad y de grandeza lírica que triunfa de lo exuberante y barroco de la forma.
Por ser solo treinta y cuatro, todas las Obras poéticas de Andrade caben en el delgado volumen de 128 páginas, de cubierta marrón oscura, que, con prólogo de Ramón Villasuso, publicó en Buenos Aires en 1938 la Biblioteca Mundial Sopena y que desde siempre forma parte de mis queridos libros.
Veamos qué ocurre con «Stella». El texto francés consta de 42 versos alejandrinos; el español, de 56 endecasílabos2. Para comparar algunos pocos pasajes, señalaré con (a) los cinco primeros versos de Hugo, con (b) una mera traducción literal, con (c) la versión de don Olegario.
(a) Je m’étais endormi la nuit près de la grève.
(b) Me había dormido en la noche junto a la arena.
(c)
A la orilla del mar me habia dormido,
henchido
el pecho de febriles ansias,
(a) Un vent frais m’éveilla, je sortis de mon rêve,
(b)
Me despertó un viento fresco, salí de mi sueño,
(c)
Y la brisa del piélago salobre
vino
a enjugar mis postrimeras lágrimas.
(a) J’ouvris les yeux, je vis l'étoile du matin.
(b)
abrí los ojos, vi la estrella de la mañana.
(c)
Abrí los ojos y miré hacia arriba,
porque
creí que un ángel me besaba;
tan
tibio era el aliento de la brisa
y
tan suave el murmullo de sus alas.
Y
en vez del ángel que soñé bajando
a
conversar a solas con mi alma,
se
alzaba en el confín del horizonte
la
estrella de zafir de la mañana.
(a) Elle resplendissait au fond du ciel lointain
Dans une blancheur molle, infinie et charmante.
(b)
Resplandecía al fondo del cielo lejano
en
una blancura blanda, infinita y encantadora.
(c)
Era su luz blanquísima y süave,
cual
de una virgen la mirada casta;
aquella
estrella parecia contarme
cuitas
de amor en sílabas de plata.
Toda la traducción de Andrade se desarrolla según este método imaginativo y amplificador. Hacia el final (v. 34) Hugo se limita a decir «Yo he brillado sobre Moisés y he brillado sobre Dante»:
Pero Andrade —quizás apiadado de sus soledades— decide confortar al patriarca bíblico y al itálico poeta con la compañía de sendos colegas y compatriotas, de tal manera que los cuatro aparecen en actitudes diversas de las consignadas por el francés:
Escuché de Moisés la voz severa,
y
a Job rugir como una fiera humana.
Yo
sorprendí las pláticas del [sic] Dante
con
sus apocalípticos fantasmas,
y
en la divina lengua de la Etruria
los
místicos sollozos del Petrarca.
Cometería injusticia quien tildase de literal o de servil la traducción de don Olegario. Antes bien, muy lejos del plagio, ella se remonta hacia la excelsitud de la fantasía sin límites.
Notas:
(1)
Sin embargo —me permito entrometerme en el juicio de don Marcelino—, hay
sensatas excepciones, como el muy apacible y agradable romance «La vuelta al
hogar» («Todo está como era entonces: / la casa, la calle, el río; / los
árboles con sus hojas / y las ramas con sus nidos. / Todo está, nada ha
cambiado, / el horizonte es el mismo; / lo que dicen estas brisas / ya otras
veces me lo han dicho»), donde hallamos esta certera hipálage:
¡Qué
triste estaba la tarde
la
última vez que nos vimos!
(2) Para que los endecasílabos consten, habrá que hacer sinéresis en había y parecía (habia y parecia), hiato en mi alma, y diéresis en el último suave (süave).
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